Los que asistieron a esa premier en la Cineteca Nacional aún lo recuerdan. Era el jueves 12 de febrero de 1976, y a punto de iniciar la proyección de “El reportero”, la premiada película de Antonioni, irrumpió el novelista afrancesado (recién había desembarcado de París), y dirigiéndose al novelista de Aracataca, en la primera fila de la sala, le soltó un puñetazo al rostro. Gabriel García Márquez, que apenas lo saludaba, rodó al piso y Vargas Llosa se fue sin decir palabra. La “china” María Luisa Mendoza, ahí presente, clamaba: “Traigan un bistec”, para el moretón. Así moría esa fraternidad literaria que algún crítico bautizó como “el boom latinoamericano”, luego que Rodrigo Moya la retratara en su casa al acudir al llamado de Gabo.
- Foto: Rodrigo Moya
Habían sido amigos y cómplices, en las buenas y en las malas, durante los años de zafacoca en Barcelona, París y La Habana donde conversaban con sus pares, Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Carlos Barral y José Donoso. La deslumbrante camada se extinguió la semana pasada con el fallecimiento de Mario Vargas Llosa en su casa familiar de Lima.
Contar y recontar la vida. La vida nacional y la vida personal, la tragedia que es Latinoamérica a ratos, la pasión y la desesperanza, la utopía, la entronización del poder, la barbarie que se niega a abandonarnos. Todo ello habita en las novelas de esos monstruos de la narrativa –el Boom– que se fumaron la vida con su obra, como aventureros desaforados.
En México se recordará por siempre la expresión destemplada que hizo Vargas Llosa en el verano de 1990 para describir al régimen del PRI. “La dictadura perfecta no es el comunismo, no es la Unión Soviética, no es Fidel Castro, la dictadura perfecta es el PRI en México”. Sentencia que quedó como de bronce. La dictadura no tan perfecta que había perdurado 70 años (desde 1929, en que Plutarco Elías Calles lo fundara como PNR). Y con cajas destempladas alguien le sugirió que sí, abandonara prontito el país. Y se le quedó el mote. La perfecta dictadura que ni Somoza, ni Perón, ni Trujillo lograron instalar, per se, en sus propios países.
La novelística de Vargas Llosa recoge algunos episodios regionales del caso. Es lo que se narra de modo magistral en La Fiesta del Chivo, La guerra del fin del mundo, Historia de Mayta, Tiempos recios, y de algún modo en La casa verde, Conversación en la catedral, El pez en el agua. En esas novelas Vargas Llosa nos cuenta las ilusiones de redención nacional, el atraso popular, el ejercicio del poder que se arrogan esos tiranuelos ávidos de codicia y venganza, cuyos nombres hacen heder las páginas de la historia continental… Fulgencio Batista, Alfredo Stroenssner, Augusto Pinochet, Jorge Videla, Hugo Chávez, nuestro Victoriano Huerta, “Papá Doc” Duvalier.
Dictadores de pacotilla que sucumbían en la primera asonada pues nunca supieron hacer “institucional” la sucesión del poder, como aquí lo vislumbró el Jefe Máximo, ya lo decíamos, Plutarco Elías Chávez. Sólo que la democracia, cuando se conquista en las calles y en las urnas, se vuelve del todo aburrida y no es candidata a protagonizar un ejercicio narrativo de peso. ¿Alguien se animará a escribir la novela de Dilma Roussef, de Andrés Pastrana, de Enrique Peña? Serían convenientes para la lucha contra el insomnio.
En un arranque de arrogancia, discípulo al fin de Jean-Paul Sartre, Vargas Llosa sintió la necesidad existencial de trascender en el plano político. Como nadie de su generación, se lanzó a la campaña electoral por la presidencia del Perú en 1990, que perdió ante un anónimo candidato de apellido japonés, que terminaría en la cárcel. Rómulo Gallegos, escritor colombiano, sí logró la presidencia de su país (1947-48) hasta que fue derrocado. Lo mismo intentaría nuestro José Vasconcelos en la campaña antirreleccionista de 1929, pero el temerario intelectual político fue derrotado por el incipiente y perfecto régimen.
