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(¿Quieres hacerme favor de sacar tus manos un momento, de soltar mi corazón?) J.S

El domingo 29 de marzo, a los 95 años de edad, murió Josefa Rodríguez Zebadúa, la esposa de Jaime Sabines, la mujer que inspiró las epístolas que se reúnen en el libro Los amorosos: cartas a Chepita (2009, Joaquín Mortiz/Planeta), la compañera del poeta que habló desde los límites del yo para favorecer la complicidad con sus lectores y ejercer la libertad de nombrar, en primera persona, los infortunios la muerte y defender la esperanza ante la vida.

Chepita, como la nombró siempre el poeta, fue la novia que le inspiró a escribir el poema “El día” con el que inicia Horal (1950), el primer libro que a los 23 años publicó Sabines, y con el que comienza también el compendio de toda su obra reunida en el Recuento de poemas:

Amaneció sin ella.

Apenas si se mueve.

Recuerda.

(Mis ojos, más delgados,

la sueñan).

¡Qué fácil es la ausencia!

En las hojas del tiempo

Esa gota del día

resbala, tiembla.

Como Sabines, Chepita se había trasladado de Chiapas a la capital del país para estudiar en la Universidad Nacional Autónoma de México, ella odontología y él medicina (después cambió por letras españolas). Ella tuvo que hacer una pausa en sus estudios por estar enferma y regresó a Tuxtla. En una carta de octubre de 1949 Sabines le escribe:

Acabo de recibir tu carta del 14, desesperada, apasionada, igual que un papel en llamas, más dura que la soledad. Te estás muriendo por esto y por lo otro, estás cansada, hastiada, sin sostén, vacía […] Correcto. Sólo que no se trata de eso. Se trata de algo más importante: de vivir.

[…]¿Qué cosa es todo eso? ¿Crees tú que tienes derecho a hacer lo que se te antoje, y a jugar con las esperanzas de tus papás y con el amor mío? ¿Crees tú, a un lado ellos, que no me perteneces, que no eres una cosa mía de mi vida, a la que tengo que defender aun en contra de ti misma? […] Yo ya te puse mi marca, te sellé ya con mi corazón. ¿Lo entiendes? Yo no te voy a dejar hacer lo que quieras de tu vida, porque si la lesionas me lesionas, y todo lo que hagas con ella lo haces conmigo. […] “¿Qué es la vida?” ¿Y todavía lo preguntas? La vida es quererte así, desaforadamente, y lograrte y defenderte. Llanto y risa y ruinas y esperanzas es la vida. Y no hay margen en ella para evadirla.


Harto bien sabemos, que la muerte espera en cualquier parte; a cualquier hora llega y zas, se acabó. Pero mientras estemos aquí, llorando o riendo, desesperándonos o esperanzados, tenemos que vivir […] Hay mucha gente que se enferma, hay mucha gente que padece soledad o sufre miseria. A la boca de todos los hombres acude el lamento, la desesperación, el grito. Somos animales de emoción, reaccionamos a todo lo que nos maltrata, tratamos de rebelarnos contra el mundo. Llegamos a última hora a decir: “Todo es vanidad y aflicción de espíritu” Pero a lo largo de todo este caminar hay también alegría y paz y consuelo. No pretendamos que la noche es todo. Tanto miente el que ríe demasiado como el que sólo llora. El mundo no es “un valle de lágrimas”; en él hay también el corazón tranquilo, la hora alegre.

Acude a tu corazón, acude al mío. Llora cuando tengas ganas de llorar, pero no estés llorando siempre. Cree que tu dolor es mi dolor, que yo padezco tu hambre y tu sed, que yo también desespero y maldigo, que yo también no sé qué hacer muchas veces […] La muerte no es ningún remedio para el que desea vivir. La muerte es un débil consuelo que no me sobornará nunca. Es aquí en la vida en donde tengo que encontrar remedio de la vida. Y una buena receta es el amor y el saber mirar por encima de mi hombro mis propias penas. Mi miseria es una parte de la miseria humana. Y pueden sufrir con mi corazón todos los hombres.

(…) Todo eso pasará. Ya verás. Lo único que no pasará es este amor de Jaime.

