Textos y dibujo: Wilfredo Carrizales
1
Sin garantía la fábula fluye. La habladuría se convierte en refrán. Los parlanchines son menos guardianes que el sacristán. Esperan ser sustituidos los confabuladores de un modo relatado. Y así se habitará lo habitual, a lo tardío, poniendo el aspecto externo en el vapor que se exhala. Los asuntos del hado nos tendrán inmersos en el agobio. Los bienes y los males buscarán sus puestos en la Hacienda. Ya la rapiña tiene sus dedos torcidos como la hoz sin el martillo. Los factótums se hacen señales con el fuego de sus cigarros encendidos. Aplastan los halagos al alto comisionado del dolo. Donde se contonean los fetiches se escuchan chillidos de marañones y el crimen procede.
2
En cada calle, un abismo, un hueco sin fondo. Resulta imposible realizar las abluciones y me abofeteo por confiado. ¿Y si llamo al abductor en calidad de abogado? ¡Que abuela a su abuelo! ¿Acaso no somos oriundos de donde se levanta el abrojo? No me molestaré por la bruma sobre el barco comido de broma. A los bromistas tales chanzas, cuales burlas. En seco, bajaré al mar para expresar mi hinchazón y para asolearme como un borrego abortado. No le temo al influjo del sapo en el puerto. Lo que él abrigue, yo lo abrevo, lo abrevio. Entre las olas flotan las putas.
3
Me retiro para no acceder. Accidentes ocurren a cada rato. Reconozco la autoridad del azar, su consistente camino. Le tengo aversión a los abyectos y sus proyectos de travesías por las avenidas del hampa. Mis aceras miran cuatro lados de las vías. Abro la boca, echo el aliento, pero no jadeo. Imposible que me apelliden Acerolo. La del juicio siempre me lo recuerda. Acierto al comprobar que lo egipcio es y será aciago. Me acordono los zapatos, mientas tanto el acordeón (¿o bandoneón?) de Astor Piazzolla me resuena en medio del pecho. (Los trabajos y las molestias siguen su curso en otra dirección). Tomo como propias las consignas de los ácratas, aunque me acribillen a la acuarela.
4
Regreso al paraje de donde emergí. Me encojo sin alterarme. Si los adeptos me acusan, no me excuso. Los adefesios poseen muy mala acústica. Mi mirada se adhiere a las caderas de las adolescentes y, afable, sonrío en mi condición de “aedo”. Yo que no cometo adulterio. No me dedico a afeitarme: desde el espejo un ogro puede agredirme. Quienes me aguaitan no me echarán el guante: soy aguador y chapoteo. Los gavilanes son mis augures y por ellos ahorro agudezas. Aquí, allí, ahí, ni me hinco ni me siento ahíto. ¡Aguarrás para las fauces de los esbirros!
5
Aeromancia para que no se aje mi vestido. Alambres para guindar a mis alacranes. ¡Alabados sean los dueños de tradicionales alambiques! Busco entre los peones a quienes robaron las armas del ajedrez. Les ajetrearemos las costillas de apolillados y bajo un álamo los untaremos con ajos. ¡Y los alardes de alaridos no alborotarán el vecindario! ¡Albricias al alba y el gallo en la alberca!
6
“Me has echado al olvido / has dejado de amarme…” Desde una emisora de radio me llega la voz de José Feliciano. Luego un locutor afirma que ha muerto en un accidente de tránsito. Más tarde, el mismo guitarrista y cantor ciego informa que el fallecido es su tocayo Cheo Feliciano. Por lo tanto, este año, de nuevo, se volverá a escuchar “¡Feliz Navidad, Próspero Año y Felicidad!” y todos los invidentes del mundo hispanoparlante esbozarán una sonrisa y la perra de José Feliciano podrá aullar a placer, hasta allende las medianoches decembrinas.
7
Gritos de caza en la casa del albacea. Del albayalde los albañiles no dejaron ni fruta blanca. El edicto contra los alarifes se dio a conocer, pero las claras de los huevos encolaron las aduanas. ¿Y la contingencia? ¿Las cartas a los banqueros… de las plazas? Los alcahuetes metiéndole el diente a las alcachofas; los alborotados tragando hicacos. Mis metales rodantes se mezclaron con el pedaleo y se alearon en el sentido más promisorio. “¡Alabad al señor W.!”, decían los salientes de los templos bárbaros. De otras cosas yo hablaba, mas el aleluya me perseguía, con fuerza, pertinaz. No deseaba más que tenderme sobre una alfombra y pensar en las mutaciones de las garrafas.
8
Bagazos y bagatelas en la mitad de mi avance. Bajé mi mano y me hurtaron el reloj pulsera. No descendí de la bicicleta para evitar que me dejaran en pelotas. ¿Y después cómo me despojaría de ese baldón? En una viga gruesa descubrí un bando de los bandidos: eché más barbas de las debidas y un viento me amarró y me sustrajo del peligro. Mi barriga se bamboleó entre el sur del Mar Caribe y las Antillas Menores y un portugués atravesó sus ramas de barro para aquietarme. A ese paso, volvíme asiento de una estatua del poeta Fernando Pessoa. Trascendente, fui emisario entre él y algún dios de la fatalidad. Empero, no renuncié a lo transitorio y mi personalidad tornóse en vocación.