Mario Vargas Llosa fue igualmente aventurero. En la literatura, combinando los episodios biográficos con la narración histórica, en la vida personal, concertando relaciones sentimentales cada decenio, en la vida intelectual, ciñéndose al liberalismo luego de abandonar las militancias juveniles de corte comunista.
Fue el más importante escritor en lengua española de su generación, y así fue reconocido por los jurados del Premio Nobel y del Príncipe de Asturias. Cumplida su misión, en los últimos años fue conciliándose consigo mismo y su gente. En 2022 publicó en la revista Letras LIbres un cuento denominado “Los aires”, en el que describía el aburrimiento y la extrañeza de un personaje que no se reconoce ya en los ámbitos de antaño… la gente ya no conversa, sino que dialoga con sus telefonitos, y todo ha perdido de interés. Luego anunció que ya no colaboraría con su columna periodística Piedra de toque, y se despidió de sus lectores. Al poco abandonó a Isabel Preysler, con quien había concertado un romance de socialité, y retornó al seno familiar con Patricia, su mujer.
Paseaba por los barrios antiguos de Lima, se reconocía en las avenidas de antaño, conversaba con sus hijos, recibía a viejos amigos en su casa. El héroe estaba fatigado, su existencia había sido del todo imperfecta, pero vital como ninguna. Sí, el mundo le había pertenecido. ¿Qué más?
El uso viene de los tiempos en que abandonamos las cavernas (¿abandonamos?). La secta, la tribu, el clan era lo que debía imperar; es decir “los nuestros”. Somos de la misma sangre, mamamos en el mismo lecho, “amarás a tu padre y madre”. Tú mi carnal, mi bró, ¿no semos lo mismo?
La Familia Real siempre ha sido respetada y obedecida sin menoscabo, por lo menos en los regímenes de monarquía parlamentaria. Alrededor de ella se extiende el boato de sumisión y respeto. “La Familia Real ha dado sus pésames”. El poder no se comparte y, cuando llega el momento, asoman los puñales. De eso tratan los dramas de y ante la lectura del testamento vienen las disputas y los arrebatos. “Hasta en las mejores familias sucede”, o precisamente.
En términos lingüísticos “nepote” significa sobrino, nieto, y era la costumbre de los Papas en Roma, desde los tiempos del Renacimiento, ésa de colocar en puestos administrativos a sus parientes de más confianza (incluso sus hijos). El diccionario describe el concepto como “la utilización de un cargo para designar a familiares o amigos en determinados empleos o concederles otro tipo de favores, al margen del principio de mérito y capacidad”. O sea, favoritismo con los de casa, amiguismo, enchufe.
En días pasados el legislativo en turno resolvió que la iniciativa de acabar con el nepotismo en los procesos electorales fuera una realidad… hasta el proceso de 2030 (¿ó 2300?). O sea, que los candidatos a la presidencia, diputaciones, senadurías, gubernaturas y otros cargos locales deberán cumplir el requisito de no tener parentesco consanguíneo o civil con el servidor público al que aspiran a suceder, ni tener vínculo de matrimonio o concubinato con el funcionario saliente.
La familia como trampolín político es un hecho en todas las naciones. Los Kennedy, los Bush y los Clinton en Estados Unidos; los Frei en Chile, los Somoza en Nicaragua, los Kirchner en Argentina, los Trudeau en Canadá, los hermanos Kaczinski en Polonia y los Castro en Cuba. Todo queda en familia, ya saben dónde se guardan las toallas, sólo habría que cambiar el paño a la silla presidencial.
En México ese caudillaje se explica por sí mismo. Con sólo nombrar el apellido se comprende el linaje sucesorio… los dos Miguel Alemán, los tres Cárdenas (abuelo, hijo y nieto), los hermanos Manuel y Maximino Ávila Camacho (su biografía está contada por Ángeles Mastretta en su novela “Arráncame la vida”), los hermanos Salinas de Gortari, los Monreal en Zacatecas, los Yunez en Veracruz, los Figueroa en Guerrero, los Sansores en Campeche… y así hasta completar el directorio.
En las naciones gobernadas por la monarquía eso no está en discusión. Las casas reales son sucesorias, manda el Rey o la Reina y todo mundo contento… hasta que les llega su hora en el cadalso: los Borbones en Francia, los Romanov en Rusia. Por eso, quizá, la necesidad de compartir las cosas en familia y de ese modo evitar las envidias y la rebatinga. “Para todos hay”, nomás fórmense por estaturas.
