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Rutas literarias

Conmemorarán los 100 años del nacimiento de Dolores Castro con su Voz Viva, con programas en el Canal 22 y con niños que leerán los versos de la poeta.

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[Sequía]
Quiero decir ahora
que yo amo la vida,
que si me voy sin flor,
que si no he dado fruto en la sequía,
no es por falta de amor.

 

Quiero decir que he amado
los días de sol, las noches,
los árboles, el viento, la llovizna….
Dolores Castro de Cantares de Vela 1960

Foto-de-®Borzelli

Este 12 de abril la poeta Dolores Castro habría cumplido 100 años, le faltaron dos años más de alegría e inspiración por enseñar y aprender para llegar al 2023, pero su sonrisa y sorpresa de niña se mantuvo hasta el último momento de su vida. Una semana antes de morir, ese 30 de marzo de 2022, como cada sábado desde hacia varios años, dio su taller literario que ofrecía en la Carlos Septién, un taller que por la pandemia había sido trasladado a la tecnología del zoom, que la maestra manejaba muy bien, con la ayuda de hija Lolita, y en el que ya leídos los textos de sus alumnos que los mandaban unos días antes, los iba comentando para adentrarlos en el mundo de la metáfora y la escritura poética.

 

Ahora la UNAM tiene también su voz en la colección Voz Viva, pues con esa energía que la caracterizaba, llegó pocos días antes de cumplir 89 años, por sus propios medios a Universum, Museo de las Ciencias, para grabar en el estudio del recinto algunos de sus poemas y formar parte de la legendaria serie que nos ha permitido escuchar, de viva voz, a los grandes escritores de México e Iberoamérica. Ella eligió los poemas que leería, y también el título que tendría su grabación que era el mismo de uno de sus poemarios: Qué es lo vivido

Qué es lo vivido.

¿Qué es lo vivido,
en qué poro ha quedado
o en qué ráfaga?

Puente a la oscuridad
o la pendiente veloz
de una sonrisa
que se apaga,
pero también calor
en medio de la sombra,
acomodo
de criaturas que buscan suavemente
su modo de dormir
mientras una ventana
se va cerrando hacia el oriente
y la luz de la tarde
se unta silenciosa.

El Canal 22 también se suma a las celebraciones para esta gran poeta que hoy cumpliría 100 años. Programas documentales y de entrevista que exploran la vida y obra de la también ensayista y catedrática, conforman la programación especial en honor de la autora de Algo le duele al aire. Programas especiales en los que la ganadora del Premio Nacional de Ciencias y Artes 2014 habla en primera persona de su vida y obra. Así Dolores Castro. Palabras y tiempo se transmitirá este Miércoles 12 a 17:30 horas, un programa especial que presenta la entrevista realizada por el investigador Andrés Reyes a la poeta mexicana, quien conversa sobre diversos aspectos de su vida y obra, como su infancia en Zacatecas, la conformación del grupo de los Ocho Poetas Mexicanos al que ella perteneció, la figura del periodista Javier Peñalosa con quien compartió vida, así como las concepciones de la creadora en torno al quehacer poético, la denuncia social que se encuentra en sus obras y los temas pendientes de su poesía. El Promocional Dolores Castro. Palabras y tiempo, La tierra está sonando. Conversaciones con Dolores Castro se transmitirá el jueves 13 de abril, 18 horas, se trata de un largometraje realizado por estudiantes de la Universidad del Valle de México (UVM), que honra la carrera de la escritora y hace un acercamiento a su trascendencia en las letras mexicanas a través de una amena charla con la escritora, además de entrevistas con familiares, amigos y estudiosos de su obra, entre ellos su nieto Javier Peñaloza, el escritor Alejandro Toledo y el maestro Benjamín Barajas Sánchez. A lo largo del programa se hace hincapié en la importancia que representa Dolores Castro para los poetas jóvenes, su postura ante la poesía nueva y el proceso de creación literaria. Asimismo, se mencionan las claves para entender su obra, la cual se considera dotada de intuición, sensibilidad, inteligencia y honestidad. El sábado 15 de abril a las 14:45 horas, se transmitirá Dolores Castro Varela. En el aire un perfume cápsula realizada por la Universidad Autónoma de Aguascalientes que destaca la importancia de la imagen de Dolores Castro dentro de la vida cultural nacional y su difusión, y como promotora de las nuevas generaciones de poetas mexicanos. Asimismo, se da cuenta de la Cátedra Dolores Castro creada por esta institución en honor de la poeta.

Y el viernes 14 de abril, a las 18:00 horas podremos ver de manera virtual a niñas y niños que leerán sus versos con de manera virtual, a través de las cuentas de facebook de la Coordinación Nacional de Literatura y el Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia. Así Nina Beck de 11 años leerá el poema Fluir escrito por Dolores Castro en 1997; Alexa Beck  de 7 años qué nos dirá los versos de El huitzi escrito en 2010; Rodrigo Nieto Cruz  de 8 años dirá el poema Fugas escrito en 2003; Hugo Adrián Nieto Cruz  de 7 años participará con Luz compuesto por la poeta en 1960 y Fernanda Martínez Nava de 14 años dedicará su lectura a Recóndita de 2004. Con un homenaje simbólico el INBAL, en tiempos de poco presupuesto para la cultura, recordará a una de las poetas más entrañables de México, maestra y formadora de varias generaciones de escritores, que siempre mantuvo palpitante su capacidad de asombro de una niña que supo contemplar el mundo, y en su vida adulta  combinar su gentileza y su maestría de encantar, para acércanos al milagro y la belleza que es la poesía.

Dolores Castro nació en Aguascalientes el 12 de abril de 1923, a los 40 días viajó con sus padres a Zacatecas donde creció escuchando los relatos de la Revolución, luego entró en contacto con la literatura a través de los cuentos de Hans Cristian Andersen que su padre le leía en voz alta. Fue través de la contemplación que adquirió el conocimiento.

Llegó a la ciudad de México a los 9 años, y empezó a escribir. En tercero de secundaria conoció a Rosario Castellanos y ahí nació una gran amistad. Ambas ingresaron a la UNAM, en un tiempo donde no era común ver a las mujeres en las Universidades. Primero estudiaron leyes, y marcadas por la pasión por la literatura ingresaron a la Facultad de Filosofía y Letras en Mascarones para formarse en literatura española. Allí estaban Augusto Monterroso, Ernesto Cardenal, Ramón Xirau, Jaime Sabines, Emilio Carballido, Luisa Josefina Hernández, Luis Rius, Margarita Michelena y Juan Rulfo entre otros escritores.

Publicó sus primeros poemas en la revista América dirigida por Efrén Hernández y Marco Antonio Millán. Formó parte del grupo Ocho Poetas Mexicanos, reunidos en una antología publicada por Alfonso Méndez Plancarte en la que también estaban Alejandro Avilés, Rosario Castellanos y Javier Peñalosa Calderón, con quien se casó y desde ese momento fue además esposa, madre, ama de casa, e incansablemente trabajadora.

La sangre derramada.

Al borde del camino
lo encontramos
el mismo pantalón, la blusa blanca:
sobre su espalda

amapola de sangre.
Llaman de gracia al tiro
que enmudeció su boca,
ahogó su amor

y me dejó baldada.
El estallido
de aquel tiro de gracia
aún retumba
y aúlla en el aire, aúlla.

Su primer libro El corazón transfigurado, apareció en 1949. En 1951 viajó a España con Rosario Castellanos y cuando regresó a México se dedicó a trabajar en temas relacionados con las letras, en la radio, en revistas y en la impartición de talleres literarios.

A su obra le siguieron una veintena de libros de poesía como Cantares de vela, Soles o Qué es lo vivido; ensayos como Dimensión de la lengua y su función creativa, emotiva y esencial; y la novela La ciudad y el viento (publicada en 1962) una obra en la que está los recuerdos de su infancia en Zacatecas, que empezó a escribir en 1954, tras su matrimonio con Peñalosa con quien procreó, siete hijos, que le han dado 13 nietos y varios algunos bisnietos. Contaba que ella y su marido jugaba carreras a ver quién nacía primero: un hijo o un libro.

Tras la muerte de su marido, Dolores Castro, tuvo que trabajar para sacar adelante a su familia. Fue fundadora de Radio UNAM y colaboró en Difusión Cultural de la Universidad. Fue jefa de redacción en la revista Poesía de América. Condujo el programa Poetas de México en el Canal 11. Y fue maestra fundadora de la ENEP Acatlán, recuerda que desde niña jugaba a la escuelita, y seguramente por eso su vocación por compartir con otros la literatura a través del magisterio no ha menguado. Ha dado clases en la Escuela de Escritores de la SOGEM, el INBA, la Universidad Iberoamericana y en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García en dónde cada sábado continua dando un taller de poesía, ahora a través de zoom sigue generando universos literarios. En 2010 el FCE editó su obra hasta entonces publicada en la antología: Viento quebrado. En 2014, cumplidos los 91 años recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes en la rama de literatura; ya antes había recibido otros Premios. Su nombre da título a dos premios de poesía, uno que otorga el estado de Tlaxcala con la Secretaria de Cultura, y otro, el Premio Dolores Castro de Narrativa y Poesía Escrita por Mujeres que otorga Aguascalientes.

En 2015 publicó: Algo le duele al aire, un retrato poético del México de la inseguridad, la violencia y el narcotráfico, donde día a día, cada que respiramos, algo le duele al aire: algo que va más allá del reclamo, algo que es más bien la interioridad del hombre.

Algo le duele al aire.

Algo le duele al aire,
del aroma al hedor.

Algo le duele
cuando arrastra, alborota
del herido la carne,
la sangre derramada,
el polvo vuelto al polvo
de los huesos.

Cómo sopla y aúlla,
como que canta
pero algo le duele.

Algo le duele al aire
entre las altas frondas
de los árboles altos.

Cuando doliente aún
entra por las rendijas
de mi ventana,
de cuanto él se duele
algo me duele a mí,
algo me duele.

Dolores Castro fue una de las poetas más importantes de este país, su aporte a la poesía fue y es enorme; sin usar la agresión o la violencia fue una de las primeras feminista de México hace más de 70 años, su obra nunca quiso ser de «genero», pero sí con el sello de la vida de una mujer, que nos obliga a sentir la realidad.

Su poesía es inteligencia, palabra y canto. Sus lectores fueron y son fieles ante una mujer que decía: “Dios me dio una gran capacidad para querer a los demás”.

Dolores Castro nunca fue una mujer triste a pesar de las adversidades que le presentó la vida… cuándo se le pregunta si era una mujer feliz, ella respondía con una sonrisa iluminada—Mira me da vergüenza decirlo, pero si, soy una persona feliz. Y La mayor parte de mi felicidad, se la debo a la literatura.”

