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Manuel Becerra Acosta cofundador y director del diario unomásuno no aprobaba el liberalismo de Mario Vargas Llosa y sin embargo me encargó entrevistarlo porque en 1985 estaba en México para promover el estreno de su obra de teatro La señorita de Tacna en el Teatro de los Insurgentes con Silvia Pinal y Margarita Galia dirigidas por José Luis Ibáñez. Fue una entrevista formal en el desayunador de un hotel de lujo donde me avasalló el torrente verbal del escritor y no pude poner en cuestión la eficacia dramática de su discurso escénico que me pareció intelectual y aburrido. Tuve que esperar 12 años para conversar con él nuevamente en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, precisamente la de 1997 cuando la FIL cumplía sus primeros 10 años de vida y uno de sus blasones era la presencia del escritor peruano que ya se había convertido en compinche de Raúl Padilla, fundador y presidente de la feria y el cacique cultural más conspicuo del entre siglo mexicano, quien sabía agasajar a sus invitados especiales como es debido.

Ya Luis Enrique Gutierrez Ortiz Monasterio, el singular y difunto dramaturgo tapatío, LEGOM, me había hecho la crónica de las cenas que daba en su casa su tío lejano y exrector de la UAG para darles la bienvenida a los escritores de renombre y su corte de admiradores y lame plumas. Era la oportunidad de cruzar por lo menos pasillo con los pesos pesados del Establishment cultural y en el caso de los periodistas de lanzarles alguna pregunta a bocajarro aunque teníamos advertido que ahí no era el lugar para hacer entrevistas ni siquiera para pactarlas. Para impedirlo estaba la tropa de asistentes del presidente de la Feria formada mayormente por jóvenes y diligentes mujeres. Eran los 90 y era evidente que ahí los hombres mandaban y que las mujeres estaban como posibles trofeos de los famosos. Salvo si eras más famosa que ellos como Ofelia Medina que provocó una expresión callejera que tuvo mucho eco en Guadalajara porque cuando Padilla lució a la Medina en las puertas de la FIL le gritaron: “¡Padilla, podrás con el alcalde, con el gobernador, hasta con el presidente pero esa mujer es mucha pieza para ti!

El caso es que vi al autor de La guerra del fin del mundo en la fiesta de Padilla rodeado permanentemente por un coro de hombres y mujeres embelesados con su presencia y embriagados por sus palabras. Como el futuro Premio Nobel era mi objeto de observación pude ver tres estados de ánimo en las casi cuatro horas que duró su sortilegio. Llegó cansado, somnoliento, como si lo hubieran sacado de la siesta. El primer y segundo guisqui los tomó despacio, respondiendo brevemente alas preguntas de sus corifeos. Al tercer trago se le borró el cansancio de la cara y comenzó a desplegar su dominio de la plática y a mirar con mas detenimiento a las mujeres que lo adulaban. Al final de este periodo de la noche su monologo era brillante y tenía prácticamente a la multitud de invitados pendientes de su elocución, que terminó por el llamado de su vejiga para tirar el líquido que lo había animado. Cuando regresó buena parte de los comensales ya estaban en su propia fiesta y aunque el escritor peruano nacionalizado español siguió siendo el centro del convivio la desinhibición de sus admiradores cambió el trato respetuoso y comedido por el mexicano apapacho de los beodos y el escote mas bajo de las mujeres, por decirle así a la abierta tirada de calzón que la lanzaron algunas de sus admiradoras. El escritor que a los 19 años se había casado con su tía Julia 10 años mayor a la que dejaría por Patricia la sobrina de su tía y por lo tanto su propia prima, entró un momento en el juego pero ya no era el joven escritor de La casa verde sino el maduro literato con 35 años de escribidor y 61 años bajo la piel del cuerpo. Así que luego de una confidencia con Padilla desapareció como por arte de magia bajó una nube de asistentes.

EN LA FILA

No recuerdo su nombre ni su rostro pero aquella encargada de prensa de la FIL era contundente: “Me vale un pito que vengas del Reforma, o tomas la última entrevista de hoy o te quedas sin nota”.

– Pero es la número diez, Vargas Llosa estará hecho polvo.

– Es lo que hay. Ayer te dije en la fiesta que a las 9 de la mañana se daban los turnos y son las 11.

