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Medio siglo de saludo al sol no hace una tradición, a menos que esa costumbre sea parte de un rito ancestral que viene de los tiempos en los que el ser humano comenzó a caminar en dos plantas y pudo mantenerse erguido mirando el milagro del amanecer. Hace 50 años el maestro Nicolás Núñez comenzó a elucubrar que el teatro que él quería hacer debía religar al hombre, el Ánthropos, con el cosmos, y así surgió el teatro Antropocósmico que más que un concepto es la búsqueda de esa otredad de nosotros mismos que el artificio artístico ha intentado desde las pinturas rupestres.

Me ha tocado el privilegio de participar directa o aleatoriamente en el nacimiento, el desarrollo y la perseverancia del Taller de Investigación Teatral de la UNAM que ha librado cruentas batallas burocráticas para no abandonar la Casa del Lago del Bosque de Chapultepec en donde los primeros compinches de esa cofradía fuimos, sin saberlo, los adelantados del saludo al sol en nuestro medio, pues maese Luis de Tavira lo comenzó a utilizar con sus alumnos 10 años más tarde sin dar una sola mención de maese Núñez porque sabemos que el apotegma de los jesuitas dice que mas vale pedir perdón que pedir permiso. Aunque tampoco ha perdido perdón, claro está.

Si algo me asombra de la marginalidad en la que ha funcionado por medio siglo el TIT de maese Nicolás Núñez es que luego de 50 años de labor ininterrumpida y de varios blasones internacionales, su trabajo siga en las orillas del Sistema. Pero apenas digo lo anterior y me alegra que siga siendo un teatro para iniciados porque ya solo aquello que tiene un millón de seguidores es digno de considerar. Y no, la contraparte de esa masificación de los actos humanos es el retorno a la intimidad de la cofradía en donde tu eres In Lak’ech, o tu eres yo, para decirlo en maya y anunciar que esta “transformación” será una de las actividades con las que el TIT festeje su medio siglo de existencia, del 16 de marzo al 23 de abril en el Jardín Escénico del Conjunto Cultural del Bosque de Chapultepec que es hábitat natural de estos adoradores del astro rey.

He repetido tantas veces que no hay otro director de teatro en la nopalera que haya tenido una lista de maestros que van de Héctor Azar y Herbert Darien a Jerzy Grotowski, Lee Strasberg, Richard Schechner, Peter O’Toole,  Herbert Berghoof y Antonio Velasco Piña entre los más destacados, que sólo debo agregar que en sus viajes a diversos rincones del mundo, entre ellos los montes Himalaya, sin duda maese Núñez encontró a muchos “yo soy tu”, pues quien anda por las veredas de lo insólito suele toparse con lo increíble, ése tipo de cosas que ponen a prueba la realidad, o mejor dicho, que nos enseñan que lo real también puede ser extraordinario.

Esa ha sido la ambición de maese Nicolás Núñez, ligar la realidad con su trascendencia que no puede ser otra que la iluminación del instante. Solo en el realismo mágico las muchachas vuelan al más allá envueltas en sábanas. En el mundo real hay que parar el pensamiento para lograr el silencio interior que nos devela el campo de energía que imagina la física cuántica. En verdad os digo, camaradas, que luego de muchos años de trote, de mirada abierta, de respiración adecuada, de tambores tibetanos y del sonar de los ayoyotes y del caracol, hay instantes eternos, aquellos que durando unos cuantos segundos y nos abren la puerta de la percepción para contemplar el mundo como es en realidad: un tejido de luz en el que cada uno de nosotros es una chispa de vida.

Tal vez por eso pesa menos la marginación, el desdén y la incomprensión de una experiencia dramática y existencial que utiliza ciertas dinámicas del teatro para pasar al plano siguiente que es el de  del silencio interior que propicia la revelación del mundo. Confieso que aquí está uno de cogollos del teatro Antropocósmico porque sólo maese Nicolás y sus discípulos se ejercitan a diario para ello, mientras que el espectador ocasional sólo puede llegar a la entrada del Misterio. Teatro para iniciados, pues, que sin embargo puede llevarnos a nuestra propio In Lak’ech, esto es, a tratar de que yo sea tú y tu seas yo.

Sólo queda añadir que Mese Nicolás Núñez no ha transitado solo esta experiencia de medio siglo. Sin Juan Allende, Helena Guardia, Ana Luisa Solís y Eva de Keijzer, para no mencionar a sus discípulos que son hartos, estaría solo. Y no, Su teatro acaso no sea un éxito de público, pero no está sólo, tiene al otro.

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