Reflejos.

Bullir, palabra antigua como mi recuerdo.
Búllete, decía la madre de mi madre, mujer traslúcida
y bullente como el hervor del agua.

Esa palabra del español antiguo
parecía elevarse, fluir en el espacio
de la niña
que observa como vuelan las moscas
en vez de acomedirse
a servir.

El vuelo de las moscas,
el vuelo de las niñas, con espacio más amplio pero sin alas, huye por los aromas,
intenta no caerse del nido
y elevarse
mientras escucha,

o se contempla
en el charquito que dejó la lluvia
en el patio.

¡Búllete, niña, acomídete, búllete.
No te quedes allí!.

¿Bullirse, o reflejar el torrente del mundo?

Con la maestra Dolores Castro a finales de 2021 en su casa.

 

Un día como hoy, hace 50 años murió el poeta y diplomático José Gorostiza

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¿Quién me compra una naranja?

¿Quién me compra una naranja
para mi consolación?
Una naranja madura
en forma de corazón.

La sal del mar en los labios
¡ay de mí!
La sal del mar en las venas
y en los labios recogí.

Nadie me diera los suyos
para besar.
La blanda espiga de un beso
yo no la puedo segar.

Nadie pidiera mi sangre
para beber.
Yo mismo no sé si corre
o si deja de correr.

Como se pierden las barcas
¡ay de mí!
como se pierden las nubes
y las barcas, me perdí.

Y pues nadie me lo pide,
ya no tengo corazón.
¿Quién me compra una naranja
para mi consolación?

Pausas (1)

¡El mar, el mar!

Dentro de mí lo siento.

Ya sólo de pensar

en él, tan mío,

tiene un sabor de sal mi pensamiento.

 

Elegía

A veces me dan ganas de llorar,
pero las suple el mar.

 

Se alegra el mar

(A Carlos Pellicer)

Iremos a buscar
hojas de plátano al platanar.

Se alegra el mar.

Iremos a buscarlas en el camino,
padre de las madejas de lino.

Se alegra el mar.

Porque la luna (cumple quince años a pena)
se pone blanca, azul, roja, morena.

Se alegra el mar.

Porque la luna aprende consejo del mar,
en perfume de nardo se quiere mudar.

Se alegra el mar.

Siete varas de nardo desprenderé
para mi novia de lindo pie.
Se alegra el mar.
Siete varas de nardo; sólo un aroma,
una sola blancura de pluma de paloma.

Se alegra el mar.

Vida —le digo— blancas las desprendí, yo bien lo sé,
para mi novia de lindo pie.

Se alegra el mar.

Vida —le digo— blancas las desprendí.
¡No se vuelvan oscuras por ser de mí!

Se alegra el mar.

 

Preludio

Esa palabra que jamás asoma
a tu idioma cantado de preguntas,
esa, desfalleciente,
que se hiela en el aire de tu voz,
sí, como una respiración de flautas
contra un aire de vidrio evaporada,
¡mírala, ay, tócala!
¡mírala ahora!
en esta exangüe bruma de magnolias,
en esta nimia floración de vaho
que —ensombrecido en luz el ojo agónico
y a funestos pestillos
anclado el tenue ruido de las alas—
guarda un ángel de sueño en la ventana.
¡Qué muros de cristal, amor, qué muros!
Ay ¿para qué silencios de agua?
Esa palabra, sí, esa palabra
que se coagula en la garganta
como un grito de ámbar
¡Mírala, ay, tócala!
¡mírala ahora!
Mira que, noche a noche, decantada
en el filtro de un áspero silencio,
quedóse a tanto enmudecer desnuda,
hiriente e inequívoca
—así en la entraña de un reloj la muerte,
así la claridad en una cifra—
para gestar este lenguaje nuestro,
inaudible,
que se abre al tacto insomne
en la arena, en el pájaro, en la nube,
cuando negro de oráculos retruena
el panorama de la profecía.
¿Quién, si ella no,
pudo fraguar este universo insigne
que nace como un héroe en tu boca?
¡Mírala, ay, tócala,
mírala ahora,
incendiada en un eco de nenúfares!
¿No aquí su angustia asume la inocencia
de una hueca retórica de lianas?
Aquí, entre líquenes de orfebrería
que arrancan de minúsculos canales
¿no echó a tañer al aire
sus cándidas mariposas de escarcha?
Qué, en lugar de esa fe que la consume
hasta la transparencia del destino
¿no aquí —escapada al dardo
tenaz de la estatura—
se remonta insensata una palmera
para estallar en su ficción de cielo,
maestra en fuegos no,
mas en puros deleites de artificio?
Esa palabra, sí, esa palabra,
esa, desfalleciente,
que se ahoga en el humo de una sombra,
esa que gira —como un soplo— cauta
sobre bisagras de secreta lama,
esa en que el aura de la voz se astilla,
desalentada,
como si rebotara
en una bella úlcera de plata,
esa que baña sus vocales ácidas
en la espuma de las palomas sacrificadas,
esa que se congela hasta la fiebre
cuando no, ensimismada, se calcina
en la brusca intemperie de una lágrima,
¡mírala, ay, tócala!
¡mírala ahora!
¡mírala, ausente toda de palabra,
sin voz, sin eco, sin idioma, exacta,
mírala cómo traza
en muros de cristal amores de agua!

Fragmentos de Muerte sin fin.

Lleno de mí, sitiado en mi epidermis
por un dios inasible que me ahoga,
mentido acaso
por su radiante atmósfera de luces
que oculta mi conciencia derramada,
mis alas rotas en esquirlas de aire,
mi torpe andar a tientas por el lodo;

lleno de mí —ahíto— me descubro
en la imagen atónita del agua,
que tan sólo es un tumbo inmarcesible,
un desplome de ángeles caídos
a la delicia intacta de su peso,
que nada tiene
sino la cara en blanco
hundida a medias, ya, como una risa agónica,
en las tenues holandas de la nube
y en los funestos cánticos del mar
—más resabio de sal o albor de cúmulo
que sola prisa de acosada espuma.
No obstante —oh paradoja— constreñida
por el rigor del vaso que la aclara,
el agua toma forma.
En él se asienta, ahonda y edifica,
cumple una edad amarga de silencios
y un reposo gentil de muerte niña,
sonriente, que desflora
un más allá de pájaros
en desbandada.
En la red de cristal que la estrangula,
allí, como en el agua de un espejo,
se reconoce;
atada allí, gota con gota,
marchito el tropo de espuma en la garganta
¡qué desnudez de agua tan intensa,
qué agua tan agua,
está en su orbe tornasol soñando,
cantando ya una sed de hielo justo!
¡Mas qué vaso —también— más providente
éste que así se hinche
como una estrella en grano,
que así, en heroica promisión, se enciende
como un seno habitado por la dicha,
y rinde así, puntual,
una rotunda flor
de transparencia al agua,
un ojo proyectil que cobra alturas
y una ventana a gritos luminosos
sobre esa libertad enardecida
que se agobia de cándidas prisiones!

(…)

El mismo Dios,
en sus presencias tímidas,
ha de gastar la tez azul
y una clara inocencia imponderable,
oculta al ojo, pero fresca al tacto,
como este mar fantasma en que respiran
—peces del aire altísimo—
los hombres.
¡Sí, es azul! ¡Tiene que ser azul!
Un coagulado azul de lontananza,
un circundante amor de la criatura,
en donde el ojo de agua de su cuerpo
que mana en lentas ondas de estatura
entre fiebres y llagas;
en donde el río hostil de su conciencia
¡agua fofa, mordiente, que se tira,
ay, incapaz de cohesión al suelo!
en donde el brusco andar de la criatura
amortigua su enojo,
se redondea
como una cifra generosa,
se pone en pie, veraz, como una estatua.
¿Qué puede ser —si no— si un vaso no?
Un minuto quizá que se enardece
hasta la incandescencia,
que alarga el arrebato de su brasa,
ay, tanto más hacia lo eterno mínimo
cuanto es más hondo el tiempo que lo colma.
Un cóncavo minuto del espíritu
que una noche impensada,
al azar
y en cualquier escenario irrelevante
con el vuelo del pájaro,
estalla en él como un cohete herido
y en sonoras estrellas precipita
su desbandada pólvora de plumas.
Mas en la médula de esta alegría,
no ocurre nada, no;
sólo un cándido sueño que recorre
las estaciones todas de su ruta
tan amorosamente
que no elude seguirla a sus infiernos,
ay, y con qué miradas de atropina,
tumefactas e inmóviles, escruta
el curso de la luz, su instante fúlgido,
en la piel de una gota de rocío;
concibe el ojo
y el intangible aceite
que nutre de esbeltez a la mirada;
gobierna el crecimiento de las uñas
y en la raíz de la palabra esconde
el frondoso discurso de ancha copa
y el poema de diáfanas espigas.
Pero aún más —porque en su cielo impío
nada es tan cruel como este puro goce—

(…)

¡Oh inteligencia, soledad en llamas
que todo lo concibe sin crearlo!
Finge el calor del lodo,
su emoción de substancia adolorida,
el iracundo amor que lo embellece
y lo encumbra más allá de las alas
a donde sólo el ritmo
de los luceros llora,
mas no le infunde el soplo que lo pone en pie
y permanece recreándose a sí misma,
única en Él, inmaculada, sola en Él,
reticencia indecible,
amoroso temor de la materia,
angélico egoísmo que se escapa
como un grito de júbilo sobre la muerte
—oh inteligencia, páramo de espejos!
helada emanación de rosas pétreas
en la cumbre de un tiempo paralítico;
pulso sellado

(…)

Ay, pero el agua,
ay, si no luce a nada.

Pobrecilla del agua,
ay, que no tiene nada,
ay, amor, que se ahoga,
ay, en un vaso de agua.

(…)

El sueño es cruel,
ay, punza, roe, quema, sangra, duele.
Tanto ignora infusiones como ungüentos.
En los sordos martillos que la afligen
la forma da en el gozo de la llaga
y el oscuro deleite del colapso.
Temprana madre de esa muerte niña

 

(…)

Desde mis ojos insomnes
mi muerte me está acechando,
me acecha, sí, me enamora
con su ojo lánguido.
¡Anda putilla del rubor helado,
anda, vámonos al diablo!

José Gorostiza, autor de los poemarios Canciones para cantar en las barcas y la monumental Muerte sin fin

Gorostiza fue un diplomático, autor en buena medida de la política exterior mexicana, por ejemplo cuándo la organización de Estados Americanos decide expulsar a Cuba, México, bajo el impulso de Gorostiza es el único país que se opone. Como funcionario sirvió durante 47 años al pais, lo que d lo obligo a relegar su tarea como poeta.