Una década después de la muerte del poeta (19 de marzo de 1999), Chepita decidió publicar algunas de las cartas que Jaime le escribió en los siete años de noviazgo y durante los 46 años de matrimonio, una relación epistolar que sostuvieron en los lapsos en que estaban alejados. De esa correspondencia nació ese libroque nos muestra la pasión, el amor y la sinceridad con la que habló el poeta a su mujer. En la presentación del volumen ella cuenta:

Jaime y yo nos conocimos desde muy pequeños. Entre nuestras familias existían viejos lazos de parentesco y amistad. Su madre y mi abuela materna eran primas en segundo grado, y mi padre fue testigo de la boda de tío Julio y tía Luz [los padres de Jaime Sabines]. Ellos, a su vez, hicieron el papel de tutores de mi papá, Luis, quien fue huérfano desde muy chico, en el importante acto de pedir la mano de mi mamá, Esther. El primer recuerdo consciente que teníamos de nosotros sucede a la edad de diez y once años.

Años después, de estudiantes en la preparatoria, tuvimos un primer noviazgo, que no duró más allá de unos meses. Ya en la ciudad de México, como universitarios, él en la Facultad de Medicina y yo en Odontología, fue que verdaderamente nos unimos. De eso tratan estas cartas, del inicio y progreso de nuestra relación, de nuestras inquietudes, del poeta que empieza a publicar su trabajo, de la vida de entonces narrada por Jaime.

La mayor parte de este intercambio se dio durante la ausencia de alguno de los dos, ya fuese que Jaime estuviera en Tuxtla y yo en México, o al revés. Las razones para estas separaciones abundaban: uno de los dos tenía exámenes y no iba de vacaciones, o se enfermaba y no podía viajar, o cambiaba de carrera, como Jaime, que pasó a la Facultad de Filosofía y Letras. A veces también faltaba el dinero o un problema familiar no nos dejaba compartir la vida en donde estuviésemos. Eran estas cartas lo que nos unía en la distancia.

Muchas de esas cartas son un portento de poesía sobre la mujer, el amor, la soledad y la escritura. En ellas hay referencias que veremos en los poemas de Horal, La señal, Poemas Sueltos o Diario semanario:

Hace un momento te dejé: ya me haces falta.

Hace un momento apenas te dije adiós, y ya ha recorrido mi corazón la eternidad.
(Febrero 29 de 1948)

Buenas noches, linda (ojalá te encuentre por aquí, en alguna calle del sueño. Es una gran alegría ésta de aprisionarte con mis párpados al dormir). (Julio 27 de 1948)

Chepita, mi Chepita: te quiero. Escúchalo también cuando no lo pronuncie. En mi corazón no hay cansancio. Lo digo lodo yo, aun no pensando en ti. Lo digo con todas las voces, lo grito con todos los silencios. (Agosto 10 de 1948)

Me doy cuenta de que me faltas y de que te busco entre las gentes, en el ruido, pero todo es inútil. Cuando me quedo solo me quedo doblemente solo, por ti y por mí. (Sábado 27 de octubre 1951)

El 21 de mayo de 1953 Chepita y Jaime se casaron. Sabines recordaba que en el momento en que el juez estaba consumando el matrimonio, llegó la marimba y comenzó a tocar “Siboney” y bailaron, porque siempre les gustó bailar… Y que aquel día llovió a torrentes.

En un texto que aparece en el libro, Carlos Monsiváis afirma que las cartas a Chepita del autor de “Los amorosos” son un documento y, con frecuencia, una expresión literaria; y que en estas misivas el poeta, como en su obra, también explora, los alcances de su espontaneidad:

“Las cartas de Jaime Sabines a su novia, Chepita, con la que se casará y tendrá hijos, admiten claramente su publicación porque, además de atestiguar una vitalidad amorosa en pleno desarrollo, contienen ejercicios de prosa poética con fragmentos muy afortunados que remiten a la gran literatura que ya escribía Sabines entonces. […] En las cartas, Sabines es un personaje de su poesía posterior […] Sabines escribe las cartas para, una vez más, persuadir a la amada de la naturaleza total del amor que se le ofrece, y por ello, por ejemplo, necesita plantear con rudeza las diferencias entre enamoramiento y amor:

Un ejemplo de esto:

¿Estoy enamorado en verdad? Yo sé que no es enamoramiento, es amor. Uno se enamora de cualquier mujer, a cualquier hora, en un encuentro fortuito, en una cita premeditada. Yo me enamoro a cada paso, de unos ojos, de una palabra, de un gesto oportuno, de una sugerencia, y no obstante sólo quiero a Chepita. En las demás es pura función estética; en Chepita es dación, entrega indefectible, transferencia (7 de noviembre de 1948).

