DANIEL HOURDÉ EN EL MUSEO DE LA CANCILLERÍA
Al anunciar esta exposición, Daniel Hourdé dijo: “- Hay una correlación evidente entre mi trabajo y la cultura mexicana. En general compartimos la misma obsesión por la muerte” y precisó que se refería tanto a las iglesias como al arte popular de las Catrinas y del papel picado. Varios de sus rostros deformados por un rictus o una expresión de angustia se asemejan muy fácilmente a las calaveras, confesó también. Con esto parece que estamos en un terreno conocido. Sin embargo , este artista muy singular nos reserva muchas sorpresas, con una obra marcada por la ambigüedad voluntaria, numerosas paradojas , una representación del deseo y del duelo impregnada profundamente tanto por el cristianismo como por la lucidez profana , todo eso dominado por una impresión de incertidumbre y de desequilibrio.
Su arte y sus técnicas son clásicos , de manera voluntaria y totalmente deliberada. Al mismo tiempo, gracias al dominio de la forma, se introducen figuras e intenciones como en el manierismo en el siglo XVI . En este momento la deformación ,el juego y el doble sentido son en el fondo las afirmaciones de una nueva libertad del artista que quería expresar sus propias sensaciones y dejar de obedecer a las consignas eclesiásticas o de la monarquía, como venía sucediendo en el Renacimiento.
Al entrar en la exposición , hay una barca en bronce . Constituida por elementos animales y vegetales, nos llevará simbólicamente por un recorrido iniciático que se puede asemejar a una performance o un ritual, con una clara narrativa de la muerte y sus avatares.
Nos reciben unos gigantes ,personajes con músculos hiperbólicos que llaman la atención . En la época medieval representaban una figura paterna, famosa tanto por su apetito de comidas como de saber intelectual. Eran nobles , en lo que se llama el pantagruelismo. Pero era también malos como los ogros, terribles como el Golem quien , creado para proteger su pueblo, se había vuelto loco, o los gigantes atacados por Don Quijote. A los personajes de Daniel Hourdé les sobran músculos, están estirados de manera sobrenatural, pero les falta equilibrio.
Si no se les ve la cara es porque representan la humanidad entera. Son como nosotros , oscilan entre la vida y la muerte. Los pequeños bronces, en cambio, presentan personajes de la saturnales antiguas o de los festejos carnavalescos; son por ejemplo un espantapájaros o un esgrimista cuyas expresiones nos hacen pensar en una parodia de los rituales religiosos de la cosecha o de los divertimentos de la nobleza. En estas fiestas estaban siempre presentes la muerte y la resurrección, las sucesiones y la renovación, especialmente en tiempos de crisis o de trastornos, como lo muestra M. Bajtin en “La cultura popular en la Edad Media y en el renacimiento.”
En la pasión de Cristo, se afirma la dimensión espiritual a través de los tormentos de Jesús , con sus movimientos convulsivos y sus contorsiones exacerbadas. La tensión se manifiesta en sus miembros cuya carne casi desapareció para dejar sólo venas y músculos.
El dibujo tiene mucho aplomo, seguridad, intensidad gráfica, nos conmueve por el dolor que expresa y también por unos gestos casi extáticos que nos recuerdan los cuadros de los mártires cristianos. Pensemos en San Lorenzo en la parrilla o en San Sebastián acribillado. Es notoria la presencia de velos y de tejidos oscuros que desvelan y revelan. La figura de de la caída, tan importante en el cristianismo y central en la obra de Hourdé, es también muy dinámica y acorde con los temas de la incertidumbre y de la muerte, con la sensación de que Cristo y la humanidad a través de él están “ en vilo”, como suspendidos en su destino.
La representación se integra a unos motivos geométricos, círculos, cruces, volutas, vueltas concéntricas, sensuales que desconciertan y terminan por rivalizar seriamente con el motivo inicial , lo que puede asimilarse a una tentación abstracta que se manifiesta por otra parte en dos de las pequeñas esculturas.
En la renunciación o renuncia vemos a un Cristo que parece ofrecer su corona a quien la quiera, como si estuviera cansado de la ingratitud humana. es una de las figuras del abandono pero la renunciación cristiana consiste también en privarse de sus bienes terrenales y de sus placeres para dedicarse a Dios, otra ambivalencia con las que parece deleitarse nuestro anfitrión.
Y en la parte final la muerte tira el mantel sobre una mesa inexistente . Se tira la toalla. Como en el espejo con los dos esqueletos, hay un tono metafísico contrapuesto con un aspecto lúdico : Narciso que se ahoga en su reflejo y los esqueletos al servicio de la belleza. En la narrativa del mantel hay a la vez la idea de tabula rasa, la de terminar con todo, y al mismo tiempo la simple travesura de la muerte que se aburrió , muy al estilo de Luis Buñuel.
Hourdé trata también el concepto de Vanidad, que pertenece a otra escuela de pintura,un siglo después del manierismo, marcado claramente con la frase del Eclesiastes: “Todo es vanidad y un correr tras el viento”, que presenta como vanos todos los placeres humanos, ya que son frívolos y la muerte inexorable.Más vale pensar en Dios y prepararse.
La vanidad se verá más particularmente en el espejo Psyché evocado arriba, pero está omnipresente. La proeza de Hourdé es que, en vez de representarla de manera clásica con un bodegón y una calavera, la integra a sus cuerpos manieristas y barrocos, saltándose de manera insolenta unos decenios de años pretéritos entre dos siglos, realizando una fusión de los dos a la manera moderna.
En un ensayo muy perspicaz sobre el artista , Dominique Baqué nos desvela sus múltiples facetas y paradojas: “ Cristianismo y paganismo, tragedia y sentido agudo del humor, muerte y erotismo, inscripción en el clacicismo e irrupción de motivos prestados de la cultura pop:( …)Hourdé es sin duda un artista atormentado, lo cierto es que es un artista total( …) que se sitúa en “ otra parte”, eminentemente singular”.
La corona es uno más de los elementos constitutivos de su imaginario . Se inscribe en la misma problemática de la creación y la destrucción.Es el símbolo del poder terrenal, y es igualmente la corona de espina que los romanos pusieron a manera de burla en la cabeza de Jesús cristo. Aquí resplandece pero también fue quemada, se va a romper, su resplandor flamigero es el de las llamas que empezaron a devorarla. Como un puente entre escultura y poesía, entre Europa y América latina, como un eco a esta corona de Hourdé, se pueden citar estos versos del peruano Cesar Vallejo en “Trilce” , en los que el resplandor se mezcla al dolor cristiano en la cruz:
¡Luna! Corona de una testa inmensa
Que te vas deshojando en sombras gualdas!
Roja corona de un Jesús que piensa
Trágicamente dulce de esmeralda.
En esta oposición entre el resplandor y la decadencia, la gloria y la consuncion, aparece una gran paradoja del arte religioso o moral : si todo es vanidad, la cualidad estética es también fútil y debe rechazarse, pero es útil para hacer pasar el mensaje, ya que el espectador debe ver la obra para meditar.
En esta exposición, en este viaje se confrontan y se rozan el castigo y la gloria, los caprichos y el sino, la tragedia y el juego como en las fiestas tradicionales en las que la vida y la muerte se dan la mano y bailan juntas.
Dominique Legrand.