Formó parte del grupo de la revistaría literaria Contemporáneos, en donde estaban Carlos Pellicer; Xavier Vllaurutia, Girbelto Owen, Jaime Torres Boded, Savador Novo, Bernardo Ortíz de Montellano, poetas y críticos que siguen siendo esenciales para la literatura mexicana.

José Gorostiza nació el 10 de noviembre 1901, en San Juan Bautista, hoy Villahermosa, Tabasco, fue el segundo de cinco hijos de Celestino y Elvira Alcalá. Celestino Gorostiza, el dramaturgo, fue su hermano. Nació en el seno de una familia pobre. Estuvo en un internado a los 12 años, y luego toda la familia se trasladó a Aguascalientes, el suyo era un hogar muy unido y cálido, pero tuvo la desgracia de perder a su padre muy joven y se convirtió en el hijo mayor.

Ya en la ciudad de México, en 1925 publicó su primer libro Canciones para cantar en las barcas, con poemas de un lirismo fino, de gran sensibilidad y una gran preocupación por la forma del verso, para él, el paisaje se puede cantar porque la poesía nace de la voz, la sonoridad y los ritmos que van guiando al lenguaje.

Trabajó como profesor de Literatura Mexicana en la UNAM. A los 26 años ingresó en el servicio exterior de México. Fue canciller de primera en el servicio exterior residiendo en Londres en 1927. Desde1937 hasta 1939, ejerció como segundo secretario de la Legación en Copenhague y como Primer secretario en Roma de 1939 a 1940. Ministro plenipotenciario y director general de Asuntos Políticos y del Servicio Diplomático en 1944, fue asesor del representante de México ante el Consejo de Seguridad de la ONU en 1946. Embajador de México en Grecia en 1950 y 1951, fungió como  delegado en muchas conferencias internacionales entre 1953 y 1964. Subsecretario de la Secretaría de Relaciones entre 1958 y 1963 y secretario en el año 1964. Presidente de la Comisión Nacional de Energía Nuclear de 1965 a 1970.Su deseo fue también viajar conocer otros países y escritores.

En 1939 pública Muerte sin fin, considerado uno de los poemas largos, escritos en español en el siglo XX, fundamentales de la literatura universal.Un poema filosófico con una visión del universo.

Se trata de una obra en la que el poeta se sitúa en la mente de Dios, en el instante en el que debe decir “hágase al luz, la tiniebla, sepárense las aguas de la tierra”. Ese instante en que Dios está en soledad absoluta, nada más acompañado de una emanación suya que puede ser: la sabiduría y la inteligencia, que le aconsejarán un segundo antes de que empiece a crear el mundo y la vida, que se abstenga de hacerlo. Sin escuchar, Dios lo hace y el poema habla de la  condición humana y la creación …

La segunda parte de este poema, es bellísima y terrible, hace una descripción de todo el universo y regresa al fatal origen. El silencio tenebroso. Gorostiza sabe que el mundo está lleno de dolor, que la muerte es un poder absoluto y por lo tanto no tiene fin.

Gorostiza, dicen los que lo conocieron, era un poeta que hablaba y escribía poco pero cuando lo hacía era agudo y profundo.

Hay una anécdota bellísima que cuenta el también poeta y diplomático Hugo Gutiérrez Vega, dice que cuando José Gorostiza era Secretario de Relaciones Exteriores salía caminando a la Fonda Santa Anita a merendar tres quesadillas, una flor de calabaza, una de huitlacoche y una de papa, con un gran baso de agua de limón con chia.

Este autor que escribió también teatro y ensayo, fue electo miembro de la Academia Mexicana de la Lengua el 14 de mayo de 1954 y de número el 22 de marzo de 1955. Ocupó la silla xxxv. Su discurso de ingreso se llama “Notas sobre poesía” y le dio respuesta Alfonso Reyes. Ambos se publicaron en el tomo xv, de 1956, de las Memorias de la Academia. Además de sus dos libros básicos ya mencionados, José Gorostiza publicó también Poesía, FCE, Letras Mexicanas, 1964; Prosa, recopilación, introducción, bibliografía y notas de Miguel Capistrán, epílogo de Alfonso Reyes, 1969, y Suite en dolor de Luz Velderráin, 1990 (Ernesto de la Peña, Semblanzas de académicos). Falleció el 16 de marzo de 1973 en Ciudad de México, México. 

Maratón de poesía para leer a David Huerta

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A poco más de un mes de su muerte once poetas darán lectura a la obra del autor de Incurable

Hace poco más de un mes, el 3  de octubre, a punto de cumplir 73 años, murió el poeta David Huerta y para homenajearlo, celebrarlo y recordarlo, este miércoles 9 de noviembre once poetas participarán en un «Maratón de poesía» en el que se darán lectura a la obra del autor de Incurable en el Museo de la Ciudad de México a las 19 horas.

En el patio de recinto en donde será el homenaje estarán algunas de sus amigas más cercanas: Coral Bracho y Elsa Cross, así como las poetas Paula Abramo, Anaïs Abreu, María Baranda, Valeria List, Xel-Ha López Méndez, Martha Mega, Xitlalitl Rodríguez Mendoza, Mónica Nepote y Michelle Pérez-Lobo.

El poeta Hernán Bravo Varela, organizador del encuentro, aseguró  que “David era una de las voces más vitales y centrales de la poesía en la lengua española, por ello le rendimos homenaje con la participación de poetas conocidas y emergentes que están en la madurez de su obra para contar la historia de la poesía mexicana contemporánea”, dijo en el comunicado que da cuenta del “Maratón de poesía”.

Esto es el país de las fosas
Señoras y señores
Este es el país de los aullidos
Este es el país de los niños en llamas
Este es el país de las mujeres martirizadas
Este es el país que ayer apenas existía
Y ahora no se sabe dónde quedó 

(fragmento de su poema Ayotzinapa)

 

El homenaje busca recordar la vida y legado de David Huerta, considerado una de las voces centrales de la poesía en lengua española, pero que también fue ensayista, editor, traductor, docente y cercano colaborador de la Casa del Poeta, cuya biblioteca resguarda el Fondo Reservado de su padre, el poeta Efraín Huerta, y de Salvador Novo, dos de los más destacados poetas del siglo XX.

La muerte de David Huerta conmocionó a la comunidad cultural de México. José María Espinasa, director del Museo de la Ciudad de México, también poeta y editor fundador de Ediciones sin nombre, dedicada a la publicación de poesía, lamentó la muerte de Huerta y dijo a una semana de muerte que  la cultura en México estaba de luto y muy triste ante tan enorme pérdida.

David Huerta nació en la Ciudad de México el 8 de octubre de 1949. Siempre estuvo comprometido con los problemas de la sociedad mexicana, estudió Filosofía, Letras Inglesas y Españolas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

En su semblanza, la editorial Era, en la que publicó gran parte de su obra, detalla: David Huerta ha impartido talleres de poesía en prácticamente todo el país; ha dado lecturas en México y el extranjero, y compilado varias antologías de poesía.

Muchos de sus libros son hitos de la poesía mexicana: Cuaderno de noviembre (Era, 1976), Huellas del civilizado (1977), Versión (1978; Era, 2005, Premio Xavier Villaurrutia), Incurable (Era, 1987), Historia (1990, Premio Carlos Pellicer), Los objetos están más cerca de lo que aparentan (1990), La sombra de los perros (1996), La música de lo que pasa(1997), El azul en la flama (Era, 2002), La calle blanca (Era, 2006), El ovillo y la brisa (Era, 2018), El cristal en la playa (Era, 2019).

En 2013 el Fondo de Cultura Económica publicó su obra poética reunida, en dos volúmenes que suman más de 1,000 páginas, con el título La mancha en el espejo.  En 2021 la editorial española Galaxia Gutenberg dio a conocer con su sello la extensa antología El desprendimiento, que presenta selecciones de su poesía a lo largo de casi medio siglo.

Sus publicaciones más recientes son el volumen de ensayos titulado Las hojas (2020) y El viento en el andén (2022).

En 2016 obtuvo el Premio Nacional de Ciencias y Artes, en el campo de Lingüística y Literatura; en septiembre de 2019 ganó, por unanimidad, el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances que otorga la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Desde 2005 era maestro en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.

No llevo en mí marcas intolerables, únicamente una línea transversal que suena como un polvo,
como un lazo claro. Intolerable es lo que se detiene, lo que enmascara las piedras del esfuerzo,
lo que desvía el hambre con una pasajera satisfacción. La sobrevida está en el esfuerzo,
en la transversal que traduce el esfuerzo en una energía que habita el corazón de hierro de los minutos.

(fragmento de Incurable)

David Huerta falleció el pasado 3 de octubre del presente año, en vísperas de su cumpleaños 73, a causa de una insuficiencia renal, según informó su esposa la escritora Verónica Murguía.

La cita para este «Maratón de poesía» para escuchar la poesía de David Huerta en la voz de once poetas será en el Museo de la Ciudad de México, ubicado en José María Pino Suárez 30, Centro Histórico.

EL ABUELO GONZALO Y SU BICICLETA

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Fotografía: Archivo de la familia Sira Gutiérrez (San Felipe; estado Yaracuy; Venezuela)

Debió ser por octubre –imagino, elucubro- y el siglo XX llevaba avanzadas –quizá- dos décadas y quien sería mi abuelo materno, adquirió su primera bicicleta –intuyo- con gran sacrificio. ¿Cuánto le costaría? Aunque no era una bicicleta nueva, sin embargo, para comprar una, por más que fuera usada, implicaba erogar una cantidad de dinero que se necesitaba para otros menesteres más vitales. Y no sólo el joven Gonzalo Gutiérrez se hizo con un biciclo, sino además adquirió un sombrero de camarita, un chaquetón, unos pantalones y un par de zapatos castaños. Y antes de acudir al “Estudio Fotográfico Betancourt”, pasó por donde el peluquero y se hizo afeitar y rasurar la incipiente barba. Y con aquella mirada que avizoraba interesantes eventos, Gonzalo salió a la calle y de inmediato se puso a pedalear –se me antoja- con un inusitado optimismo en busca de las miradas de las muchachas guapas del sitio. Y no le importó el que la bicicleta no tuviese frenos.