La administración de la cosa pública, por lo demás, no es equiparable al manejo de una tlapalería, aunque hay casos… La ironía de un gobierno que repite apellido, en todo caso, es que garantiza la ausencia de secretos. En charlas familiares y de sobremesa es como se comprende el manejo de los hilos del poder, los grupos y sectores, los sindicatos, los partidos, las cofradías. Vamos, que en familia todo se sabe…
Pero eso se acabó. Ahora deberán ser los méritos y desempeños propios la garantía de un buen ejercicio público, y no ser más un “junior” del PRI o de Morena. Personas con estudios y conocimientos, con buenas maneras y facilidad de palabra, con vocación de servicio y honorabilidad. De esos que se cuentan con los dedos de un manco… pero será hasta dentro de cinco años (si acaso), porque todavía podremos tener diputados y alcaldes sin título y de sonrisa cínica apretujados a la hora de sacarse la foto con el bueno… o con el hijo del bueno. Sonríe y trasciende, que ya eres de la familia.



Al fallecer el gran dirigente ruso, la patria bolchevique se vio hundida en la horfandad. Muerto Vladimir Uliánov qué quedaba. Optar por el legendario León Trotsky, comandante militar de la revolución de octubre, o por el trío siniestro encabezado por Koba (Iósif Stalin), quien heredaría el poder soviética, emprendería una purga política despiadada, y se encargaría de enfrentar la invasión de los ejércitos de Hitler… cobrándose con creces en la victoria, con el regalo que fue el Pacto de Varsovia.
Estamos hablando, obviamente, de 1924 y sus consecuencias en el plano mundial. Fue el momento en que Elías Calles sucedió a Obregón en la silla presidencial, el año de la asonada Huertista que se llevaría entre las patas al gobernador socialista Felipe Carrillo Puerto, el año que se inventaron los klínex y se instauró el 30 de abril como Día del Niño.
Ahora –un siglo después– concluye un ciclo más de historia con algunas sorpresas. Una mujer preside la nación (en 1924 ellas no tenían derechos cívicos), una silenciosa invasión trata de conquistar los Estados Unidos, las mafias del crimen controlan buena parte del territorio nacional, Palestina e Israel están en guerra, lo mismo que Ucrania luego de ser invadida por los rusos (que no soviéticos). Ha sido el año más caluroso desde que se tiene registro, la autonomía de los poderes judicial y legislativo ha desaparecido bajo la tutela del nuevo régimen, que ha sustituido al anterior luego de arrasar en las elecciones de julio pasado.
Eso no es todo. El de 2024 fue también el año de Donald Trump, quien recuperó la presidencia norteamericana luego de sobrevivir a un atentado que por una pulgada estuvo a punto de costarle la vida. El año de la espectacular Olimpiada en París. El de la Inteligencia Artificial que terminará por gobernar (si no hacemos algo) nuestra voluntad. El año también en que uno y otro choque han sacado a Choco Pérez de la palestra de la Fórmula Uno… perdón, Chico, Chico Pérez.
Lo que viene, por cierto, no es nada prometedor. A partir del 20 de enero próximo se anuncia una deportación masiva de migrantes indocumentados en suelo estadunidense que, según cifras publicadas, podrían sumar 11 millones de personas. Muchos de ellos son de procedencia mexicana, la mayoría han arribado de América Latina, aunque no faltan los africanos y asiáticos. La pregunta que se hacen hoy las autoridades es una: ¿cómo habrá de enfrentarse esa expulsión demográfica?
¿Dónde ubicarlos, cómo mantenerlos, proceder a otra remisión a sus países de origen? Y las armas diplomáticas que habremos de emplear… los aranceles, las cartas de protesta, las acusaciones ante los foros internacionales. ¿Serán 20 mil, 200 mil, 2 millones? No se sabe.
En el plano interno, sin embargo, la presumible ruptura de la presidenta Claudia Sheinbaum con su antecesor, por lo menos en el aspecto simbólico, es cada día menos probable. Los rituales siguen siendo los mismos, se repite la misma narrativa transformadora, aunque en los hechos no haya procedido ninguna medida de arrojo anticapitalista, como sí hizo el comandante Chávez al instaurar lo que él llamó “el socialismo bolivarista”, y que ha significado (en términos de evidencia) la ruina de esa nación.
