“Llegamos todas”, el mantra con el que tomó la presidencia de la república la doctora Claudia Sheinbaum sólo puede ser una figura de lenguaje porque las 65 millones de mujeres que hay en México no caben en palacio nacional, aunque este pregón está lejos de ser solamente una frase publicitaria porque el efecto mujer en la silla presidencial se ha sentido en las 13 gobernadoras que habrá a finales del 2024 y en el crecimiento exponencial que ha tenido el número de alcaldesas, diputadas, senadoras y regidoras del país.
Pero hablando de la cocina, el sótano, la bodega, el mingitorio que ocupa el teatro en el interés gubernamental…, los hombres lloran, sobre todo los autores dramáticos que siguen consternados porque las siete becas disponibles para escribir teatro en el Sistema Nacional de Creadores de Arte se las dieron a siete mujeres y ningún varón, no de título sino de género. Aunque entre los pedinches del género masculino estuvieron autores laureados y multipremiados, y estaban dos señores y una mujer en el jurado, ganaron ellas, no solo porque cinco de las autoras son irreprochables y las otras dos joyas ocultas, supongo, al no conocer su obra, sino en virtud de que hay un cambio de paradigmas en las premiaciones del FONCA, como todos seguimos llamando al estímulo correspondiente.
Una de las poquísimas ventajas de ser viejo, en mi caso, es que como hombre de tinta y hombre de teatro fui testigo del nacimiento y evolución del FONCA que se fue democratizando sin perder la intención central que impulsó a Octavio Paz y sus allegados a la creación de este: la meritocracia artística. Gracias al concepto hubo creadores individuales y colectivos de teatro que recibieron el apoyo de los fondos públicos innumerables veces porque las bases del FONCA nunca pusieron un limite al respecto. Y sobre todo en el caso de los colectivos, fue la mejor manera de apoyar la formación de agrupaciones estables para cumplir con la premisa mayor del teatro emergente; crear públicos. Eso hicieron los mejores núcleos de producción escénica solo para descubrir que sin el apoyo institucional esa labor estaba comprometida porque el público que crearon nunca fue el suficiente para pagar los gastos de producción de los grupos.
Yo tuve mi última beca del FONCA en el 2019 cuando el presidente López Obrador ya estaba destruyendo fideicomisos como el FONCA, y un año después fui jurado y me extrañó que el discurso de igualdad de género que ya era una bandera de Morena no se aplicara a esa premiación. El caso es que hay un relevo generacional en la presidencia de la república, en cultura, en el Fonca, en los jurados y en los beneficiarios. Tan inevitable como el paso del tiempo. Ya mamamos mucho tiempo esa teta los antiguos y es hora de que nuevas generaciones reciban el estímulo del dinero público para vivir tres años como la oruga que se convierte en mariposa, es decir, en un individuo capaz de vivir de su escritura. Aunque al final del periodo descubra que las becas tienen un problema tremendo: se terminan.
Dice la historia con mayúscula que lo único que no se debe hacer con el poder es compartirlo. De ahí que los hombres subyugaron sin miramientos a las mujeres la mayor parte del tiempo histórico, esto es, registrable. Mas toda opresión termina por generar la liberación de la víctima. Entre tanta faramalla por el empoderamiento de las mujeres en la vida pública, se pierde de vista el fondo de esa trasformación. ¿La mujer será más justa, más ecuánime, más generosa, más inteligente, mas productiva, mas honesta, menos vengativa, menos corrupta, menos arbitraria, menos criminal, menos arbitraria y mas democrática que los hombres, sólo por ser mujer?
En todo caso, hoy y aquí la cancha es suya, suya es la pelota, suyo el juego, suyo el árbitro. El inconveniente que yo le veo a ese triunfo histórico es, mejor dicho, son, sus compañeros de partido.