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Se desplazaría después Gonzalo –fantaseo- entre su natal Guama y la cercana población de San Pablo día tras día, con buen o mal tiempo, porque las muchachas de ambos pueblos se lo peleaban – divago-. Y Gonzalo feliz de la vida –su vida- aferrado con comodidad al manillar, aplicando sus bíceps de hombre en cierne y pendiente de las vueltas infinitas que tenía que dar y de las mancebas apostadas en los poyos de sus ventanas o paseando por la plaza. E implícitamente Gonzalo –ideo- buscaba su “tierra prometida”, aunque no lo visualizo como samaritano y sí como alegorista de la albañilería, él que llegaría a ser un reconocido alarife, incluso más allá de su terruño.

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Querría más Gonzalo –prefiguro- dejar que las ruedas de su bicicleta lo condujeran a la Plaza Bolívar de Guama y allí ponerse a girar sin límite, pendiente él de las criznejas más atractivas que surgirían de negras cabelleras protegiendo gráciles rostros de las jóvenes harto traviesas y coquetas. Y la bicicleta luego enrumbaba hacia el oeste, hacia San Pablo, para encontrarse con los frentes montañosos y la exuberante vegetación y la abundancia de aves y pájaros y en la casa de los familiares de Gonzalo estaría aguardando un suculento sancocho de gallina o una sopa de mondongo y como postre, dulce de plátanos y mazamorra (plato que él degustaría por siempre, se hallase donde se hallase, porque la receta se la había llevado grabada en el paladar).
Y ya colmado Gonzalo, de sabores y fragancias culinarias, volvía a trepar en su biciclo y le ordenaba –poetizo- seguir la ruta del río Guama para que su juventud (como la del prócer José Antonio Páez) se nutriera de aire fresco y de mangos, guamas, aguacates y pomarrosas. ¿Sabría Gonzalo que Nicolás de Federmann, el enviado de los Welser, pateó esos andurriales en 1530?
Y allá va Gonzalo, enfrutecido, pedaleando ufano su bicicleta, de regreso a Guama, a mediana velocidad, por las callecitas angostas con bajadas y subidas y saludando a los vecinos.

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Los domingos se levantaba Gonzalo –evoco- más temprano que los restantes días de la semana y después de sus abluciones en la jofaina de porcelana de Alemania, salía a la calle y ya la bicicleta lo estaba aguardando, ansiosa, estacionada en la acera de su casa. Del manillar se desprendían bicromías causadas por el rocío caído en la madrugada y Gonzalo encadenaba deseos y pareceres y le decía por señas al biciclo que debía hacer el rumbo hacia Cocorote, porque allá los esperaba el café calientito con su poquito de aguardiente de cocuy y la bicicleta se lanzaba en pos de las horas por descubrir a través de las faldas de los cerritos que les ofrecerían sus paisajes y sus algarabías de pericos y loros.
Y arribaban (Gonzalo y su bicicleta o la bicicleta y Gonzalo, porque en eso de la precedencia ellos no paraban mientes) a una casa de paredes blancas, con techo de tejas y dos ventanas que daban hacia la bajada, ubicada en una calle en pendiente como todas las de por ahí. Y adentro de la casa ya estaban celebrando a San Jerónimo, entre cantos acompañados por guitarras y cuatros y los concurrentes se servían ellos mismos el aguardiente de unas pimpinas de barro. Y Gonzalo –que no era muy bebedor- probaba algo del licor y rociaba a su bicicleta con él y ella se hacía la encubierta.

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En Cocorote pasaban la noche Gonzalo y la bicicleta y los despertaba el zureo persistente de una paloma de color verdoso que, por momentos, remedaba los cantos de la velada transcurrida. Y como esa ave no era para nada agorera, Gonzalo y su biciclo la emprendían hacia el antiguo asentamiento de la hacienda “El Aserradero” y en tal lugar se vaciaban de especies y luego se colmaban de imágenes de vasijas y porrones y se adelantaban a la recogida de lluvias y a la previsión contra los lodos.

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Otras poblaciones vecinas convocaban a la bicicleta y a su Gonzalo y entonces decidían nortear –imagino- y acomodaban la “brújula de la horquilla” y salían hacia Quigua por el camino cundido de palmas y bejucos y de allí derivaban luego hacia el este, vía Jaime y más tarde ganaban la carretera panamericana en el sur y los abordaban sonidos de guaruras y visiones de los aborígenes caquetíos.

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Por las noches, Gonzalo caminaba por las calles de Guama llevando agarrada a su bicicleta, a la espera de podérsela ofrecer a alguna de las muchachas guapas que anhelaban montarla. Los viernes, después que oscurecía, Gonzalo se retiraba pronto a su casa, seguido de la bicicleta que había empezado a traquetear. Y era que las noches de los viernes resultaban sumamente peligrosas porque bajaban de los cerros al pueblo hombres de costumbres muy primitivas con ganas de emborracharse y lo hacían de una manera salvaje, criminal: se ponían de acuerdo entre ellos y unos iban a comprar suficientes garrafas de aguardiente, mientras los otros buscaban en la plaza a alguien a quien pudieran ofender y retar a una pelea y cuando el ofendido respondía, lo mataban a machetazos y los asesinos se llevaban al muerto para velarlo y consumir todo el aguardiente en su honor… Y Gonzalo temblaba cuando le contaba esas cosas a la bicicleta y ella pensaba en escapadas para no regresar nunca más, pero un rato después se calmaba y sus piñones ronroneaban para que Gonzalo la consintiera y la protegiera de todos los peligros inenarrables.

Períodos de las bicicletas confiadas a la memoria

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Textos y fotografías: Wilfredo Carrizales

Bicicletas en un callejón de Beijing, la capital de China

Regresaron, allí las vemos en diferentes lugares, lejos del pedaleo. Aguardaban el avance de una señal, el movimiento de una transmisión de pensamiento para ponerse en evidencia y formar parte del cuadro, de la escena acaso fortuita o quizá guiada por una cadena de un azar en desarrollo.

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Si contáramos las prendas de vestir que colgaban, secándose, tal vez habría coincidencia con la cantidad de bicicletas estacionadas, cada una a la espera de su dueño que en ese momento almorzaba o tomaba una siesta. Después cada vehículo de dos ruedas salía y se dirigía por el callejón, ora al este, ora al oeste, según su costumbre. Los que iban hacia el sector oriental recalaban a las puertas del viejo templo taoísta y allí se dedicaban a jugar partida tras partida de ajedrez hasta que el ocaso los convocaba de vuelta a su albergue. Los que se dirigían al sector occidental iban lanzados con el manillar guiándolos a la tertulia de la Torre de la Campana, donde nunca faltaban chismes y noticias curiosas, mientras el vuelo cíclico de las bandadas de palomas ponía una nota no discordante en el ambiente.

Ya en casa, las bicicletas se ordenaban, unas junto a las otras, en dos segmentos, y compartían las experiencias del día y las ilusiones y los sueños que, entre rondas de piñones, se demarraban por las estrechas curvas de los antiguos barrios arbolados.

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Trajeron a las señoras del mercado de fin de semana y al presente las aguardan, restregándose mutuamente. Las dos bicicletas podrían partir solas, pero prefieren estar a la expectativa e imaginarse el recorrido que se forjará dentro de poco.

Primero deambularán, a la escapada, por las más recónditas callejuelas, aquellas que, de modo súbito, te ofrecen jardines adosados a vetustas paredes de ladrillos grises, donde las macetas se apiñan y rivalizan por mostrar sus colecciones de pétalos o donde bambúes enanos se doblan y se yerguen al compás de brisas sin horarios.

Luego vagarán por angostillos en pos de los gatos callejeros más extraordinarios y observarlos tomando el sol, trepados a terrazas o tendidos debajo de gruesos árboles, lamiendo sus heridas y maullando u ocultando las uñas si no hay ratones en las cercanías.

Finalmente cruzarán con ligero pedaleo los antiguos puentes que aún quedan en pie y ofrendarán sus saludos a los animales de piedra que los custodian y habrá tiempo –antes del ocaso- para detenerse en alguna de las pocas casas de té sobrevivientes y disfrutar de las variadas infusiones, mientras se mastican pipas de girasol y se oyen las voces de los mirlos enjaulados.

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Bello Jade, reclinada contra el granado, me ve llegar trepado sobre una bicicleta “hembra” y no sonríe. Me mira con fijeza y es cuando su hermosura resalta hasta turbarme. Mi lente atrapa su querida figura y enseguida me le acerco, le acaricio su oscura cabellera y le doy un beso y el sabor del granate asciende con rapidez a mi cerebro. Compartimos  gajos de sonrisas y ella, con un gesto de una mano, me indica un gran pedazo de papel blanco pegado de la pared, donde esbozó el recorrido que haríamos ese sábado y que en su totalidad sería para nosotros.

Disponemos nuestras respectivas bicicletas y enrumbamos hacia el cercano Altar de la Tierra. Dejamos las bicicletas en la entrada principal, las encadenamos juntas y les proveemos de suficiente agua. Bello Jade entra cantando una tonada tradicional de Hubei, su provincia natal, de la cual sólo puedo disfrutar la suavidad de la rima. A continuación nos ubicamos en el antiguo lugar destinado a las ofrendas a la Tierra y ella posa ante las cabezas de dragón que protegen los accesos al sitio.

Encontramos a las bicicletas algo sudadas, aunque todavía la primavera no ha concluido. Ponemos las proas de nuestros vehículos orientados hacia el sur y acudimos al encuentro con el próximo puente que salva un canal y que nos empuja, con suavidad, hasta el muro largo y violeta del Lamasario de Beijing. Ella desciende de la bicicleta y se pone a caminar, muy despacio, sin quitarme la vista de encima. No pierdo tiempo y la retrato con su falda siendo agitada por una leve brisa. En silencio me lo agradece y en silencio me invita a almorzar en un restaurante cuya especialidad es la carne de ovejo cocida en un caldero con agua hirviente y vegetales.

Ahítos, nos ponemos remolones para el regreso, pero las bicicletas han cumplido su círculo de horas y deben marcharse. Las despedimos y las vemos alejarse entre chirridos y nosotros nos abrazamos y prometemos volver a encontrarnos cuando vuelvan a florecer los granados.

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Cada vez que pasaba por el frente de esa antigua mansión ella estaba allí, solitaria y con la rueda delantera medio sesgada y un brillo tenue en el cubrecadena. Me le acercaba y le oía musitar:

Ayer he pedaleado hasta la Torre del Tambor y he visto a las oropéndolas trasmigrando a través de los tejados cubiertos de pajas, mientras el abuelo del infaltable paraguas se me ha quedado mirando con su cara de inusitado estupor y los triciclos que, sin cesar, llevaban y traían turistas casi me atropellaron…

Hace cinco días atrás me sentí un poco agotada, pero aun así salí a dar una vuelta por el sector más alejado de Houhai y me puse a espiar a los nadadores furtivos en el lago y admiré la magnificencia del suave oleaje y los reflejos infinitos de los sauces llorones sobre el agua un tanto turbia…

La semana anterior me atreví a aventurarme por las orillas húmedas de los canales que han sido habilitados para que vuelvan a surcarlos las barcazas y he conseguido embarrarme las ruedas y, cosa de magia, el lodo se secó de forma extraña y no me hizo descarriar…

Hoy estoy a la espera y anhelo que me empunten hacia el establecimiento donde caigo bajo el poder de los sahumerios y me pronuncio con un timbre que posee  todas las contumacias…

Y de tal guisa ella proseguía su hilera de oraciones y yo me declaraba apto para retirarme y volver.