También ha sido éste el año del arrasamiento de la oposición. Los partidos tradicionalmente rivales –el PRI, el PAN– no son ahora ni la sombra de lo que fueron. El partido de Jesús Reyes Heroles, de Luis Donaldo Colosio, de José López Portillo, Miguel Alemán, Carlos Salinas incluso, hoy es un cachorrito que ladra amarrado al fondo del galerón. Ya no se diga el partido del jefe Diego, Vicente Fox, Clouthier, por no referir a don Manuel Gómez Morín. Hoy se presentan como una cueva de Judas carentes de principios, demostrando quizá que el sitio de la democracia cristiana fue un sueño guajiro arañando al maderismo.
El buitre que asoma este año por iniciar, nadie lo dice, es la tentación de la reforma fiscal. No es ningún secreto: las arcas nacionales están en el último centavo, hubo un despilfarro populista para garantizar el voto de miles y millones de “beneficiados” y “becarios” que hoy pasan las de Caín para hallar un empleo formal. Ocurrió en Venezuela, recibir unos pesos mensuales está muy bien, pero eso no es garantía de aplicación laboral, aprendizaje industrial, ahorro y prosperidad, como se mereciera.
La alternativa seguirá siendo el ambulantaje y la informalidad. El comercio y las fondas al pie de calle… fritangas, mercancía de procedencia muy extraña (¿robos en carreteras?), conexión eléctrica irregular y sin recibo de pago, trabajadores sin seguridad laboral ni médica. Un poco lo que está significando la “chinacitación” de la economía nacional donde cada cual se rasca con sus uñas y agarra lo que puede. ¿Y el SAT, el IMSS, el IVA? Bien gracias.
2025 será el año de la firma de la paz en Ucrania, cediendo a Putin el 30 por ciento de su territorio original. Posiblemente también haya una tregua en Gaza y los territorios fronterizos de Israel, una vez que se ha dado un tremendo castigo a los milicianos de Hamas y Hezbollah, y colateralmente a la población que les proporcionaba escudo.
De 1924 a este año que concluye la evolución de nuestro mundo ha sido admirable. Hace un siglo no existía internet, la estación espacial internacional, televisión, pizzas, los teléfonos celulares, el servicio de Uber, el Rock, Netflix, Taylor Swift ni Shakira. Sí, es verdad, hemos progresado y hay que entenderlo. Y agradecerlo.
Ese año, el que se va, no fue tan malo, el que viene es una promesa de entendimiento y sosiego. Esperemos.
Bellas de día y de noche. Divas por divinas, diríase angelicales, aunque no siempre intérpretes de ópera a lo María Callas o Filippa Giordano. La voz de Silvia era ligeramente ronca y no se le reconocen, precisamente, escenas de mezzosoprano.
Decíamos que adorables porque en ellas habita la belleza clásica de las efigies que habitan en muchos museos romanos, por decir lo menos. Sólo que de los escenarios operísticos, del mármol y los lienzos, saltaron a las pantallas cinematográficas en los inicios del siglo pasado, y el paradigma varió. Con el invento de Lummiere las divas fueron, materialmente nuestras y a la mano… hablaban, bailaban, besaban en close up. Gritaban y se desnudaban, descendían corriendo las escaleras. Eran nuestras en blanco y negro, luego a todo color y en cinemascope. ¿Qué más podía pedirse?
Despiertas, dormidas; iracundas o carcajientas, las divas son simplemente adorables y se les perdona todo. Divorcios y borracheras, exabruptos y tropezones, que fumen o no, escapadas anónimas con el productor en turno… al fin que nadie vio; que para eso estaban los pasquines de escándalo.
Ha sido el caso de Elizabeth Taylor y sus ocho matrimonios, Brigitte Bardot (la famosa “bomba BB”) y sus desnudos a la menor provocación, Catherine Deneuve (con todo y su capítulo Mastroianni), la infantil y encantadora Marisol (Pepa Flores), que luego se afilió al Partido Comunista de España, Ava Gardner y los revolcones en la plaza con el matador Luis Dominguín, ya no se diga Gina Lollobrígida y sus devaneos con Fidel Castro.
