Rafael Cauduro nació en la capital de México el 18 de abril de 1950, perteneció a una familia de seis hermanos. Su padre era fanático del renacimiento italiano, tenia muchos libros y le heredo ese gusto. Helena, su madre, era cantante de ópera. Con mucha distancia entre las edades de cada uno, se acostumbró a jugar solo y pasaba muchas horas dibujando sin sentir, desde entonces, ninguna atracción por la escuela y padecía déficit de atención. En un minucioso estudio biográfico publicado en la Jornada, se precisa que el talento y las horas de práctica lo convirtieron en un gran dibujante. Tuvo una influencia para perfeccionarse: las obras ilustradas de La divina comedia con trabajo del artista Doré, lo que lo aproximó a un elemento fundamental de su obra: el erotismo. Discípulo de los jesuitas, sigue las humanidades y las artes; pero se vio obligado por su padre a estudiar la licenciatura en arquitectura y diseño industrial en la Ibero, estudios que abandonó a la muerte de su progenitor. En ese momento que decide ser artistas, artista autodidacta, independiente, encuentra su camino aparte, su propio estilo y se mudó a Cuernavaca, Morelos,
Desde hace unos ocho años una enfermedad sin diagnóstico le afectó el habla y le impedía sostener una conversación fluida, aunque su mente y memoria permanecían intactas, murió a los 72 años con una obra sólida de enorme fuerza como los murales que realizó para Un clamor por la justicia. Siete crímenes mayores ,entre ellos la tortura, el homicidio, la represión, el secuestro y la violación. que ocupa tres pisos del edificio de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, se trata de una impecable visión crítica de la justicia en México. “La justicia existe, porque existen los crímenes”. No sabía con exactitud cuál de los crímenes era el peor “todos son horrendos, decía, pero quizá el más simbólico sea los procesos viciados, la materia de los juzgadores, por eso hice la imagen de los archiveros con rostro humano, en cada expediente hay una persona humana, esos papeles son almas en espera, un drama que está en cada página que será un destino, y eso lo deben recordar todos los que se dediquen a la justicia”. El tema de la injusticia se quedó permanente en su pintura.
En la madrugada del 3 de diciembre fue precisamente el ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) Arturo Zaldívar, quien en su cuenta de twiyyer, daba a conocer la muerte de uno de los artistas visuales más importantes de México: «Lamento profundamente el fallecimiento del gran Rafael Cauduro. Una enorme pérdida para el arte de México. Su mural en la SCJN será un grito permanente en contra de las injusticias. Mi pésame y un abrazo solidario para Liliana, Elena y Juliana. Descanse en paz»
Cauduro exploró en la experimentación de materiales para su obra una necesidad de investigación, paso del dibujo a las primeras pinturas con aplicaciones de cera, a saber cómo lidiar con acrilatos o pigmentos sólidos, impermeabilizantes y otros materiales utilizados en la construcción. El estudio del arte clásico fue un paso importante, tanto como lo fue el paso posterior: el aprecio del arte comercial, el de la publicidad, el arte gráfico, el graffiti y, particularmente, el cómic.
Encontró su propia voz en las condiciones icónicas de los mensajes en los carteles publicitarios, los anuncios de rock, los vidrios rotos, las paredes que pierden segmentos de pintura; el vidrio para semejar el mármol fragmentado, los usos del color en los múltiples tipos de pigmentación, orientaciones de la luz para definir matices que emulan efigies de fervor religioso, los personajes como espíritus emergidos de las historias que los objetos podrían contar, en ocasiones como trazos perfectos, en otras como los estudios de borradores con materiales corrosivos, delineados en la idea de la perpetuidad que no llega; la madera despostillada era un lienzo, como los hierros oxidados de los vagones de tren, las fachadas viejas, los pizarrones, las telas o los azulejos partidos de los que surgen figuras de alguna memoria inaprensible, quizá sólo visible en la imaginación de Cauduro.