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…Y después de haber rodado no se sabe cuántos cientos de kilómetros, arriba al muro gris, medianero y poco elocuente, y se le recuesta para escuchar sus cuitas, ¡que son las mismas de todos los muros de esa condición! Mientras tanto, alguien que no se percibe, barre el polvo, los polvos acumulados por las constantes refacciones que van a depositarse dentro de un balde en actitud sumisa.

…Y la bicicleta no ha traído ni agua en su cesta y cuando la sed la acose tendrá que pedalear con rapidez hasta el pozo oculto detrás de la alta pared y al cual no es fácil acceder, a menos que… ¡A menos que se posea un asiento azul que enamore al líquido del aljibe y le haga ondear de emoción!

La atardecida va adquiriendo una coloratura terriza y la bicicleta no quiere jugar en ese terreno y se arriesga a irse sin interponer vanas despedidas, porque su espíritu es portátil y otorga beneficios a quien lo comprenda. Al rato, sólo permanecen los vestigios del tránsito de la bicicleta y un tenue olor a grasa.

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Bicicletas en la calzada, frente a un río que enmudece a destiempo. En el aire, las cometas que han elevado los signos de la trashumancia y el revoloteo. ¿Será posible que en algún momento ellas intercambien sus funciones? ¡Sería fenomenal disfrutar del espectáculo de bicicletas voladoras, penetrando el vacío de modo libérrimo y sin cortapisas!

Empero las bicicletas son seres de la tierra y a ella se amoldan hasta para convertirse en tránsfugas y alcanzar los predios del sueño y la imaginación.

Milagrería repentina: los biciclos transforman su quietud en enlaces rotatorios y se dedican a cascabelear durante horas y horas y a encajar en otro orden derivativo, el mismo que se encanala para que múltiples ruedas surquen los horizontes mediatos y, palmo a palmo, desasirse de las rutinas. ¡Ya no más clausuras ni encierros! ¡La revuelta ha comenzado con inmejorable guía!

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Tembló y se cuarteó el piso. La bicicleta sintió mucho miedo y se replegó, buscando un asidero, un lugar seguro. Continuaron las réplicas del sismo y ella se sintió perdida. Entonces recurrió a sus ingénitas fuerzas y perpetró su audacia y salió con potencia de la callejuela.

El pánico había ganado a la mayoría de las bicicletas que se desplazaban alocadas sin rumbo ni destino. “Nuestro” vehículo de ruedas deslumbrantes, puro flujo magnético, se sobrepuso al miedo y reluchó y como un artista del equilibrio, atravesó vías zambullidas en el marasmo, planchadas tirando a desaparecer, aberturas que hacían perder los estribos y tentar el acabose.

A medianoche, exhausta, pero optimista, ella alcanzó su refugio en las afueras de la ciudad. El firmamento estaba teñido de púrpura y se oían lamentos por doquier. Reposó y no tuvo pesadillas y su manillar se orientó hacia los reconstruidos momentos venideros y una melodía le brotó, masiva, desde el interior de su estructura que no conocía desfallecimientos y sí sunchos de firmeza.

Eduardo Lizalde

Eduardo Lizalde: ‘El Tigre’, en la casa, la voz de la poesía mexicana que se silenció a los 93 años.

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Por Pilar Jiménez Trejo

 

Lizalde fue uno de los escritores de mayor presencia en la literatura mexicana

Hoy murió el poeta Eduardo Lizalde: ‘El Tigre’ en la casa, esta voz de la poesía mexicana se silenció a los 93 años. Lizalde fue uno de los escritores y de los poetas de mayor presencia en la literatura mexicana. Su partida duele a México y al mundo literario. «Autor de una obra poética de atroz belleza», como la calificó el escritor Salvador Elizondo. Fue apodado «El Tigre» por la recurrente presencia de ese felino en su obra. Con su libro El tigre en la casa mostró al verdadero poeta que nos acerca a la historia del alma humana.

Fue un hombre de literatura y música, incursionó en el periodismo cultural, y fue un gran conocedor de ópera con una voz grave y fuerte, con la que también llego a cantar; publicó innumerables reseñas particularmente de ópera, de la que fue un ferviente admirador, incluso publicó el libro La ópera hoy, la ópera ayer, la ópera siempre, que forma parte de un importante proyecto para documentar nuestra memoria teatral. La literatura y el ingenio de las palabras fue quizá su más grande pasión como poeta.

La muerte de ‘El tigre’, premio Carlos Fuentes y medalla de oro Bellas Artes, fue confirmada por su hijo en redes sociales

“A todos les comparto una mala noticia. Hoy por la mañana murió mi señor padre. Eduardo Lizalde Chávez”, posteó en su cuenta de Facebook el músico Eduardo Lizalde Farías. “Un poeta magnífico y un pensador esencial”, definió a El Tigre, como era conocido su padre.

“Me queda decir aquí ¡qué viva la vida!”, finalizó Elizalde Farías su breve mensaje.

Eduardo fue hijo del ingeniero Juan Lizalde y de Elena García de la Cadena, quienes procrearon seis hijos uno de los cuales uno de sus hermanos fue el actor Enrique Lizalde; también era primo del cantante Óscar Chávez, fallecido en 2020 a causa del Covid 19. El poeta mexicano aprendió a leer a los cinco años. Empezó con autores como Julio Verne o Emilio Salgari y para los 12 años ya leía a Honoré de Balzac o Émile Zola. Siendo muy joven también aprendió a escribir sonetos con la ayuda de su padre y a los 30 publicó su “primer libro importante”, Cada cosa es Babel. Lizalde decía que “la poesía es la muñeca fea entre las literaturas”.

Lizalde nació en Ciudad de México en 1929. Estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) e inició junto a Enrique González Rojo y Marco Antonio Montes de Oca un movimiento, el poeticismo, con el que pretendían combatir la imprecisión verbal y conceptual de la poesía. Tiempo después, sin embargo, el poeta criticaría el movimiento en su libro Autobigrafía de un fracaso (1981). En la década de los sesentas, Lizalde fundó con el escritor José Revueltas la Liga Espartaco Leninista, un movimiento político alternativo al Partido Comunista. Poeta, ensayista, narrador y traductor, Lizalde también fue profesor y director de la Biblioteca de México, y hasta director de la Compañía Nacional de Ópera al terminar la década de los 80 —de niño, soñaba con ser músico y egresó de la Escuela Superior de Música del INBAL—. El apodo de Tigre le llegó con la publicación de diferentes obras con referidas al felino que tanto le fascinaba: Memoria del tigre (1983), ¡Tigre, tigre! (1985), La caza del tigre (1998), Otros tigres (1995).

Sus obras más representativas son: El tigre en la casa (1970), La zorra enferma (1974), Caza mayor (1979), Tabernarios y eróticos (1989), Rosas (1994),  Nueva memoria del tigre (2005), entre otras.

Además de sus ensayos y poesía, fue el primer entrevistador de Julio Cortázar en el país, y contribuyó notablemente a la traducción de autores como Shakespeare y William Blake.

La figura del tigre se ha dicho, le llegó a Borges por William Blake y a Lizalde por Rubén Darío, esto puede ser cierto, de Jorge Luis Borges se sabe su gusto por el trocaico tigre que “en las selvas de la noche es un brillo ardiente” y en Lizalde se recuerda su diálogo con Darío en “las fieras se acarician, Rubén, / bajo las vastas selvas primitivas” que nos remiten al poema “Estival”; sin se cree que es del texto “Obra maestra” de Ramón López Velarde que viene su final filiación. Vicente Quirarte apuntó a principios de la década de los noventas sobre la poesía de Eduardo Lizalde: “El tigre es el gran mendigo cósmico, el solterón lopezvelardeano, el de la inaudita belleza que atrae y que repugna”; y en otro momento Ramón Xirau se refiere así a El tigre en la casa: “Nace, ahora cercana a López Velarde —nuevamente punto de partida— “la amada”, pero surge en el “resentimiento” —¿se trata de un re-sentimiento, un nuevo sentir?”.

¿De dónde surge un poeta como  Eduardo Lizalde (México, 14 de julio 1929- 25 de mayo 2022)? Como todo auténtico creador, fundamentalmente de él mismo y sólo de él mismo.
Un escritor de su generación, Salvador Elizondo, escribió acerca de El tigre en la casa: «…todo aquí está investido de una violencia y de un sentimiento nihilista que se expresa por imágenes de una atroz belleza que no tienen, ciertamente, paralelo en la historia de nuestra poesía».
La originalidad de la voz poética de Lizalde —sólo comparable en la poesía mexicana actual, a la de algunos casos más, como Jaime Sabines o Gerardo Deniz— corresponde a la individualidad irreductible de su temperamento, su sensibilidad, su inteligencia, y claro, de su manera personal de asimilar y trascender una formación cultural y vital compleja que va de Dante a Pessoa, de Platón a Wittgenstein, del ajedrez y el dominó a la carpintería, y de la ópera a la vinicultura francesa y las mujeres. (No por casualidad su poesía es tan culta e intelectual como profundamente vital y sensual.) Como lo atestiguan en sus poemas las referencias intratextuales o las citas que van a la cabeza, Lizalde sabe con clara conciencia que la literatura es un diálogo con la tradición literaria universal, un diálogo riguroso sobre los temas de siempre (las palabras y las cosas, el infortunio amoroso, la fatal futilidad de todo lo humano, la muerte individual y de la especie, las miserias morales y los impulsos bajos en general: el rencor y el odio, el placer redentor; en el caso de este poeta), en que se crean las coyunturas estéticas y vivenciales para aportar una intervención original (sea desde el punto de vista del lenguaje o del significado, o sea, del estilo, la forma o del contenido).

Juan Gelman, Hugo Gutiérrez Vega, Rubén Bonifaz Nuño, Eduardo Lizalde y Alí Chumacero. Archivo de Hilda Rivera.