Silvia Pinal, en una reciente aparición, se quejaba ante el entrevistador televisivo… “¿me pregunta de amor y experiencia romántica? Por Dios, eso ya es humo. Vengo de cuatro largos matrimonios, ahora tengo otros problemas…”, porque la Pinal casó, recordemos, con el productor Rafael Banquells, con el cineasta Gustavo Alatriste, con el cantante Enrique Guzmán y con el político Tulio Hernández (PRI) que la hizo primera dama del estado de Tlaxcala. Y a mucha honra.
Algo aprendería pues después se desempeñaría como diputada y senadora, con no tan malos desempeños. Y es que la política y la belleza, el poder y la fascinación erótica, nunca han estado distantes. Recuérdese, si no, los arrebatos que han tenido los poderosos John F. Kennedy con Marylin Monroe (léase de Jed Mercurio, “Un adúltero americano”), Nicolás Sarcozy con Carla Bruni, Mao-Tse Tung con la juvenil actriz Jian Qing (la temible Madame Mao de la “revolución cultural”), Juan Domingo Perón con Evita, José López Portillo con Sasha Montenegro, Miguel Alemán Velasco con la Miss Universo, Christian Martel (Magnani), ya no se diga Enrique Peña Nieto con Angélica Rivera (la “Gaviota”).
Silvia Pinal hizo lo que quiso con su porte y su belleza, y a mucha honra. Me recuerdo cuando alguna vez, en los años ochenta, acudí a entrevistarla y, la verdad, quedé como turulato ante su presencia. Tartamudeaba al preguntar… pobre de mí. Y es que la Pinal habitó siempre en las antípodas de la otra diva mexicana, María Félix, por cierto que ambas sonorenses, como Obregón, como Colosio.
Silvia era cálida, María gélida; una simpática y risueña a la menor provocación, la otra arrogante y jactanciosa. Ya lo decíamos, una bailando rockanrol con Enrique Guzmán, la otra recogiendo conchitas en la paya con Agustín Lara la noche de su luna de miel. Cada quien.
Se ha dicho hasta el cansancio. La revelación histriónica de Silvia Pinal ocurrió cuando hizo mancuerna con Luis Buñuel, el genio surrealista. Sus películas eran de escándalo y bostezo, decían, porque el realizador venía de la escuela de Salvador Dalí y Federico García Lorca. Hacer locuras que parezcan verdades (la realidad es insoportable, ¿no?), y así las películas de Buñuel con la Pinal… “Viridiana”, “El ángel exterminador” y “Simón del desierto”, fueron la sublimación actoral de nuestra diva, de la que el rústico aragonés, seguramente anduvo medio enamoradillo.
Silvia Pinal era todo. Coqueta, generosa, lista (más que lista), amorosa con sus hijos y transparente. Con ella hemos perdido a la última diva del cine de oro mexicano. ¿Quién no recuerda a Dolores del Río y María Douglas, Katy Jurado y Ninón Sevilla (aunque cubana), Mari Cruz Olivier y Lilia Prado, Isela Vega y Sasha (aunque argentina), Julissa, Tongolele (nacida en Spokane, EU), Angélica María, Salma Hayek, Verónica Castro, Maribel Guardia? O sus contrapartes de carcajada y despecho; Florinda Meza (la Chimoltrufia), Vitola (Famie Kaufman), o la india María.
Divas y señoronas de la pantalla, qué fácil decirlo, cuando que se han robado millones y más millones de suspiros, equivalentes a la deuda de Pemex. Han sido parte fundamental de la educación sentimental a la mexicana. Son las dueñas de nuestros sueños, nuestra conversaciones y, ¿por qué no?, también de nuestras perversiones. La belleza existe, quiérase que no, y con ellas queda redimido el mestizaje nacional.
La última neumonía se llevó a Silvia Pinal. La recordaremos siempre como el demonio provocador en la cinta “Simón del desierto”, nosotros queriendo ser el estilita trepado en su columna de renuncia y castidad –con los trapos de Enrique Rambal–, tentados a descender y entregarnos a los pecados de la carne, el poder y los programas de Bienestar Social. Ah, Silvia, qué tentación.