– Es que…

Afortunadamente mi acompañante para grabar la entrevista era una mujer muy bella que esa media mañana iba despampanante y con un vestido negro que distrajo seguidamente al escritor de Pantaleón y las visitadoras, así que me formé en la fila y nos sentamos a esperar el último turno jugando a ver que era más rápida, mi mirada o el abrir y cerrar de sus piernas. Ganó ella y me quedé con la duda de si traía o no ropa interior.

Don Mario se tiraba tres entrevistas seguidas y pedía un descanso de 10 o 15 minutos. Al tercer descanso ya había respondido preguntas por 270 minutos porque se habían pactado un máximo de 30 minutos por medio informativo. Al despedir en la puerta del recinto de la FIL al noveno interlocutor Vargas Llosa lucía visiblemente aburrido y al ver que faltaba un fulano le dijo por lo bajo a la guardiana de la puerta si podía pasar de largo.

– Pero es del Reforma, arguyó la camarada de prensa.

. ¡Ah, exclamó sonoramente el futuro Premio príncipe de Asturias, deme cinco minutos.

LA ENTREVISTA

Entrando le dije al entonces impensable esposo de Isabel Preysler si no prefería que fuéramos a tomar una cerveza para refrescar la boca y la cabeza. Sería lo mejor pero tengo una comida en 30 minutos, respondió, y la bella joven de negro prendió la grabadora. Fue un repaso generoso -duró 45 minutos- sobre temas que aun no eran lugares comunes de su trayectoria intelectual como la influencia que Sartre tuvo en la invención de La ciudad y los perros, su primera novela, y cómo esa admiración entró en crisis cuando Sartre y Camus protagonizaron uno de los pleitos del vecindario intelectual de París más atractivos de la época, al menos para las élites intelectuales de la mitad del siglo XX en Europa. Porque siguiendo uno de los postulados de la filosofía existencialista había que tomar partido, y admirando a Sartre aquel incipiente novelista apostó por el hombre rebelde de Camus.

En otro campo, al revisar el boom de la literatura latinoamericana en Hispanoamérica dijo algo que vale la pena replicar porque es un juicio de valor -literario- sobre Rayuela, de Cortázar, que pocos compartían entonces y ahora:

“Por ejemplo, en un cursillo que di hace unos años incluí el reino de este mundo, de Alejo Carpentier del que tenía un buen recuerdo pero que de ninguna manera consideraba una obra maestra, y lo es. Me ha pasado, en cambio, con Rayuela de Cortázar, que todos consideramos una obra absolutamente revolucionaria, descubrir que hoy en día es mucho menos renovadora desde el punto de vista de la forma, que los cuentos de Cortázar” (1).

Me alegró escuchar de una boca tan autorizada la misma opinión que yo había expuesto para el escándalo de mis amigos y sobre todo de mis amigas enamoradas de la Maga o de Horacio Oliveira, los protagonistas. Esa satisfacción se nubló un poco cuando al final de la entrevista el escritor nativo de Ayacucho comentó que a pesar de las criticas él seguiría escribiendo teatro porque había temas que le pedían a gritos el tratamiento dialógico del arte dramático. Seguramente no recordaba que mi nota sobre La señorita de Tacna 12 años atrás no fue nada favorable, pero igual me di por aludido para sentirme importante.

Más que su giro a la derecha lo que lamento como un lector que halló en sus libros, sobradamente en La guerra del fin del mundo. una revelación ontológica, es que en sus últimos años negó con su conducta todo lo que había escrito y parlado sobre el mal de nuestro tiempo que es la frivolidad que ha convertido a la cultura en un espectáculo, como se titula uno de sus ensayos. De la editorial Alfaguara que publicó varios de sus grandes libros a la revista ¡Hola! hay un salto al abismo que solo se explica por la complejidad del cerebro humano. Para paliar este mal sabor de vida termino con la respuesta que me dio en la FIL a esta pregunta:

– ¿Cómo ha cambiado la literatura de Vargas Llosa?

“¿En qué forma ha cambiado? No lo sé. Pero tiene que haber cambiado porque yo he cambiado. Han pasado muchas experiencias por mí, he conocido mucha gente, he leído muchos libros, he cambiado de manera de opinar y de pensar sobre muchas cosas, todo eso tiene que reflejarse en lo que escribo. Creo que todo escritor por más que se haya renovado, que se haya trasformado a lo largo de su vida siempre continua una cierta búsqueda que tiene que ver con alguna problemática personal que está en el origen de su vocación, pero eso se ve mejor a la distancia, eso lo ven mejor los lectores” (2).

 1Telón de fondo, Colección Periodismo Cultural del CNCA)
2.Ibid

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