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Por Pilar Jiménez Trejo

 

Lizalde fue uno de los escritores de mayor presencia en la literatura mexicana

Hoy murió el poeta Eduardo Lizalde: ‘El Tigre’ en la casa, esta voz de la poesía mexicana se silenció a los 93 años. Lizalde fue uno de los escritores y de los poetas de mayor presencia en la literatura mexicana. Su partida duele a México y al mundo literario. «Autor de una obra poética de atroz belleza», como la calificó el escritor Salvador Elizondo. Fue apodado «El Tigre» por la recurrente presencia de ese felino en su obra. Con su libro El tigre en la casa mostró al verdadero poeta que nos acerca a la historia del alma humana.

Fue un hombre de literatura y música, incursionó en el periodismo cultural, y fue un gran conocedor de ópera con una voz grave y fuerte, con la que también llego a cantar; publicó innumerables reseñas particularmente de ópera, de la que fue un ferviente admirador, incluso publicó el libro La ópera hoy, la ópera ayer, la ópera siempre, que forma parte de un importante proyecto para documentar nuestra memoria teatral. La literatura y el ingenio de las palabras fue quizá su más grande pasión como poeta.

La muerte de ‘El tigre’, premio Carlos Fuentes y medalla de oro Bellas Artes, fue confirmada por su hijo en redes sociales

“A todos les comparto una mala noticia. Hoy por la mañana murió mi señor padre. Eduardo Lizalde Chávez”, posteó en su cuenta de Facebook el músico Eduardo Lizalde Farías. “Un poeta magnífico y un pensador esencial”, definió a El Tigre, como era conocido su padre.

“Me queda decir aquí ¡qué viva la vida!”, finalizó Elizalde Farías su breve mensaje.

Eduardo fue hijo del ingeniero Juan Lizalde y de Elena García de la Cadena, quienes procrearon seis hijos uno de los cuales uno de sus hermanos fue el actor Enrique Lizalde; también era primo del cantante Óscar Chávez, fallecido en 2020 a causa del Covid 19. El poeta mexicano aprendió a leer a los cinco años. Empezó con autores como Julio Verne o Emilio Salgari y para los 12 años ya leía a Honoré de Balzac o Émile Zola. Siendo muy joven también aprendió a escribir sonetos con la ayuda de su padre y a los 30 publicó su “primer libro importante”, Cada cosa es Babel. Lizalde decía que “la poesía es la muñeca fea entre las literaturas”.

Lizalde nació en Ciudad de México en 1929. Estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) e inició junto a Enrique González Rojo y Marco Antonio Montes de Oca un movimiento, el poeticismo, con el que pretendían combatir la imprecisión verbal y conceptual de la poesía. Tiempo después, sin embargo, el poeta criticaría el movimiento en su libro Autobigrafía de un fracaso (1981). En la década de los sesentas, Lizalde fundó con el escritor José Revueltas la Liga Espartaco Leninista, un movimiento político alternativo al Partido Comunista. Poeta, ensayista, narrador y traductor, Lizalde también fue profesor y director de la Biblioteca de México, y hasta director de la Compañía Nacional de Ópera al terminar la década de los 80 —de niño, soñaba con ser músico y egresó de la Escuela Superior de Música del INBAL—. El apodo de Tigre le llegó con la publicación de diferentes obras con referidas al felino que tanto le fascinaba: Memoria del tigre (1983), ¡Tigre, tigre! (1985), La caza del tigre (1998), Otros tigres (1995).

Sus obras más representativas son: El tigre en la casa (1970), La zorra enferma (1974), Caza mayor (1979), Tabernarios y eróticos (1989), Rosas (1994),  Nueva memoria del tigre (2005), entre otras.

Además de sus ensayos y poesía, fue el primer entrevistador de Julio Cortázar en el país, y contribuyó notablemente a la traducción de autores como Shakespeare y William Blake.

La figura del tigre se ha dicho, le llegó a Borges por William Blake y a Lizalde por Rubén Darío, esto puede ser cierto, de Jorge Luis Borges se sabe su gusto por el trocaico tigre que “en las selvas de la noche es un brillo ardiente” y en Lizalde se recuerda su diálogo con Darío en “las fieras se acarician, Rubén, / bajo las vastas selvas primitivas” que nos remiten al poema “Estival”; sin se cree que es del texto “Obra maestra” de Ramón López Velarde que viene su final filiación. Vicente Quirarte apuntó a principios de la década de los noventas sobre la poesía de Eduardo Lizalde: “El tigre es el gran mendigo cósmico, el solterón lopezvelardeano, el de la inaudita belleza que atrae y que repugna”; y en otro momento Ramón Xirau se refiere así a El tigre en la casa: “Nace, ahora cercana a López Velarde —nuevamente punto de partida— “la amada”, pero surge en el “resentimiento” —¿se trata de un re-sentimiento, un nuevo sentir?”.

