Skip to main content

Daniel Hourdé (Boulogne Billancourt, Francia, 1947), uno de los artistas más emblemáticos y reconocidos en Francia por su obras en las que confronta lo abstracto con lo figurativo y lo sagrado con lo profano, llega al Museo de la Cancillería –República de El Salvador 47, Centro, Ciudad de México– en donde se podrán ver, a partir del 28 de julio, más de una veintena de esculturas, pinturas y dibujos, en los que explora la dimensión onírica de la relación del hombre con el mundo como una catarsis de la vanidad humana.

Esta exposición forma parte de las actividades culturales con las que los gobiernos de México y Francia buscan fortalecer sus relaciones diplomáticas continuando un intercambio que cuenta con una amplia tradición de reciprocidad bilateral. En octubre del 2020, y tras la contingencia sanitaria, en París se inauguró la inédita exposición “Los olmecas y las culturas del Golfo de México” en el Museo del Quai Branly-Jacques Chirac, una muestra que permitió al público francés conocer, a través de más de 300 piezas, a la civilización más antigua del continente americano florecida en nuestro país.

México y Francia establecieron relaciones diplomáticas el 26 de noviembre de 1826, y ambos países tienen profundas coincidencias en temas prioritarios de la agenda internacional, entre los que destaca la protección y difusión del patrimonio cultural que ha sido y continúa siendo una prioridad entre las dos naciones. Es en este escenario en el que se presenta la exposición de Daniel Hourdé, un artista que en 2016 convirtió los 155 metros del Pont des Arts, justo en medio del  Río Sena, en un espacio público colmado de esculturas monumentales a las que llamó “La pasarela encantada”.

“El cuerpo humano es el fundamento de la escultura”, ha dicho Hourdé.
En su técnica de modelado hay un conocimiento quirúrgico de la anatomía humana que le permite crear estas esculturas habitadas por gigantes sublimes, cuyos cuerpos atléticos y esculpidos de nervios evocan la tradición de los «desollados», una obra que está constantemente desafiada por la inclusión de motivos lúdicos, títulos divertidos e inserciones de la cultura pop, justamente para transgredir los límites.

 

 

 

Sculpture Daniel Hourdé

Algunas de estas piezas de este artista que inició como galerista y pintor, veremos en México, pero principalmente estarán sus esculturas sobre el cuerpo humano en las que penetra de manera trágica y lúdica, en la línea del cristianismo y el manierismo, su absoluta libertad.
Daniel Hourdé estudió pintura y dibujo en École des Beaux-Arts de Grenoble y París, pero se consagró a partir de los años ochenta esencialmente a la escultura, volvió intencionalmente a la técnica y los materiales tradicionales, como el bronce, las vanitas –género artístico que resalta la vacuidad de la vida y la relevancia de la muerte como fin de los placeres mundanos–, así como al realismo en el que encontró la mejor manera de dar cuerpo y alma a sus personajes, incluso si éstos estaban guiados por la burla o la ironía.

Daniel HOURDE. (hourdé) Galerie Agnes Monplaisir. 11/2013 © david atlan

“El cuerpo humano es el fundamento de la escultura”, ha dicho Hourdé.
En su técnica de modelado hay un conocimiento quirúrgico de la anatomía humana que le permite crear estas esculturas habitadas por gigantes sublimes, cuyos cuerpos atléticos y esculpidos de nervios evocan la tradición de los «desollados», una obra que está constantemente desafiada por la inclusión de motivos lúdicos, títulos divertidos e inserciones de la cultura pop, justamente para transgredir los límites.

Sus motivos recurrentes son: los esqueletos, la Cruz y la corona de espinas, la Caída y la Redención, los depositarios de las danzas de la muerte de la Edad Media o el visionario retablo de Issenheim… Hace convivir a sus personajes, atrapados en una acción existencial, con objetos actuales y cotidianos o evocaciones quiméricas; todo para invitar a una reflexión sobre la Vanidad del mundo.

“Como nuestros dobles mitológicos, vivimos rodeados de amenazas”, advierte Hourdé. Es por ello que sus colosos se parecen tan poco a las esculturas del siglo XX.

La esbeltez de sus figuras son una torre de carne que nos lleva a imaginar quién tiene posibilidades de ir al paraíso y quién inevitablemente se hundirá en el infierno; su mundo está atrapado en esta indefinible lucha interior.

En esta «pasarela encantada» –como el espejo de tamaño natural que es sostenido por dos esqueletos donde se conjunta muerte y narcisismo– hay un espectáculo ofrecido por un séquito de semidioses y diosas, todos, prácticamente amenazados.

Sus esculturas, advierte, no deben leerse como representaciones de una realidad; al contrario, están ubicadas en el limbo de sus emociones.

La ruta exterior para esta exposición inicia con una barca de bronce, formada por componentes humanos, animales y vegetales, que parece prestados por Dante en compañía de Virgilio cuando cruzaron el Estigia –el límite entre la tierra y el mundo de los muertos– para presenciar los sufrimientos de la humanidad; o bien puede ser el arca de Noé, o una evocación de los refugiados. Se trata de una estructura metálica con mil 400 dibujos, en la que se puede ver de la misma manera el descenso al infierno que el ascenso al paraíso.

Está también sus motivo de la Corona, que ha retomado y explorado durante varios años, como un metáfora del mundo dañado por su propia vanidad; realizada con un material brillante que permite al visitante ver su reflejo, así como el de la ciudad que se agita a su alrededor; el artista busca mostrarnos también nuestra arrogancia de una Tierra que creemos eternamente nuestra.

En otra de la salas veremos su Vía crucis: los momentos vividos por Jesús de Nazaret desde su captura hasta su crucifixión; aquí la culpa se codea con el perdón, la cruz representa la salvación tanto como la negación, un Cristo nos tiende su corona, su columna inclinada, hastiada por la ingratitud humana. Personajes bíblicos o figuras humanas en un mundo de ficticio donde las personas pueden reconocerse.

En un salón dialogarán sus dibujos, algunos que fueron hechos durante el confinamiento, porque como casi todos, Daniel Hourdé se encontró repentinamente solo, trabajando en su estudio en el centro de París sin modelo ni asistente. Se dedicó entonces al dibujo y realizó representaciones de flores al carboncillo; pensó en Vincent Van Gogh y sus lirios magnificados, y dio cuerpo a flores blancas y negras pero con pétalos pesados, venenosos y sensuales.

 

Daniel Hourdé vive y trabaja en París. Su obra ha sido expuesta tanto en galerías y ferias de Francia como en otros países de Europa; África, Rusia, Brasil y Estados Unidos.

La Secretaría de Relaciones Exteriores expondrá a partir del 28 de julio una veintena de esculturas, pinturas y dibujos de Hourdé, que se podrán visitar en el Museo de la Cancillería, ubicado en la calle República de El Salvador 47, centro de la Ciudad de México. La entrada es libre.

Acerca del autor

Leave a Reply