9
No creo en cábalas, mas un jamelgo se cruzó en mi camino. Mis cabellos cabecearon, relativos y con dureza. Casi cupe en cada uno de mis seres. Todo lo anterior aconteció frente al cabildo y nadie se percató, incluido el síndico. Unos cachorros subsistieron a mis sospechas y se ocultaron para expulsar sus cagajones. (“Calandria que confortaba el paso del hombre aquél / que iba solo y no miraba…”). ¿Dónde me aguardaría el caldo de los lunes? En los senderos siguientes, sólo hallé callos, guisados en mis pies. Las campanas de la iglesia alborotaron los aromas de batata horneada. Cándido, sin candidatura, me desvié un tanto de mi ruta y solté mucho del tuétano de los huesos.
10
Añoraba el sitio donde se vive sin hacer nada. ¡Utopía en mí! Los caprichos a veces me extralimitan. Mi carácter de estilo marca con hierro dulce. De color terroso, por la prolongación al sereno, y entonces ansío una merienda con caquis. Lo principal consiste en que la boca del estómago no se abra con tanta recurrencia y muerda. Me concedo una gracia y caricatura no es. ¿En mi habitación todavía estará una manta peluda, regalo de la osada sin párpados? ¿Y mis trajes de casimir? ¿La casualidad los volvió cáscaras de cambur? Me lanzo, me precipito a través de mis cataratas y me privo de los líquidos espumantes de arriba: los que quitan la sed con categoría. Callado, mando todo a la porra. ¡Ce! Con celo me cubro el rostro con una malla: celosía que me retira y acerca las cejas.
11
Dado que rueda, lo acompaño y la suerte me hace idea en el juego. Con el tamaño de las tres falanges compongo mi lengua para mejor vertedero. Debo vendimiar también, desde alguna ventana, con venia o sin ella. No hay antídoto contra la evolución. Sin embargo, giro en una sola rueda y el manillar se colma de piñones para ser partidos. Mi dedo índice involuciona hacia los dátiles, pero éstos se internan en el datismo y me amargan el gesto. Es preciso que no trate a los débiles, porque puedo decalvarme. Delante me protejo de lo deletéreo y no aflojo para no laxarme. ¡No soy un dechado de virtudes y columbro la decrepitud! Dentro de mí derramo los tributos.
12
Desobedezco desnudo, aunque sólo yo lo sé, estando en movimiento traslaticio. El déspota despotrica y nos expropia los desvanes. Separo la diástole de la sístole y asisto al dentista en calidad de teniente de colmillo retorcido. Más diatribas vanas en la Asamblea de los nalgas flojas. Quisiera aplicarme temprano al pabellón con barandas y luego hacer la siesta con destreza. Aparto los dijes y no estimulo las digresiones. Me supongo que entraré en sospechas: los dirigentes ya se han diplomado y por nada del mundo me dispensarán la disnea. Se estrecha aún más el distrito donde padezco la indolencia, el abandono y la incuria. Si caigo enfermo regalo mis escasos dogmas.
13
Abandono el eclipse y después oigo su eco. Hiervo con la agitación de lo ecuménico. Tengo una edad que tiende a ser contracción de la eternidad. Lo que dura un día pasa a ejemplificar la salida de lo ineludible. Procedo a revestirme de espumas de retoños para empujar los adentros en su franqueza. Fuera de la obra envío señales de advertencia a los enemigos. En el entorno sobran los asuntos que me inspiran asco u horror. (El sonido de un fagot en una azotea no pasa inadvertido). Los fanfarrones han dado comienzo a su espectáculo y sus rostros remedan las payasadas castrenses. No son fieles en la balanza ni en la afirmación de la entereza. Me inflamo y alquilo un fuelle confortante.
14
Mientras leo la gaceta atraviesa raudo por mi costado Aquiles Nazoa. Va trepado en su tándem y va sonriente y va hacia la calle de las flores. Me lanza su “Caballo de Manteca” y lo atrapo en el aire y descubro que contiene abundante enjundia, pero no es pringoso. Aquí le marco el marbete y me nutro de su humorismo a lo Job Pim y, perentorio, relincho de la risa y emprendo la búsqueda de la “infanta” Infante para que me permita leer sobre sus pechos nada pueriles y comparta conmigo el goce y la exultación del equino aquileño que se desliza juguetón por las vísceras de sus páginas.
15
Más joven junio que mayo y el fasto así me lo estatuye. Anoto sus mensajes secretos que caen dentro de una cesta en una frutería. Junio fue el invento que antes yo fui y que ahora sénior derivo en letras, ayunando, pero no huyendo. Y también hay lo que digo en honor del sexto mes y no habiendo sido bruto elijo las calendas que le corresponden. Y asimismo afirmo que reina con cáncer entre los cangrejos y entra con el sol en el primigenio grado de la luz y el calor. Y que es de agua su naturaleza para podernos bañar bajo la luna llena, sin frío y sin humedad y con el ánimo de los hombres animosos que tienen el hígado y los pulmones como una jurada llama. Y que junta lo que se congrega con lo que allega y convoca a las gentes para conformarlas como imágenes ensambladas, como obras de carpinteros y entalladores y como entes alejados de la amenaza de las enfermedades. Y que trae júbilos por el nacimiento de codos, rodillas y muñecas y nuevos jugos de los cuerpos humanos para fluir encima de los jueves y los julepes y jurar ellos ante los diminutos jureles y juncos que serán peritos en derecho de vida y existencia.