«El reconocimiento de Eduardo Lizalde se dio con El tigre en la casa, convirtiéndolo en el más brillante, por no decir el real y único, heredero de la poesía maldita, sobre todo del linaje francés: de Rutebeuf y Villon, de Baudelaire y Rimbaud, de Lautréamont y Artadud. De todos, sin duda, su influencia múltiple, su verdadero dios, ha sido, como lo fue para Rimbaud o Nelligan, Charles Baudelaire», escribió el poeta Marco Antonio Campos al reseñar este libro.

Con El tigre en la casa estamos ante el desbordamiento interior de un río: caudal transformador del poeta y al mismo tiempo del lector. Lizalde es sin duda la estalagmita poética en la caverna de los elegidos. Él ha bebido las mismas aguas turbias que Maldoror, las estancadas aguas de Poe o aquellas de sutil perfume en Rilke.  El conjunto de transgresiones gramaticales, poéticas y retóricas de Lizalde lo hacen un poeta eficaz e inigualable. Un lector entrenado reconoce su voz con una muestra pequeña de versos:   ‘‘La perra más inmunda / es noble lirio junto a ella. Las estructuras, relaciones,  sonoridades se revelan en Lizalde con el hilo fino de la ironía, como la repetición llevada a sus últimas consecuencias, como la antítesis de los amantes o con el ritmo, peso y coloratura de la música vocal, se advierte en un análisis del libro en Círculo de Poesía.

El tigre en la casa consta de seis secciones solidarias y dinámicas. En las que se ve esa metamorfosis cuando se consideran las relaciones entre sus secciones, entre el poema y su contexto social, entre la obra y las convenciones poéticas de la tradición lírica mexicana en la segunda mitad del siglo XX.

En su aventura vital y estética, cambian el lenguaje y el tono poéticos, cambian las cosas y motivos de la poesía y Lizalde consuma su poemario más resonante y definitivo, El tigre en la casa (1970). Como escribió Octavio Paz, «Fue el año de su aparición, en el sentido fuerte de la palabra: la aparición de un poeta verdadero tiene algo de milagroso».
Eduardo Lizalde y Octavio Paz

Eduardo Lizalde y Octavio Paz

Todo El tigre en la casa está recorrido por el gran leitmotiv heideggeriano del serpara-la-muerte (Sein-zum-Tode), es decir, por la convicción de que la muerte no es la última escala en el viaje de nuestra vida —como la entendemos de manera cotidiana, vulgar y cobarde— sino la posibilidad más radical de nuestra existencia e inherente a ella en todo momento; un tigre que nos acecha y «desgarra por dentro». Y la muerte es «un enorme gato encerrado/ en todo esto», porque esta posibilidad radical, personal, intransferible y oculta cotidianamente, es terrorífica y misteriosa, es lo desconocido que cae sobre nosotros, como en la selva cotidiana la silueta negra y salvaje de un tigre.

El amor es, pues, en su sustancia más honda, muerte; el sexo es sólo la pequeña muerte; y el hombre: desgarradura, «soltero, huérfano y desgraciado», «tigrillo» devorado poco a poco por el tigre mayor del amor y la pasión inútiles (Sartre), el infortunio y la muerte.
El tigre es la muerte, nuestra muerte individual, pero también la muerte del amor.
Fragmento tomado del Material del Lectura, UNAM, realizado por Luis Ignacio Helguera
Lizalde cuya obra suma medio centenar de títulos, se autodefinía como un “poeta y cazador de tigres, pero solo en los libros”. Consideraba a la poesía como una bomba de tiempo “porque a la larga, los más inéditos y desconocidos autores, si son importantes, sobreviven y pasan a la celebridad”.
Entre los cargos que llegó a ocupar fue la de director de Radio Universidad; secretario general del Consejo Nacional de Cultura y Recreación para los Trabajadores; director general de Medios Audiovisuales de la SEP; subdirector de publicaciones del Conacyt; director general de Televisión de la República Mexicana, de Publicaciones y Medios de la SEP y de la Compañía Nacional de Ópera del INBA, entre otros. Lizalde, que con El tigre en la casa obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia 1970, comenzó a publicar en 1956 con La tierra de Caín, a la que le siguieron La mala hora, Odesa y Cananea, La cámara, Luis Buñuel. Odisea del demoledor y Cada cosa es Babel: poema, entre otros.
Durante el homenaje “Eduardo Lizalde: el tigre en casa”, efectuado por la Biblioteca de México en 2018, en ocasión de sus 90 años, el bardo declaró: “la poesía la leen los poetas (…) el destino de la poesía es ser leída por gente capacitada para leerla; es un instrumento que presenta ciertas dificultades, es producto del manejo de elementos de mucha complejidad y abstracción”.

Más adelante, sobre su propia obra dijo: “he escrito prosa, pero nunca tuvieron mis trabajos prosísticos la aceptación que, por fortuna y suerte, tuvieron mis versos. A veces, en alguna lectura, en alguna biblioteca o en un homenaje latinoamericano, en Colombia, Panamá o Chile, me encuentro con lectores que se saben mi memoria mis poemas de la juventud. Esas cosas ocurren (…) no me puedo quejar de que hayan sido relativamente pocos los lectores de mi obra; creo que son bastantes y soy afortunado por haber producido esta obra”.

Poema: Que tanto y tanto amor se pudra, oh dioses... De: El tigre en la casa
Que tanto y tanto amor se pudra, oh dioses;
que se pierda
tanto increíble amor.
Que nada quede, amigos,
de esos mares de amor,
de estas verduras pobres de las eras
que las vacas devoran
lamiendo el otro lado del césped,
lanzando a nuestros pastos
las manadas de hidras y langostas
de sus lenguas calientes.
Como si el verde pasto celestial,
el mismo océano, salado como arenque,
hirvieran.
Que tanto y tanto amor
y tanto vuelo entre unos cuerpos
al abordaje apenas de su lecho, se desplome.
Que una sola munición de estaño luminoso,
una bala pequeña,
un perdigón inocuo para un pato,
derrumbe al mismo tiempo todas las bandadas
y desgarre el cielo con sus plumas.
Que el oro mismo estalle sin motivo.
Que un amor capaz de convertir al sapo en rosa
se destroce.
Que tanto y tanto, una vez más, y tanto,
tanto imposible amor inexpresable,
nos vuelva tontos, monos sin sentido.
Que tanto amor queme sus naves
antes de llegar a tierra.
Es esto, dioses, poderosos amigos, perros,
niños, animales domésticos, señores,
lo que duele.

Al habla en Bicicleta

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Textos y dibujo: Wilfredo Carrizales

Poeta, cuentista, sinólogo, traductor, fotógrafo, artista visual, editor, conferencista, promotor cultural y actor de monólogos. Realizó estudios de idioma chino, moderno y clásico, e historia de China en la Universidad de Beijing, China

 

 

 

 

 

 

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Sin garantía la fábula fluye. La habladuría se convierte en refrán. Los parlanchines son menos guardianes que el sacristán. Esperan ser sustituidos los confabuladores de un modo relatado. Y así se habitará lo habitual, a lo tardío, poniendo el aspecto externo en el vapor que se exhala. Los asuntos del hado nos tendrán inmersos en el agobio. Los bienes y los males buscarán sus puestos en la Hacienda. Ya la rapiña tiene sus dedos torcidos como la hoz sin el martillo. Los factótums se hacen señales con el fuego de sus cigarros encendidos. Aplastan los halagos al alto comisionado del dolo. Donde se contonean los fetiches se escuchan chillidos de marañones y el crimen procede.

2

En cada calle, un abismo, un hueco sin fondo. Resulta imposible realizar las abluciones y me abofeteo por confiado. ¿Y si llamo al abductor en calidad de abogado? ¡Que abuela a su abuelo! ¿Acaso no somos oriundos de donde se levanta el abrojo? No me molestaré por la bruma sobre el barco comido de broma. A los bromistas tales chanzas, cuales burlas. En seco, bajaré al mar para expresar mi hinchazón y para asolearme como un borrego abortado. No le temo al influjo del sapo en el puerto. Lo que él abrigue, yo lo abrevo, lo abrevio. Entre las olas flotan las putas.

3

Me retiro para no acceder. Accidentes ocurren a cada rato. Reconozco la autoridad del azar, su consistente camino. Le tengo aversión a los abyectos y sus proyectos de travesías por las avenidas del hampa. Mis aceras miran cuatro lados de las vías. Abro la boca, echo el aliento, pero no jadeo. Imposible que me apelliden Acerolo. La del juicio siempre me lo recuerda. Acierto al comprobar que lo egipcio es y será aciago. Me acordono los zapatos, mientas tanto el acordeón  (¿o bandoneón?) de Astor Piazzolla me resuena en medio del pecho. (Los trabajos y las molestias siguen su curso en otra dirección). Tomo como propias las consignas de los ácratas, aunque me acribillen a la acuarela.

4

Regreso al paraje de donde emergí. Me encojo sin alterarme. Si los adeptos me acusan, no me excuso. Los adefesios poseen muy mala acústica. Mi mirada se adhiere a las caderas de las adolescentes y, afable, sonrío en mi condición de “aedo”. Yo que no cometo adulterio. No me dedico a afeitarme: desde el espejo un ogro puede agredirme. Quienes me aguaitan no me echarán el guante: soy aguador y chapoteo. Los gavilanes son mis augures y por ellos ahorro agudezas. Aquí, allí, ahí, ni me hinco ni me siento ahíto. ¡Aguarrás para las fauces de los esbirros!

5

Aeromancia para que no se aje mi vestido. Alambres para guindar a mis alacranes. ¡Alabados sean los dueños de tradicionales alambiques! Busco entre los peones a quienes robaron las armas del ajedrez. Les ajetrearemos las costillas de apolillados y bajo un álamo los untaremos con ajos. ¡Y los alardes de alaridos no alborotarán el vecindario! ¡Albricias al alba y el gallo en la alberca!

6

“Me has echado al olvido / has dejado de amarme…” Desde una emisora de radio me llega la voz de José Feliciano. Luego un locutor afirma que ha muerto en un accidente de tránsito. Más tarde, el mismo guitarrista y cantor ciego informa que el fallecido es su tocayo Cheo Feliciano. Por lo tanto, este año, de nuevo, se volverá a escuchar “¡Feliz Navidad, Próspero Año y Felicidad!” y todos los invidentes del mundo hispanoparlante esbozarán una sonrisa y la perra de José Feliciano podrá aullar a placer, hasta allende las medianoches decembrinas.

