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Actualizado: 15 feb

. Frente a los cuadros de esta Expo, uno no puede quedarse inmóvil. Conviene alejarse y aproximarse a la obra para sentir la vibración de las texturas, y luego deambular a lo largo de las obras como su estuviera uno en un bosque tupido en el que brotan señales de luz, precisamente el bosque de Agua de Paxtle, Oaxaca, el pueblo de Filogonio García Calixto. Hay un ritual sugerido, saborear el bosque es como catar un buen mezcal, poco a poco y con consciencia. Debajo de cada punto de color hay siete u ocho capas, nos cuenta , para lograr la profundidad de campo y el aspecto de sorpresa a través de la confrontación de tonos. Los blancos evolucionan : en los Rosales son tiernos y precisos en el contorno de las rosas, se parecen al rocío, mientras que en Cascada y otras obras son espectrales. En otro cuadro de esta celebración del bosque surge una avalancha de amarillo que deslumbra y parece desbordar el marco. La exhibición trasmite una impresión de fuerza tranquila, de serenidad y de placer no exento de un deje de humor, con figuras humanas que se esbozan y ciertas violetas casi pecaminosas… Dice el pintor mazateco: la pintura que he realizado me nace y me gusta. No es ningún esfuerzo ver el bastidor y como cambia. Me motivan los caminos en el bosque, me da sensación expresarle por mí mismo, expresar también el desconocimiento cósmico. Confia también que espera que la gente que conozca su trabajo vaya a conocer su pueblo. Volver al cuadro la Cascada ( ver foto ) es evocar otro universo, la fusión entre el vegetal y el mineral, como si los ramos de árboles en el primer plano fueran piezas de hierro o la engastadura de una perla. Reflexión y emoción se mezclan. Se le puede decir a Filogonio García Calixto lo que le escribía Clemenceau a su amigo Monet en 1922: Mis ojos necesitan su color. ¡Pinte, pinte siempre, hasta que la tela reviente!

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