¿De dónde surge un poeta como  Eduardo Lizalde (México, 14 de julio 1929- 25 de mayo 2022)? Como todo auténtico creador, fundamentalmente de él mismo y sólo de él mismo.
Un escritor de su generación, Salvador Elizondo, escribió acerca de El tigre en la casa: «…todo aquí está investido de una violencia y de un sentimiento nihilista que se expresa por imágenes de una atroz belleza que no tienen, ciertamente, paralelo en la historia de nuestra poesía».
La originalidad de la voz poética de Lizalde —sólo comparable en la poesía mexicana actual, a la de algunos casos más, como Jaime Sabines o Gerardo Deniz— corresponde a la individualidad irreductible de su temperamento, su sensibilidad, su inteligencia, y claro, de su manera personal de asimilar y trascender una formación cultural y vital compleja que va de Dante a Pessoa, de Platón a Wittgenstein, del ajedrez y el dominó a la carpintería, y de la ópera a la vinicultura francesa y las mujeres. (No por casualidad su poesía es tan culta e intelectual como profundamente vital y sensual.) Como lo atestiguan en sus poemas las referencias intratextuales o las citas que van a la cabeza, Lizalde sabe con clara conciencia que la literatura es un diálogo con la tradición literaria universal, un diálogo riguroso sobre los temas de siempre (las palabras y las cosas, el infortunio amoroso, la fatal futilidad de todo lo humano, la muerte individual y de la especie, las miserias morales y los impulsos bajos en general: el rencor y el odio, el placer redentor; en el caso de este poeta), en que se crean las coyunturas estéticas y vivenciales para aportar una intervención original (sea desde el punto de vista del lenguaje o del significado, o sea, del estilo, la forma o del contenido).

Juan Gelman, Hugo Gutiérrez Vega, Rubén Bonifaz Nuño, Eduardo Lizalde y Alí Chumacero. Archivo de Hilda Rivera.

«El reconocimiento de Eduardo Lizalde se dio con El tigre en la casa, convirtiéndolo en el más brillante, por no decir el real y único, heredero de la poesía maldita, sobre todo del linaje francés: de Rutebeuf y Villon, de Baudelaire y Rimbaud, de Lautréamont y Artadud. De todos, sin duda, su influencia múltiple, su verdadero dios, ha sido, como lo fue para Rimbaud o Nelligan, Charles Baudelaire», escribió el poeta Marco Antonio Campos al reseñar este libro.

Con El tigre en la casa estamos ante el desbordamiento interior de un río: caudal transformador del poeta y al mismo tiempo del lector. Lizalde es sin duda la estalagmita poética en la caverna de los elegidos. Él ha bebido las mismas aguas turbias que Maldoror, las estancadas aguas de Poe o aquellas de sutil perfume en Rilke.  El conjunto de transgresiones gramaticales, poéticas y retóricas de Lizalde lo hacen un poeta eficaz e inigualable. Un lector entrenado reconoce su voz con una muestra pequeña de versos:   ‘‘La perra más inmunda / es noble lirio junto a ella. Las estructuras, relaciones,  sonoridades se revelan en Lizalde con el hilo fino de la ironía, como la repetición llevada a sus últimas consecuencias, como la antítesis de los amantes o con el ritmo, peso y coloratura de la música vocal, se advierte en un análisis del libro en Círculo de Poesía.

El tigre en la casa consta de seis secciones solidarias y dinámicas. En las que se ve esa metamorfosis cuando se consideran las relaciones entre sus secciones, entre el poema y su contexto social, entre la obra y las convenciones poéticas de la tradición lírica mexicana en la segunda mitad del siglo XX.