7

Gritos de caza en la casa del albacea. Del albayalde los albañiles no dejaron ni fruta blanca. El edicto contra los alarifes se dio a conocer, pero las claras de los huevos encolaron las aduanas. ¿Y la contingencia? ¿Las cartas a los banqueros… de las plazas? Los alcahuetes metiéndole el diente a las alcachofas; los alborotados tragando hicacos. Mis metales rodantes se mezclaron con el pedaleo y se alearon en el sentido más promisorio. “¡Alabad al señor W.!”, decían los salientes de los templos bárbaros. De otras cosas yo hablaba, mas el aleluya me perseguía, con fuerza, pertinaz. No deseaba más que tenderme sobre una alfombra y pensar en las mutaciones de las garrafas.

8

Bagazos y bagatelas en la mitad de mi avance. Bajé mi mano y me hurtaron el reloj pulsera. No descendí de la bicicleta para evitar que me dejaran en pelotas. ¿Y después cómo me despojaría de ese baldón? En una viga gruesa descubrí un bando de los bandidos: eché más barbas de las debidas y un viento me amarró y me sustrajo del peligro. Mi barriga se bamboleó entre el sur del Mar Caribe y las Antillas Menores y un portugués atravesó sus ramas de barro para aquietarme. A ese paso, volvíme asiento de una estatua del poeta Fernando Pessoa. Trascendente, fui emisario entre él y algún dios de la fatalidad. Empero, no renuncié a lo transitorio y mi personalidad tornóse en vocación.

9

No creo en cábalas, mas un jamelgo se cruzó en mi camino. Mis cabellos cabecearon, relativos y con dureza. Casi cupe en cada uno de mis seres. Todo lo anterior aconteció frente al cabildo y nadie se percató, incluido el síndico. Unos cachorros subsistieron a mis sospechas y se ocultaron para expulsar sus cagajones. (“Calandria que confortaba el paso del hombre aquél / que iba solo y no miraba…”). ¿Dónde me aguardaría el caldo de los lunes? En los senderos siguientes, sólo hallé callos, guisados en mis pies. Las campanas de la iglesia alborotaron los aromas de batata horneada. Cándido, sin candidatura, me desvié un tanto de mi ruta y solté mucho del tuétano de los huesos.

10

Añoraba el sitio donde se vive sin hacer nada. ¡Utopía en mí! Los caprichos a veces me extralimitan. Mi carácter de estilo marca con hierro dulce. De color terroso, por la prolongación al sereno, y entonces ansío una merienda con caquis. Lo principal consiste en que la boca del estómago no se abra con tanta recurrencia y muerda. Me concedo una gracia y caricatura no es. ¿En mi habitación todavía estará una manta peluda, regalo de la osada sin párpados? ¿Y mis trajes de casimir? ¿La casualidad los volvió cáscaras de cambur? Me lanzo, me precipito a través de mis cataratas y me privo de los líquidos espumantes de arriba: los que quitan la sed con categoría. Callado, mando todo a la porra. ¡Ce! Con celo me cubro el rostro con una malla: celosía que me retira y acerca las cejas.

11

Dado que rueda, lo acompaño y la suerte me hace idea en el juego. Con el tamaño de las tres falanges compongo mi lengua para mejor vertedero. Debo vendimiar también, desde alguna ventana, con venia o sin ella. No hay antídoto contra la evolución. Sin embargo, giro en una sola rueda y el manillar se colma de piñones para ser partidos. Mi dedo índice involuciona hacia los dátiles, pero éstos se internan en el datismo y me amargan el gesto. Es preciso que no trate a los débiles, porque puedo decalvarme. Delante me protejo de lo deletéreo y no aflojo para no laxarme. ¡No soy un dechado de virtudes y columbro la decrepitud! Dentro de mí derramo los tributos.

12

Desobedezco desnudo, aunque sólo yo lo sé, estando en movimiento traslaticio. El déspota despotrica y nos expropia los desvanes. Separo la diástole de la sístole y asisto al dentista en calidad de teniente de colmillo retorcido. Más diatribas vanas en la Asamblea de los nalgas flojas. Quisiera aplicarme temprano al pabellón con barandas y luego hacer la siesta con destreza. Aparto los dijes y no estimulo las digresiones. Me supongo que entraré en sospechas: los dirigentes ya se han diplomado y por nada del mundo me dispensarán la disnea. Se estrecha aún más el distrito donde padezco la indolencia, el abandono y la incuria. Si caigo enfermo regalo mis escasos dogmas.

13

Abandono el eclipse y después oigo su eco. Hiervo con la agitación de lo ecuménico. Tengo una edad que tiende a ser contracción de la eternidad. Lo que dura un día pasa a ejemplificar la salida de lo ineludible. Procedo a revestirme de espumas de retoños para empujar los adentros en su franqueza. Fuera de la obra envío señales de advertencia a los enemigos. En el entorno sobran los asuntos que me inspiran asco u horror. (El sonido de un fagot en una azotea no pasa inadvertido). Los fanfarrones han dado comienzo a su espectáculo y sus rostros remedan las payasadas castrenses. No son fieles en la balanza ni en la afirmación de la entereza. Me inflamo y alquilo un fuelle confortante.

14

Mientras leo la gaceta atraviesa raudo por mi costado Aquiles Nazoa. Va trepado en su tándem y va sonriente y va hacia la calle de las flores. Me lanza su “Caballo de Manteca” y lo atrapo en el aire y descubro que contiene abundante enjundia, pero no es pringoso. Aquí le marco el marbete y me nutro de su humorismo a lo Job Pim y, perentorio, relincho de la risa y emprendo la búsqueda de la “infanta” Infante para que me permita leer sobre sus pechos nada pueriles y comparta conmigo el goce y la exultación del equino aquileño que se desliza juguetón por las vísceras de sus páginas.

15

Más joven junio que mayo y el fasto así me lo estatuye. Anoto sus mensajes secretos que caen dentro de una cesta en una frutería. Junio fue el invento que antes yo fui y que ahora sénior derivo en letras, ayunando, pero no huyendo. Y también hay lo que digo en honor del sexto mes y no habiendo sido bruto elijo las calendas que le corresponden. Y asimismo afirmo que reina con cáncer entre los cangrejos y entra con el sol en el primigenio grado de la luz y el calor. Y que es de agua su naturaleza para podernos bañar bajo la luna llena, sin frío y sin humedad y con el ánimo de los hombres animosos que tienen el hígado y los pulmones como una jurada llama. Y que junta lo que se congrega con lo que allega y convoca a las gentes para conformarlas como imágenes ensambladas, como obras de carpinteros y entalladores y como entes alejados de la amenaza de las enfermedades. Y que trae júbilos por el nacimiento de codos, rodillas y muñecas y nuevos jugos de los cuerpos humanos para fluir encima de los jueves y los julepes y jurar ellos ante los diminutos jureles y juncos que serán peritos en derecho de vida y existencia.

Alí Chumacero una leyenda de la poesía mexicana.

By Rutas literarias

“Yo, pecador, a orillas de tus ojos, miro nacer la tempestad”… Así comienza uno de los mayores poemas de amor de la lírica mexicana del siglo XX…en el que se describe el paso del hombre por el mundo, desde el amor a la mujer como algo crucial…hasta la muerte.

Se trata de un fragmento del poema “Responso del peregrino” de Alí Chumacero, que el pasado 9 de julio fue recordado por el aniversario de su natalicio, sucedido en 1918 en el municipio de Acaponeta, en el estado de Nayarit, y que este 2021 cumplirá 11 de años de haberse marchado de este mundo, pero que sabemos, como sucede con los personajes esenciales de nuestra literatura, siempre estará a nuestro alcance gracias a la poesía que escribió, a su crítica literaria, y a sus habilidades intelectuales ante los libros que editó…

Vamos a recordar a este hombre ante todo poeta, luego ensayista, gran lector, bibliófilo, promotor de escritores, y decididamente con una gigantesca vocación editorial, un editor mexicano que durante más de 50 años laboró en nuestra editorial: Fondo de Cultura Económica.

Tres libros fueron suficientes para que Alí Chumacero se convirtiera en una leyenda de la poesía mexicana: Páramo de Sueños publicado en 1944; Imágenes desterradas en 1948 y Palabras en reposo en 1966. Libros breves que rozan la perfección de una pieza de arte, logrados después de muchas revisiones y correcciones, en un poema podía tardar ocho meses. Poemas de muchas lecturas, poesía para leer en voz alta, crepuscular y a veces desolada donde el amor es parte esencial y allí penetra al dolor, a la tristeza, y de manera adversaria conoce la salvación: cuándo el hombre ha conocido el pecado, se sabe ya condenado al sufrimiento y a la muerte.

En sus temas esta también el sueño, el tiempo, la identidad, el destino del hombre y el erotismo.

Octavio Paz escribió sobre este poeta en el prólogo a la antología Poesía en movimiento.

“Concentrada, reconcentrada, encerrada en un lenguaje de escamas y suntuosas opacidades, la poesía Chumacero es una liturgia de los misterios cotidianos, el velorio, el salón de baile, la alcoba de los amantes, el cuarto del soltero. Sitio públicos, sitios secretos, lugares de la infamia o de la consagración”.

En la obra de Chumacero esta la influencia de la Biblia, los clásicos españoles, los contemporáneos Xavier Villaurrutia y José Gorostiza o los extranjeros por Paul Valéry, Sain-John Perse, Rilke, T. S. Eliot,Mallarmé o Jean-Paul Sartre.

Después de los 40 años Alí Chumacero no escribió más poesía porque decía que ya no podía acceder a ese género literario que adjudicaba a la juventud.

Alí Chumacero Lora, fue un hombre de apariencia solemne y voz firme, y alturas que lo hicieron destacar por su agudo sentido del humor, una de las sabidurías literarias y vitales más risueñas y joviales, una personalidad impetuosa que animó durante décadas la vida cultura de México y fue un destacado miembro de la fauna bohemia hasta sus 92 años cuándo murió a consecuencia de una neumonía.

“Se ha dicho que mi poesía – le contó a Marco Antonio Campos- no se parece a mi carácter. Que es pesimista y desoladora.

Nacido en Acaponeta, un pueblo costeño casi a la orilla del mar. Fue el tercero de seis hijos Alí Chumacero y María Lora. Contaba que su abuelo vio una revista extranjera en la que aparecía un niño árabe que se llamaba Alí, le gustó el nombre y así le puso a su padre, y su padre a él. Su apellido, Chumacero, vienen de una pareja española que llegó a Tlaxcala en 1837, donde nació en México el primer Chumacero, y el hijo de éste, fue su abuelo, un abogado dedicado a la minería, que emigró a Nayarit.

El padre de nuestro poeta era comerciante, le gustaba leer, tenía una pequeña biblioteca, y amaba también la música. En la Escuela de su pueblo natal Alí Chumacero comenzó la primaria, pero al poco tiempo se estableció en Guadalajara y se matriculó en el Colegio López Cotilla, donde concluyó sus primero estudios.