Una de las cartas más espléndidas de este libro, como sucede con mucha frecuencia y con varias de ellas desde la aparición del mismo, se reproduce en textos aislados o pequeñas frases confundiendo su contenido, como si se tratase de un poema que hubiese escrito Sabines. Se trata de la misiva fechada el 22 de abril de 1949 y en la que se puede leer esto:

Aprovecha tu soledad. Acuérdate de todos los que queremos estar solos.

Verdadero martirio es no poder nunca estar solo. Pero tu pequeño cuarto y tú en tu pequeño cuarto es el mundo. Allí está todo. En tu corazón está todo: descúbrelo, sorpréndete, ámalo. Ve de milagro en milagro, de sorpresa en sorpresa, a lo largo de ti misma. Estas triste, es cierto, pero tú no eres tristeza, tú eres alegría y serenidad y paz. No mires solo un aspecto de ti misma, un accidente de tu propia substancia; tú eres todas las cosas juntas, y el mar y las estrellas y las rosas se anuncian en ti. No mires tu miseria, no te complazcas en ella; hazla a un lado, apártala, y cultiva lo que todos tenemos de divinidad adentro.

[…] El dolor se encierra en sí mismo y trata de multiplicarse a toda costa, trata de invadir todo lo que tenemos y somos: no lo dejes hacer eso, cúbrelo, apártalo, y saca al aire tu alegría y hazla crecer en ti, que ella es tu verdad, tu perennidad, tu vida.

Después de todo, no te digo que no te aburras, que no padezcas; te digo solo que pongas cada cosa en su lugar, que no hagas del fastidio toda tu vida, que no hagas de tu soledad llanto y ruina. Alégrate, complácete en tu cuerpo, dale vigor y fuerza y armonía; complácete en tu alma, dale serenidad.

En estas cartas leemos del joven que vive en un cuarto de pensión lejos del hogar familiar, que estudia letras en Mascarones, que lee y escribe poesía; recorremos con él las calles del centro de la Ciudad y las librerías; sabemos que está leyendo literatura española y francesa, y relee La Biblia; nos enteramos de sus reuniones con compañeros, como su paisana Rosario Castellanos, y sus maestros como “el viejito” Julio Torri:

Penetro en mi soledad (una cama, tu retrato, mis libros, papeles y humo de tabaco) y ya estoy con el miedo de caer a medio cuarto gritando y riendo y llorando y golpeándome la cabeza contra los muebles para ver si soy yo o es otro con mi nombre el que está aquí.

Esta correspondencia había permanecido privada entre Jaime y Chepita, incluso el poeta le había pedido publicar alguna en una revista, pero ella se negaba. Por fortuna para muchos lectores, en 2009 decidió compartirlas “para, comprobar que Jaime el poeta y Jaime el hombre son en realidad la misma persona”. El hombre que la amo:

Chepita puntual en mi corazón, insubstituible en mi deseo, exclusiva en mi pasión, definitiva en mi esperanza;
Chepita la última, la única; amor de hoy en invariable presente, llena de ayer y de mañana; dueña de mis ojos, único sitio para mis besos, carne para todas mis caricias, alma para todos mis sueños, última morada de mi amor viajero e imposible… (4 de junio 1948).

Josefa de Sabines:

Amor mío quiero amanecer contigo este veintiuno de mayo y también el mismo día dentro de diez y veinte años quiero amanecer contigo todos los días de mi vida. (Río de Janeiro, mayo de 1963)

Desde su aparición Los amorosos: cartas a Chepita se ha convertido en uno de los libros imprescindibles de Jaime Sabines, tanto como su Recuento de Poemas, y una delgadísima línea lo separa de sus versos.

En una conversación con Chepita me contó que en su relación tuvieron momentos difíciles, pero que tenían una regla: si uno estaba enojado, el otro se callaba y no respondía hasta que pasara el enojo: “Entendíamos nuestros silencios. Yo no me casé con el poeta, sino con el hombre. Esa fue la gran diferencia. El amor es lo más trascendental en la vida de todo ser humano, pero se modifica, se transforma con la confianza y la entrega hasta que llega el momento en que ya no se puede estar sin el otro. Un día, cuando ya estaba muy enfermo, me dio las gracias. ‘¿Por qué?¡, le pregunté. ‘Por haber sido como eres’, me dijo”.

En el Panteón Jardín está la tumba de Chepita y Jaime, y es probable que, como en poema de Adán y Eva, alguno de los dos pronuncie estos versos:

Algo he de andar buscando en ti, algo mío que tú eres y que no has de darme nunca.  ¿Por qué nos separaron? Me haces falta para andar, para ver, como un tercer ojo, como otro pie que sólo yo sé que tuve.

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