«La Llanta»
54 x 46 cm • Resina y vera con pigmentos • Técnicas mixtas originales del autor • 2018
«La Llanta»
54 x 46 cm • Resina y vera con pigmentos • Técnicas mixtas originales del autor • 2018
El primer recuerdo que Rubén Rosas tiene de la pintura, se remonta a su infancia, cuando le gustaba observa unos paisajes que estaban en su casa, que habían sido pintados por su madre:
“Siempre tuve aprecio por esos cuadros que hizo mi madre, y quise hacer lo mismo. En la secundaria comencé a estudiar artes plásticas, luego me inscribí en la casa de la cultura de Xochimilco, y más tarde ingresé a La Academia de San Carlos. En mis inicios admiraba a José Clemente Orozco, Francisco de Goya, y en cierta forma a Rufino Tamayo. Tomé muchos años clases con Gilberto Aceves Navarro, a quien considero mi maestro. Asistí a otros talleres libres y luego estudié la licenciatura en artes visuales, en la Escuela Nacional de Artes Plásticas, la ENAP. Por esos años me interesó el
neoexpresionismo alemán, especialmente la obra pictórica de Anselm Kiefer y A.R. Penck. Actualmente ya no podría identificarme con ningún artista”, resume.
Reconocido por críticos como Luis Carlos Emerich y Jorge Juanes como un artista excepcional. “La obra de Rosas destaca en el medio mexicano, porque trabaja solitariamente, sin permitir que las presiones del comercio del arte y de los gustos en boga adulteren la dirección de su propuesta”, escribió Emerich.
“No soy un pintor solemne, ni como esos artistas que se encierran en su taller y que no quiera escuchar a nadie. Mientras trabajo a mi me gusta que esté mi familia, que me hablen, me gusta la convivencia con los trastos sucios, con la comida, con todo esto… Me gusta que mi entorno esté hecho un desastre para que salga algo sublime”, concluye.
“Rodando la Noche»
tambien estara en disponible en la subasta del 10 de Marzo
Por: Dominique Legrand
En esta obra encontramos uno de los temas predilectos de Rubén Rosas, el caleidoscopio con figuras de mariposas, que apareció en su exposición de 2017 en el salón de los Aztecas. El artista había descubierto por casualidad un cristal que se parecía a una mariposa y compuso una serie a partir de diferentes cristales que compró, encontró y configuró.
Quería, dijo, hipnotizar al espectador, tal cual como lo haría un caleidoscopio. Su motivación era el deseo de huir de la violencia urbana al evocar las transformaciones que proponen igualmente la naturaleza y el poder del ensueño.
Aquí, el marco de la bici podría haber sido hecho con dos cristales yuxtapuestos, como los animales que revolotean alrededor. Se transmite una sensación de alegría con la silla y la manilla, trazados tipo Matisse. Estamos en el mundo del silencio, un mundo en el que se deja tiempo al tiempo, en el espacio mental de la infancia o la primera juventud con el cual se asocia también el caleidoscopio.
Se podría evocar también la permanencia ,la solidez de la bicicleta opuesta a lo efímero, a la fragilidad de los animales, ciertamente hay algo de eso pero no es lo importante, me parece más bien que Rubén Rosas quiere invitarnos a entrar en un juego donde predomina la libertad de asociación triángulos mariposas bicicleta fondo gris, un poco como en un Test de Rorschach pero con siluetas nítidas.
Teresa del Conde
«En el arte no hay ¨progreso¨, pero cuando se trata del decurso de un artista en lo individual, se produce acumulación de conocimientos, afinamiento de la sensibilidad y en el mejor de los casos maduración en los procesos creativos. Por ello ocurre que hay etapas que son mejores que otras en un mismo artista. Los últimos trabajos de rosas son, a mi parecer y salvo excepciones, superiores a los tempranos. Esto quiere decir que él no sólo domeña su oficio, sino que lo que dice ofrece congruencia con la forma de decirlo y que el pintor se encuentra reafirmando una impronta ya muy propia, enriquecida con recursos exclusivamente plásticos así como temáticos que demuestran una cosa: los artistas seguirán pintando, aunque la pintura no esté de moda en este finimilenio»
Luis Carlos Emerich
SUELOS DE VIDA Y MUERTE
Xochimilca, nacido en 1958, Rubén Rosas se distingue de su propia generación por contraste: discreto en lo personal y deslumbrante en lo creativo. En tiempos de exhibicionismo, llama la atención que este pintor haya madurado lejos de las luces de la cultura oficial y de los oropeles de las galerías privadas, pero aún más que su grado de madurez tanto técnica como temática está a punto de constituirse, si no en una sorpresa (pues ya se anunciaba en sus participaciones colectivas) sí en una revelación por la manera en que ha logrado un equilibrio ejemplar entre la herencia histórica y a la vez visceral e inmemorial del expresionismo mexicano (sobre todo de Orozco), la retoma significadora de las figurerías prehispánicas (que recuerda al Carlos Mérida de los años 30) y el ineludible estímulo que ha dado a México el ejemplo del post-neoexpresionismo o neo-salvajismo alemán (principalmente la obra de Anselm Kiefer) al responder a su entorno social con la misma violencia con que acomete a la intimidad individua.
Jorge Juanes, Territorios del abismo.
Presencias rotas, paisajes agobiantes, la amenaza de muerte se extiende por la sociedad planetaria, el fin del siglo es una orgia presidida por intolerancias y exclusiones extremas. Rubén Rosas intuye la enfermedad del mundo. Los despojos cadavéricos del
juicio final avanzan fuera de quicio, con decisión, claman venganza y ya no hay Ángeles de la guarda que puedan detenerlos. Son imágenes de la destrucción y del delirio.
Esperpentos, presencias del nihilismo campeante que invadiendo tiempos y espacios acometen al espectador. Desgarramiento, desolación y como único acompañante el inasible anima saturnal.