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Medio siglo de pisar por primera vez un escenario, 30 años de Pescar Águilas y 15 primaveras de lograr el delirio de un Rinoceronte que soñó desde muy joven con hacer teatro y enseguida con tener un foro propio para que no estuvieran chingando, vocablo que sintetiza la batalla que ha dado Jesús Coronado y su tribu desde San Luis Potosí para hacer un teatro que permita ver la realidad con los rayos equis de la ficción que muestra las fisuras del cuerpo social…, y del propio.

Acaso una de las bondades del tiempo es que cuando lo hemos fatigado por décadas eso que llamamos historia la podemos contar en primera persona porque en el caso de Jesús Coronado sus padres -que fueron maestros de escuela- le dieron la llave de su futuro; los libros. Cuenta Jesús que la lectura lo llevó en mayo de 1975 al segundo encuentro nacional de teatro de CLETA organizado en San Luis por el grupo insignia del teatro contestatario de esa región del país; Los Zopilotes de los hermanos Betancur, y que ahí vio un monólogo titulado La rata del grupo La brigada popular de teatro que lo dejó tocado y con suerte porque al grupo le faltaba un actor e incorporó al joven estudiante que escribió y representó un divertimento que tomó a sus maestros de secundaria como personajes de su fábula logrando que sus mentores enfurecieran al reconocerse en la parodia  pararan la función y desalojara el recinto, así que ahora podemos decir que el de Jesús Cornado fue un destino manifiesto.

Hay 20 años de distancia entre pisar por primera vez el espacio de la invención artística y darle sentido a esa pisada. El 17 de mayo de 1995 se estrenó en el histórico teatro de la Paz de San Luis, Pescar Águilas, una paráfrasis de El pupilo quiere ser tutor, de Peter Handke en donde el autor alemán -que por esos años ya provocaba admiración internacional- reflexiona sobre el abuso del poder y la imitación de ese atropello, en un discurso de acciones más que de palabras en las se manifiesta el despotismo del mentor sobre su discípulo y el afán del pupilo por superar al maestro. Esta lucha de poder ficticia pero real propició no el encuentro sin la fusión de dos vidas paralelas: Enrique Ballesté y Jesús Coronado le dieron nombre y fama a un animal que espanta por su fortaleza, el Rinoceronte, pero enternece por una cualidad inimaginable de la bestialidad: el amor.

Aquel montaje fue un hito para el teatro regional porque Enrique y Jesús supieron incorporar la atmósfera interna y externa de su matria a la helada ficción teutona, pero aprovechando esa contención para huir de la carga emocional del teatro provinciano. Yo aún recuerdo a Coronado y a Ballesté pescando águilas y dando pie a una trayectoria que los llevó a cumplir el sueño y la pesadilla de todo hombre de teatro: hacerse cargo, esto es, tener su teatro. El Rinoceronte enamorado ya había administrado el teatro del Seguro Social en San Luis padeciendo las interferencias burocráticas y la buena y mala leche de la tramoya sindicalizada, y por lo mismo debía luchar para conseguir el ideal de todo colectivo: un espacio propio.

Y vaya espacio que se consiguió la dulce bestia con la asesoría de Maese Alejandro Luna y apoyos institucionales del estado y la federación. A partir del estreno de Pescar águilas en el 2009 hí se vieron y se verán espectáculos sin otra limitación que la de los creadores porque si algo practicó la familia Coronado en esos tres lustros fue la libertad de expresión y de repertorio. Jesús y sus hijos Edén y Caín y como autora su hija Eurídice, abrieron un abanico dramático que va de obras propias a los clásicos de ayer y de hoy, teniendo como norma la experimentación escénica y el riesgo artístico.

Otra característica del Rino fue abrir su maravillo espacio a inventores de ficciones como Mauricio Jiménez que trabajó como director y también como actor en El mal, montaje que mereció viaje a Bélgica y España. En la calle Carlos Tovar 315 del centro histórico de San Luis vi la expedición escénica que hicieron del Macbeth Laura Almela y Daniel Giménez Cacho, quienes aprovecharon literalmente el inmenso espacio del teatro a la Bauhaus para desplegar una energía actoral que agotaba al espectador de tanta intensidad.

Se terminaron las subvenciones y el Rino tuvo que replegarse a la realidad sin renunciar a su esencia que es la de pescar águilas a pesar de que no abundan en los gobiernos morenistas mas aptos para el huachicoleo y la voluntad de poder que para la cultura artística. Pero queda el testimonio de aquel estudiante de secundaria que halló en la ficción dramática el escudo y la espada para dar la pelea por un teatro que revelara lo que oculta el poder por pequeño que sea. Trump es el epítome de la prepotencia a la Ubu Rex. pero hay tiranos insignificantes que no soportan el vuelo del águila. Jesús Coronado, como cantó tu brother Enrique Ballesté, eso de jugar a la vida es algo que a veces duele, pero en ese juego tu has cantado tu canción. Qué más, Jesús, qué más.

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