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Obra de Rigel Herrera hecha para Cultura en Bicicleta.

La producción artística de Rigel Herrera gira alrededor de la sexualidad y la sensualidad. Ha citado al marqués de Sade como parámetro de la imaginación erótica que es a veces mucho más emocionante que la realidad. Sus modelos salen de revistas o de publicidades. Le atrae como tema la búsqueda de la seducción plástica, pero le traumatiza también su utilización por el mundo de la publicidad, que quiere provocar una identificación falsa con unos modelos presentados. En esta obra, no se ve el rostro de la ciclista, como en otras exposiciones donde el rostro de las mujeres estaba cubierto, precisamente para denunciar esta ilusión. Aún sin cara, la joven se ve elegante, segura de sí misma, audaz en la postura, no duda de su poder de seducción ni de sus atributos.

Al mismo tiempo, al situar su personaje en el ambiente de La belle époque parisina, con su ropa y su peinado “a la garçonne “, nos introduce en un tiempo en el que precisamente las relaciones entre la mujer y la bicicleta se consideraban como un importante problema. En aquel tiempo, la bicicleta estaba relacionada de manera perturbadora con la emancipación de la mujer que se oponía a los valores tradicionales de la burguesía, el pudor el orden y la respetabilidad. En breve, y hay toda una literatura sobre esto, se consideraba como un instrumento del deseo, lo que retoma la artista aquí en una estética retro y erotizante.

La bicicleta practicada por las mujeres llegó a considerarse como una provocación hacia los varones, una amenaza contra la moral. Se evocaba la idea de que la bici no solo era el compañero ideológico de la mujer libre, sino también su compañero sexual, aunque varios médicos señalaron también que la idea de libertad privaba sobre el lado erótico de este medio de transporte.

Todas estas consideraciones entran en juego al apreciar esta obra, hasta la posición sobre los pedales, que en francés se llama “ en danseuse”( “de bailarina”)

Extrañamente, en la denuncia de la bici como objeto del placer femenino solitario se le asociaba la máquina de coser. Dos objetos que aparecen en aquel tiempo en la obra de Marcel Duchamp, de manera quizás no tan fortuita como se creía.

Así, pues, algunos de los medios secretos de la historia de la bicicleta a principios del siglo se revelan en este aparentemente cliché de la mujer provocadora.
Posdata: Es de notar que me concentré en la ciclista ignorando el libro que lee y a pesar de todas las leyes del aerodinamismo.

Texto Dominique Legrand

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