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La madrugada del miércoles 30 de noviembre murió el maestro  Federico Silva murió a los 99 años de edad. Al día siguiente, justo a las 19 horas sería inaugurada su exposición,  Federico Silva, lucha y fraternidad. El triunfo de la rebeldía en el Palacio de Bellas, el 1 de diciembre el máximo recinto cultural recibió el féretro del maestro Silva para rendirle un homenaje póstumo.

La muestra  retrospectiva, que ahora se está exponiendo, busca homenajear su trayectoria en la antesala al centenario de su nacimiento, a partir de la revisión histórica de su obra producida a lo largo de ocho décadas. A sus 99 años era asombrosa la claridad que Silva tenía para definir su experiencia sensible que el artista tiene ante la sociedad: “La única forma de hacer arte es buscar el riesgo. La forma de continuar y reafirmar la vocación es vincularse con la sociedad en movimiento, la sociedad es el alma y el artista debe establecer vínculos con la sociedad, de otro modo estará vacío”, reitero hace menos de un año en una entrevista de televisón.

Federico Silva nació el 16 de septiembre de 1923 en la Ciudad de México. Desde niño le interesó el dibujo, de manera autodidacta aprendió las técnicas de encáustica, frescos y temple en los libros.  Realizó estudios de medicina, veterinaria, derecho y antropología. Conoció a David Alfaro Siqueiros y el artista lo invitó a ser su ayudante; uno de los primeros trabajos en que colaboró con Siqueiros, fue el mural Nueva Democracia, que se encuentra en el Palacio de Bellas Artes. Se vinculó con la izquierda de entonces, una generación histórica que creía en la clase obrera. Por esa época, presentó su primera exposición de pintura.

En la biografía sobre su vida que está en la web del Museo que lleva su nombre —que se encuentra en el Centro Histórico de San Luis Potosí— se precisa que Viajó a Europa poco después de iniciada la posguerra y estuvo principalmente en Austria e Italia; de regreso a México, se dedicó a la organización del Primer Salón de Pintura del Instituto Nacional de Bellas Artes. A partir de 1950, empezó a pintar murales, primero en el edificio del Instituto de Capacitación de la Secretaría de Educación Pública y después en el Instituto Politécnico Nacional, el mural titulado la Técnica al Servicio del País. En 1962 presentó una exposición en la Universidad Obrera, en la que reunió obras de ocho años de trabajo de carácter crítico-político. Después pasó a la escultura y el arte cinético —una corriente de arte en que las obras tienen movimiento o parecen tenerlo, por lo que suelen interactuar con elementos «exteriores» como pueden ser el viento o el agua— en los que experimenta y realiza objetos “solares” con prismas, lentes de fresnel, espejos, imanes, rayos láser y diferentes cuerpos suspendidos en el espacio.

Fue un hombre de convicciones ideológicas que están presentes en su extensa producción que comprende la escultura, la pintura de caballete y mural, incursiona más tarde en la gráfica digital. En 1950 ejecutó su primer mural con formas apegadas al realismo naturalista, estilo que más tarde abandonó. Su cambio del muralismo figurativo a la escultura abstracta, dijo, fue inevitable, las cosas van sucediendo y no se puede hacer toda la vida una sola cosa “el geometrismo es un paso adelante un lado de la abstracción pero no hay choque; el fenómeno constantes para el artista es el cambio”. En 1981 al realizar los murales de la facultad de ingeniería de la UNAM, recurrió a una expresión geométrica-abstracta que utilizaría de nueva cuenta en los murales de la capilla de la exhacienda de San Andrés Tectipan en el Estado de México. Estas obras vinieron a constituir algo así como el antecedente de los murales de la cueva de Huites, un largo túnel perforado en una de las montañas de la Sierra Madre Occidental, como parte de los trabajos de construcción de la presa hidroeléctrica del Río Fuerte, situado al norte del estado de Sinaloa; en 1992 inicia el proyecto y la termina en 1996, pintando más de seis mil metros cuadrados en la superficie rugosa de la roca, considerado como el mural más grande del mundo..

Su trabajo como investigador de la Coordinación de Humanidades de la UNAM a lo largo de más de veinte años, lo ha llevado a profundizar sobre el sentido del arte y el artista en la sociedad. Producto de estas reflexiones son sus libros: El viaje del Nahual de Tonacacíhuatl, 1989 o Cuadernos de Amaxac, 2006.

Promotor del ya emblemático Espacio Escultórico en Ciudad Universitaria. La historia cuenta que en 1977 diseñó el proyecto, con el apoyo del Dr. Jorge Carpizo, coordinador de Humanidades de la Universidad. Fue Silva el orquestador, propuso que hicieran obra insólita en términos interdisciplinarios. En ella participarían ecólogos, biólogos, escultores, arquitectos. Se trataba de una escultura monumental colectiva en la que participaron Helen Escobedo, que era la directora general de Artes Plásticas; Mathias Goeritz, profesor de la Facultad de Arquitectura; Sebastián y Hersúa, maestros de dibujo auxiliares en la Facultad de Arquitectura; Manuel Felguérez, y el Federico Silva. Así nació el Espacio Escultórico. “Nadie recibió dinero extra de su salario, era una obra regalada, con material del lugar. No existe en el mundo un espacio así, tiene una escala perfecta. Se convirtió en un centro ceremonial donde está resumida, en un lenguaje contemporáneo, una voz antigua de nuestra cultura. De verdad dan ganas de atribuírsela, pero no está bien, es como las pirámides, no están firmadas”, recordó en una entrevista realizada hace años en La Gaceta de la UNAM.

A partir de 1985 estableció su taller en Amaxac de Guerrero, Tlaxcala, transformando la ex fábrica de hilo la Estrella en una factoría de obras de arte, utilizando los más variados materiales de la región proporcionando una renovada presencia de la escultura en el arte mexicano. Ingresó a la Academia de Artes el 8 de julio de 1993. En 1995, recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes. En 1993, es nombrado Creador Emérito del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. En 2010, las Universidades de San Luis Potosí y la UNAM  le otorgaron el Doctorado Honoris Causa.  En noviembre de 2016 recibió la Medalla de Bellas Artes. Apenas el pasado 8 de noviembre fue nombrado como creador emérito en el arte contemporáneo nacional por el Congreso Local de Tlaxcala a propuesta de la Comisión de Educación, Cultura, Ciencia y Tecnología.

Su obra escultórica más importante se encuentra en Ciudad Universitaria, y a lo largo de su trayectoria realizó  más de media centena de exposiciones individuales y otras tantas colectivas, conservándose una cuantiosa obra pública en Baja California, Ciudad de México, Tlaxcala, en Kingston, Jamaica; en Washington, EUA; Tokio, Japón; Estocolmo, Suecia; Ciudad Real la Mancha en España; Ville de Pathenay en Francia. Su trabajo lo realiza en madera, aluminio, acero, cemento, fierro y piedra.

Algunas de sus más hermosas obras son: Ocho Conejo o “el chapulín” (1980, piedra volcánica. Sendero Escultórico, UNAM, CDMX); Aluxe de la Muerte (Plaza de las Tres Culturas, CDMX); La Muerte Presente (1988, concreto armado. MUAC, CDMX) y Serpientes del Pedregal (1986, piedra volcánica. Sendero escultórico, UNAM, Ciudad de México)

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