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Entre la gente de teatro hay una expresión de júbilo para desearle a los colegas del oficio la buena ventura en su estreno. Gritamos: ¡Mucha mierda!, ignorando que realmente les estamos deseando mucho público.

Si miramos solamente la cartelera teatral del año que ya inicio su eterno retorno en la capital del país, podríamos pensar que éste será un ciclo estupendo para la ficción dramática porque Karina Gidi retoma, luego de 25 años, la obra que la puso en los cuernos de la luna, coescrita y dirigida por José Antonio Cordero: Instrucciones para volar. Arturo Ríos, otra fuerza de la naturaleza actoral, reestrena su versión de Los días felices, de Samuel Beckett, aunque ahora como director porque ya ha navegado lo necesario en el universo del absurdo cómico pero también cósmico del autor irlandés. Enrique Singer trae, como en los viejos tiempos, un éxito londinense del 2022, La niña en el altar, de la autora irlandesa Marina Carr, cuya versión de la tragedia de los Atridas, escrita originalmente por Esquilo, fue uno de los acontecimientos del teatro inglés del año mencionado. Con un reparto envidiable por la presencia de Mariana de Tavira, Emma Dib, Alberto Estrella, Salvador Sánchez, Yessica Borroto y Everardo Arzate, puede ser un montaje memorable. Este mismo sábado llegó de Mérida La noche que jamás existió, de Humberto Robles, dirigida por Nelson Cepeda. El autor que fue alguna vez tan prolífico como Tomás Urtusastegui fantasea con la velada en la que la Reina de Inglaterra Isabel I invita al señor Guillermo Shakespeare a enseñarle los secretos del amor. Boris Schoemann estrenó ya Civilización, la sátira de LEGOM sobre un despropósito arquitectónico que intentó hacer un político queretano en el centro de la ciudad colonial, Y podría seguir anunciando los estrenos y las reposiciones del primer trimestre del año en curso, pero mi intención es otra.

Entre la gente de teatro hay una expresión de júbilo para desearle a los colegas del oficio la buena ventura en su estreno. Gritamos: ¡Mucha mierda!, ignorando que realmente les estamos deseando mucho público, pues la locución de la palabra mierda nació en Londres en el siglo XIX cuando la gente pudiente llegaba a los teatros en sus carruajes jalados por caballos, equinos que arrojaban su majada al piso en las horas que duraba la función, de manera que mientras más mierda de corcel había en las calles más gente había en la sala. Como ya no hay carruajes jalados por caballos ahora debemos vociferar; Mucho metro, o mucho Uber, o mucho humo por los autos que padecen en donde estacionarse para llegar a un teatro.

Porque el problema nodal del teatro ha sido siempre llevar público a las funciones, y este año dicha tarea será doblemente cuesta arriba porque si Trump pone sus aranceles de exportación a México y logra expulsar a los cinco millones de mexicanos cuyos envío de dólares es vital para la economía de cientos de miles de familias, las artes escénicas que jamás han estado en la canasta básica de los paisanos igual se verán afectadas por la convulsión económica que nos espera. Se dirá que las familias de las orillas no van al teatro pero la clase media, que más que al teatro va a los espectáculos, se verá afectada por la emergencia financiera que puede ocasionar el bárbaro de la Casa Blanca. Como bien sabemos nuestro público es endogámico y seguro atenderá la fiesta familiar que nos propone la cartelera, pero cuándo llegaremos al público de a pie, a los millones de jóvenes que viven para las redes. Tan sólo con este universo de personas las docenas de espacios alternativos del país podrían sobrevivir dignamente y hacer una labor meritoria.

Aun no es oficial pero se comenta que el INBA tiene la intención de retomar el teatro escolar a nivel nacional que tan buenos resultados dio cuando se logró que todos los estados del país tuvieran ese programa, porque con él se cumplen dos de las premisas del teatro público: darle trabajo a un buen número de cómicos y formar espectadores. Este año el gasto mayor de la Secretaría de Cultura Federal estará dedicado a la formación artística cuyos centros de estudio son zonas de desastre por diversos motivos. Magnífica iniciativa que sin embargo aumenta uno de los problemas de las artes escénicas; la falta de trabajo para los cientos de egresados de las 28 escuelas formales de teatro públicas y privadas. Sin público el teatro no es el espacio vació que volvió proverbial Peter Brook sino realmente un lugar desolado en el que un puñado de orates predican en el desierto.

Vamos pues por el público, sin olvidar que el misterio indescifrable del teatro es cómo hacer exitosa una obra de teatro. Pero en tiempos de emergencia hay que hacer lo posible por lograr lo inalcanzable.

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