En su aventura vital y estética, cambian el lenguaje y el tono poéticos, cambian las cosas y motivos de la poesía y Lizalde consuma su poemario más resonante y definitivo, El tigre en la casa (1970). Como escribió Octavio Paz, «Fue el año de su aparición, en el sentido fuerte de la palabra: la aparición de un poeta verdadero tiene algo de milagroso».
Eduardo Lizalde y Octavio Paz

Eduardo Lizalde y Octavio Paz

Todo El tigre en la casa está recorrido por el gran leitmotiv heideggeriano del serpara-la-muerte (Sein-zum-Tode), es decir, por la convicción de que la muerte no es la última escala en el viaje de nuestra vida —como la entendemos de manera cotidiana, vulgar y cobarde— sino la posibilidad más radical de nuestra existencia e inherente a ella en todo momento; un tigre que nos acecha y «desgarra por dentro». Y la muerte es «un enorme gato encerrado/ en todo esto», porque esta posibilidad radical, personal, intransferible y oculta cotidianamente, es terrorífica y misteriosa, es lo desconocido que cae sobre nosotros, como en la selva cotidiana la silueta negra y salvaje de un tigre.

El amor es, pues, en su sustancia más honda, muerte; el sexo es sólo la pequeña muerte; y el hombre: desgarradura, «soltero, huérfano y desgraciado», «tigrillo» devorado poco a poco por el tigre mayor del amor y la pasión inútiles (Sartre), el infortunio y la muerte.
El tigre es la muerte, nuestra muerte individual, pero también la muerte del amor.
Fragmento tomado del Material del Lectura, UNAM, realizado por Luis Ignacio Helguera
Lizalde cuya obra suma medio centenar de títulos, se autodefinía como un “poeta y cazador de tigres, pero solo en los libros”. Consideraba a la poesía como una bomba de tiempo “porque a la larga, los más inéditos y desconocidos autores, si son importantes, sobreviven y pasan a la celebridad”.
Entre los cargos que llegó a ocupar fue la de director de Radio Universidad; secretario general del Consejo Nacional de Cultura y Recreación para los Trabajadores; director general de Medios Audiovisuales de la SEP; subdirector de publicaciones del Conacyt; director general de Televisión de la República Mexicana, de Publicaciones y Medios de la SEP y de la Compañía Nacional de Ópera del INBA, entre otros. Lizalde, que con El tigre en la casa obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia 1970, comenzó a publicar en 1956 con La tierra de Caín, a la que le siguieron La mala hora, Odesa y Cananea, La cámara, Luis Buñuel. Odisea del demoledor y Cada cosa es Babel: poema, entre otros.
Durante el homenaje “Eduardo Lizalde: el tigre en casa”, efectuado por la Biblioteca de México en 2018, en ocasión de sus 90 años, el bardo declaró: “la poesía la leen los poetas (…) el destino de la poesía es ser leída por gente capacitada para leerla; es un instrumento que presenta ciertas dificultades, es producto del manejo de elementos de mucha complejidad y abstracción”.

Más adelante, sobre su propia obra dijo: “he escrito prosa, pero nunca tuvieron mis trabajos prosísticos la aceptación que, por fortuna y suerte, tuvieron mis versos. A veces, en alguna lectura, en alguna biblioteca o en un homenaje latinoamericano, en Colombia, Panamá o Chile, me encuentro con lectores que se saben mi memoria mis poemas de la juventud. Esas cosas ocurren (…) no me puedo quejar de que hayan sido relativamente pocos los lectores de mi obra; creo que son bastantes y soy afortunado por haber producido esta obra”.

Poema: Que tanto y tanto amor se pudra, oh dioses... De: El tigre en la casa
Que tanto y tanto amor se pudra, oh dioses;
que se pierda
tanto increíble amor.
Que nada quede, amigos,
de esos mares de amor,
de estas verduras pobres de las eras
que las vacas devoran
lamiendo el otro lado del césped,
lanzando a nuestros pastos
las manadas de hidras y langostas
de sus lenguas calientes.
Como si el verde pasto celestial,
el mismo océano, salado como arenque,
hirvieran.
Que tanto y tanto amor
y tanto vuelo entre unos cuerpos
al abordaje apenas de su lecho, se desplome.
Que una sola munición de estaño luminoso,
una bala pequeña,
un perdigón inocuo para un pato,
derrumbe al mismo tiempo todas las bandadas
y desgarre el cielo con sus plumas.
Que el oro mismo estalle sin motivo.
Que un amor capaz de convertir al sapo en rosa
se destroce.
Que tanto y tanto, una vez más, y tanto,
tanto imposible amor inexpresable,
nos vuelva tontos, monos sin sentido.
Que tanto amor queme sus naves
antes de llegar a tierra.
Es esto, dioses, poderosos amigos, perros,
niños, animales domésticos, señores,
lo que duele.

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