El tiempo corre como agua entre los dedos y lo que ayer fue un anuncio hoy sucede porque precisamente este sábado 22 de marzo se festejan los 50 años del Taller de Investigación Teatral de la UNAM que fundaron en 1975 Juan Allende, Helena Guardia y Nicolás Núñez. Se develará una placa y ese medio siglo de trabajo de mesa, de sala y de campo será comentado por una tercia de lujo: la autora de Agua para chocolate, Laura Esquivel, el ínclito director de escena Claudio Valdés Kuri y el coordinador de teatro del INBAL Luis Mario Moncada. Todo ello en el nuevo espacio escénico del Centro Cultural del Bosque de la ciudad de México.
Ahí se presentará también la edición corregida y aumentada del Teatro Antropocósmico del maestro Núñez editado originalmente en 1983 por una sello editorial del actor Sergio Jiménez como un eco de la influencia de Antonine Artaud en el pensamiento de aquel joven de los Llanos de Apan que por su cuenta comenzaba a vislumbrar que los mitos son un medio para regresarle al teatro el sentido sagrado de la vida. Yo tenía la impresión de que solo los iniciados en el bosque de Chapultepec en el primer periodo del Taller estábamos al tanto de ese intento de religar la vida con su dimensión cósmica pero para elaborar esta nota me entero de que el texto de Nicolás tiene otras 3 ediciones que en conjunto alcanzan los 15 mil ejemplares que es una cifra astronómica para un ensayo de teatro en México y escrito por un connacional. A pesar de ello ya lleva dos ediciones en inglés y la UNAM sacó este año una versión electrónica casi imposible de bajar, pero en honor a una costumbre muy autóctona, para este sábado llegará oliendo a pan recién horneado la versión impresa.
Para la historia del TIT luego llegó Grotowski con su mística polaca de rigor y disciplina pero también apareció Antonio Velasco Piña que propició el cruce de la trascendencia tibetana con la cosmovisión tolteca y así surgió el trote hipnótico que combina la meditación con el movimiento y el ritmo de los pies con el latido de la tierra que no es otro que el del universo cuyo pulso se pierde en el misterio de la divinidad.
Fueron muchos los caminos que trotaron estos cómicos en busca de sí mismo porque otra de las propuestas del primer texto Antropocósmico es que el teatro sea un instrumento de alegría interior porque un hombre una mujer contenta consigo misma no jode al prójimo y prefiere la armonía a la discordia. Una cosa es decirlo otra lograrlo, pero la intención en suma es ser una mejor persona para el teatro y para la vida. Algún día amarraré a mi hermano Nicolás a un árbol para contarle las barbaridades que su hermano mayor Juan Allende y el de la voz hicimos en las visitas de Grotowski a los Llanos de Apan y sus secuelas para salir avante de los Nictémeros o vigilias de doce y 24 horas que el hechicero polaco les infringía a sus seguidores. Detallitos infames como poner carrujos de mota y cuartitos de tequila en puntos clave del campo abierto en el que los discípulos de bien se esforzaban por hallar la conexión de su ser interior con la naturaleza a cuerpo limpio. Aunque tengo para mi que lo que Grotowski buscaba era precisamente lo que Juan y yo lográbamos con esa pequeña ayuda de los amigos que canta magistralmente Joe Cocker. Cuando le conté a Ludwik Margulles este detalle estuvo a punto de ahogarse de risa. Sin exageración alguna.
Confesada la fechoría queda el recuerdo de la vez que el hermano Nicolás tomó con nosotros plantas de poder y atestiguamos en la cima de Huautla, a la vera de la casa de María Sabina, primero el vómito, enseguida la plenitud del instante y más adelante el pavor de la batalla celeste que los dioses mazatecos sostenían entre rayos y centellas tan aterradoras que bajamos de aquella altura como auténticas almas que se quiere llevar el diablo y cuyo aliento te humedece la nuca. Lo extraordinario es que nadie se tropezó corriendo como borregos cimarrones. Siendo humanos, tan torpes ellos.
Cincuenta años son dos palabras que se pronuncian en un segundo pero representan 18 mil 250 días para un grupo de seres humanos que tienen los días contados. Sólo quien ha alcanzado esa cuenta sabe que la vida es un suspiro que no tiene reposo, es decir, que si no respiras en ese lapso no llegas a contarlo. Tal vez lo que me enseño el Taller de Investigación Teatral de la UNAM en los episodios de vida y de trabajo que pude seguirles el paso fue a respirar como si estuviera vivo, no muerto. Y hoy aquí y ahora lo agradezco como un regalo del cosmos.