Se interesó por los objetos y su relación con el ser humano a través del concepto del deterioro. “Los seres se van y las cosas permanecen” afirmaba. Construcciones y objetos abandonados alcanzaron otra significación en sus manos, con nuevos habitantes. Grietas, yerbas o pinturas escurridas dan otro rostro a una casa, donde también están los fantasmas en el devenir del tiempo. La mujer que se recuerda sigue en una pared, capturada en el recuerdo que parece vivo. Hizo piezas donde combinó el arte clásico barroco con la modernidad en un estilo propio.
Su primera exhibición fue en 1976 en la Casa del Lago. En 1995 inauguró su más importante exposición en el Museo del Palacio de Bellas Artes, donde se mostró la obra de un artista con un estilo ya maduro.
Aunque la crítica de arte Raquel Tibol lo llamó hiperrealista, a Cauduro no le gustaba el término porque veía más su trabajo como una realidad y una ficción que conviven, en una especie de realismo mágico. Cuando representa a una figura humana en una de sus obras, no implica que sea la realidad, sino la huella, un fantasma que pudo haber quedado en ese momento. “Si acaso, es una mentira bien dicha, pero no tiene nada de realidad.”
El deterioro tiene un sentido de permanencia. Uno envejece, muere y el objeto puede seguir igual 200 años después, lleno de capítulos que una pintura puede captar. Algo nuevo es inerte, conforme se oxida se mancha, se humedece, entonces vive, tiene una historia qué contar, y le nace musgo, hongos, flores; experimenta su regreso a la naturaleza, poniendo en orden lo que las personas violentan. En su obra los seres humanos se integran con lo que las cosas son. De repente hay figuras que se vuelven parte de las paredes, de las maderas, de los muebles… Los seres humanos vamos de la vida a la muerte y los objetos van de la muerte a la vida. El camino de las personas y los objetos van en un camino opuesto, como afirma el artista. “Hay una paradoja ahí: nosotros nacemos vivos y cada día nos estamos muriendo; los objetos nacen muertos y ese deterioro es la vida de los objetos”. Lo que pinta no son seres de carne y hueso, sino seres huellas, las huellas del tiempo de lo que va sucediendo y vestigio de una vida. Seres que existieron en algún momento.
En su obra también son importantes como los cráneos de evocación prehispánica, los “altares celebratorios” del tzompantli .
Su exposición De ángeles, calvarios y calaveras, tuvo gran éxito en el Palacio de Bellas Artes en 1995, puso en su sitio la estatura de su arte con la atención de la crítica y el conocimiento de un público nuevo que abrazó para siempre el conjunto de su obra. Ésta ha andado el mundo.
En una entrevista su ex esposa, con la que tuvo dos hijas, que continuó siendo su representante hasta el final de su vida contó que Cauduro era tan obsesivo con cada obra que pinta, que por la noches pedía que llevaran a su cuarto el cuadro que estaba pintando y se dormía viendo la obra, soñaba con ella, y durante la noche, en el sueño, el cuadro conversaba con él y le decía que debía continuar pintando.
Su obra es una constante oportunidad de un nuevo e inquietante asombro con su propia poética. Cauduro es el autor del mural del Metro Insurgentes, titulado Escenarios subterráneos, de los metros de Londres y París; así como del mural titulado El Condominio, ubicado en Avenida Veracruz en la Colonia Roma.
Este año, la editorial Trilce publicó un libro que reúne más de 400 obras, bocetos y anotaciones inéditas que permiten entender cómo creaba el pintor. También se organizó la exposición “Un Cauduro es un Cauduro, (es un Cauduro)” en el Colegio de San Ildefonso, que celebró los 50 años de trayectoria artística y que se exhibió de febrero a junio del 2022 “con más 156 obras de uno de los grandes muralistas contemporáneos”. Una muestra a la que el artista no asistió por motivos de salud.
Este lunes 5 de diciembre recibió un homenaje póstumo en el Palacio de Bellas Artes.