Ingresó a la Escuela Preparatoria de Jalisco de la Universidad de Guadalajara en 1932, para cursar la secundaria y el bachillerato.

Migró a la ciudad de México para ingresar a la UNAM.

“Dejé los estudios y me dediqué al vagabundeo y a la literatura. Leía mucho… aunque siempre fui desordenado y goce de la vida”, solía decir

En México vivió en una vecindad del barrio de Tepito, y para sostenerse se puse a ganar un poco de dinero haciendo pequeñas cosas; entonces su papá nunca lo desamparó, le mandaba algunos centavos, poquísimos pero de esa manera pudo vivir y dedicarse a las letras.

Radicó en la capital del país desde 1937… Asociado con José Luis Martínez, Jorge González Durán y Leopoldo Zea, publicó la revista Tierra Nueva, allí se inició en la tipografía, oficio que se convirtió en su profesión, y dio a conocer, su “Poema de raíz amorosa” en el que ya está ese bosque de símbolos:

antes, antes, muy antes.

Cuando aún no había flores en las sendas porque las sendas no eran ni las flores estaban; cuando azul no era el cielo ni rojas las hormigas, ya éramos tú y yo.

El poema está dedicado a la que fue su esposa, Lourdes Chumacero, quien fue una reconocida galeristas, y con quien procreó cinco hijos.

Colaboró en diarios como El Nacional…Acompañó a Fernando Benítez en fundación del que fuera el gran suplemento cultural “México en la cultura” del periódico Novedades..

Fue Becario del Centro Mexicano de Escritores, del Colegio de México, y en 64 ingresó como académico de número en la Academia Mexicana de la Lengua,

Su trabajo en el departamento de producción del Fondo de Cultura Económica le permitió la revisando los manuscritos de autores como Alfonso Reyes, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Octavio Paz, Salvador Elizondo, Juan José Arreola… más de los grandes que han publicado en esta casa editorial desde la segunda mitad del siglo XX…

Cuentan que cuándo revisó Pedro Páramo una de sus pocas observaciones que le hizo a Rulfo fue el inició en el que decía: Vine a Tuxcacuesco porque me dijeron que allá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”, y Alí le sugirió que cambiara el nombre del lugar por: Comala…

Parte de sus reseñas literarias están en Los momentos críticos, editado por el Fondo de Cultura Económica una obra recopilada por Miguel Ángel Flores.

Alí se dedico a coleccionar libros. La pasión que sentía por ellos era tan grande que llegó a tener un acervo de más de 46 mil volúmenes, incluyendo primeras ediciones y obras sumamente raras.

Por su trayectoria como poeta recibió los más importantes premios de los escritores mexicanos, como el Xavier Villaurrutia, el Premio Internacional Alfonso Reyes, el Nacional de Lingüística y Literatura, la Medalla Belisario Domínguez y el primer premio de poesía Gatien Lapointe-Jaime Sabines de Québec y México en 2003.

Recibió el doctorado honoris causa de la Universidad Autónoma Metropolitana; el Reconocimiento al Mérito Editorial, de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara; y en 2008, con motivo del noventa aniversario de su nacimiento, se reeditaron sus libros, se emitió un billete conmemorativo de la lotería nacional en su honor, se dio su nombre a una librería Educal en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México y se le nombró hijo distinguido del estado de Nayarit. Acaponeta fue entonces una fiesta!

Tomaba su primer whiskie a las 12 del día, y decía que su secreto para conservarse sano y feliz, fue ir todas los mañana al vapor, así como conversar con las muchachas.

“La patria es impecable y diamantina” 100 años de la muerte del poeta Ramón López Velard

By Rutas literarias

Este 19 de junio se cumplirán 100 años de la muerte del poeta Ramón López Velarde, y también de la publicación de su celebre poema “La suave patria”. Aquí vamos a recordar a un gran poeta, a quien en estos días muchas instituciones como el Fondo de Cultura Económica, el Colegio Nacional, el gobierno de Zacatecas están repasando y repensando su obra… Ramón López Velarde murió hace 100 años, pero solo físicamente, porque su obra, como la de los grandes creadores pervive y es motivo de estudio, relectura y redescubrimiento como lo son los autores que logran a pesar de los años, seguir iluminándonos y provocando estremecimientos.

La vida y la obra de este Poeta inagotable, quizá el más y mejor leído en la historia de la literatura mexicana. Y el autor nada menos que de La suave patria, un poema a la patria que podrías considerarse un atipoema, en el sentido de que no se trata de versos nacionalistas, sino que proponen una mirada a la patria personal, a la intimidad, un acto de perplejidad poética. No se propone abordar la patria oficial de los símbolos y los valores establecidos, sino redescubrir su capacidad de sorpresa; como un deslumbramiento estético, descubrir a la patria como si fuera algo que se está inventando en el poema, una patria que te da agua fresca en tiempo de calor.

Cuando nacemos, nos regalas notas, después, un paraíso de compotas, y luego te regalas toda entera suave Patria, alacena y pajarera. Al triste y al feliz dices que sí, que en tu lengua de amor prueben de ti la picadura del ajonjolí.

José Ramón Modesto López Velarde Berumen, nació el 15 de junio de 1888 en Jerez, Zacatecas, y murió en la Ciudad de México la madrugada del 19 de junio de 1921, a la edad de 33 años, en un poema había escrito “la edad del cristo azul se me acongoja”, quizá como un elemento de premonición.

Una noche, después de merendar con amigos, el poeta emprende una de sus usuales caminatas nocturnas, sin rumbo, por la Alameda, avenida Juárez, el Caballito, el Paseo de la Reforma. La temperatura desciende. Un amigo que lo acompaña le ofrece tomar un coche para llevarlo, pues el poeta no acostumbra usar abrigo, pero éste declina la oferta y continúa a pie hasta su casa en la Avenida Jalisco, hoy Álvaro Obregón, en la Colonia Roma de la Ciudad de México. Esa noche contrae una bronconeumonía y muere, días después. “Lo habían matado, dos de esas fuerzas malignas de las ciudades que tanto temiera: el vaticinio de una gitana que le anunció la muerte por asfixia y un paseo nocturno en el que quería seguir hablando de Montaigne”, contó José Luis Martínez quien en 1946 reunión sus obras completas como un devoto lector de López Velarde, que incluso recopiló los papeles sueltos que dejó. López Velarde publicó dos libros en vida, y tres póstumos.

La causa médica de su muerte no llegó a ser oficial del todo. Bronconeumonía, dijeron los papeles; una enfermedad indecible de la carne, hablaron los chismosos una mortal tristeza, quisieron pensar otros.

Ramón López Velarde fue el primero de los nueve hijos un abogado. A finales del siglo XIX, su pueblo jerez debió tener algunas ocho cuadras a la redonda, casas con patio interior, todo rodeado por huertos y haciendas. Tiene singular relevancia también la hacienda de la Ciénega, a unos cuantos kilómetros, donde moró Josefa de los Ríos, Fuensanta, la musa del poeta.

En 1894 comienza sus estudios, sus compañeros lo retratan como reservado y tímido. Hacia finales de 1898, su padre es nombrado notario público en la capital de Aguascalientes, y la familia se muda d. A la edad de 10 años asiste a la escuela para niñas de Angelita Díaz Sandy, recordada en su prosa como “La escuela de Angelita”. En octubre de 1900 ingresa al Seminario Conciliar y Tridentino en donde sus ánimos por convertirse en sacerdote declinará y abandonará el recinto para estudiar abogacía. En esta institución cursa los dos primeros años de humanidades y obtiene distinciones por dedicación y buena conducta.

En 1903 comienza a poner por escrito sus sentimientos amorosos por Josefa de los Ríos, a quien frecuenta durante las vacaciones escolares, cuando volvía a su pueblo natal. Inicia, al año siguiente, su colaboración en el semanario El Observador, de la ciudad de Aguascalientes allí publica “A un imposible”, el más antiguo de sus poemas, en 1905. En 1906 funda la revista literaria Bohemio. A finales de 1907 ingresa al Instituto Científico y Literario de San Luis Potosí, en la carrera de derecho, pero, poco después sufre la perdida de su padre y abandona el instituto para regresar a Jerez, y servir como a apoyo de su familia.

Por fin en 1911 obtiene el título de Licenciado en Derecho. Se le exime del examen profesional por sus excelentes calificaciones. Casi inmediatamente después de su titulación es nombrado Juez de Primera Instancia en la localidad de El Venado, San Luis Potosí, cargo que ejerce durante sólo tres meses. En marzo de 1912, Ramón López Velarde llega a la Ciudad de México.

Inicia una amistad intelectual con el poeta, periodista y diplomático José Juan Tablada, y posteriormente con Artemio de Valle-Arizpe. Su presencia en los medios impresos se incrementa, sobre todo en los rubros de crítica literaria y periodismo político. Regresa a San Luis en dónde se sabe que pasa estrecheces económicas.

En enero de 1914 regresa a vivir a la capital y logra cada vez más admiración entre sus coetáneos. Desde que comienza a publicar autores como Xavier Villaurrutia intuyen la importancia de su obra.

En 1916 publica su primer libro, La sangre devota, que dedica a “los espíritus” de los poetas mexicanos Manuel Gutiérrez Nájera y Manuel José Othón. El libro recibió una buena acogida en los medios literarios mexicanos. Allí aparece la liturgia católica, asociada por el autor al mundo idealizado de su infancia provinciana y única esperanza de refugio para su atribulada vida ciudadana. El libro reúne 37 poemas, en los cuales es posible descubrir los temas sobre los cuales se va a desenvolver toda la obra de Velarde: el amor, el desamor, el dolor y la preocupación y sobre todo la incertidumbre por la patria.

En 1917 muere “Fuensanta”, quien dejará su estela en la sucesiva obra de López Velarde, años antes había conocido a quien confiesa su amor Margarita Quijano, pero la negativa y el rechazo tajante de parte de la musa lo conduce a instalarse definitivamente en soledad. Publica Zozobra, su segundo libro que aparece en 1919, en la imaginación del poeta las mujeres se convierten en símbolos de una particular visión estética.

López Velarde se declara amigo de una nueva generación de literatos entre los que menciona a los poetas Carlos Pellicer y Salvador Díaz Mirón. Deja de ser director de la revista Pagaso a causa de su nombramiento en el Departamento Jurídico de la Secretaría de Gobernación.

En mayo 1920, la rebelión obregonista hace huir al gobierno y el presidente Carranza es asesinado en Tlaxacalaltongo, Puebla. El poeta pierde su trabajo y ya no participa más en el gobierno. Comienza el año de 1921 dando clases de literatura mexicana e hispanoamericana en la Facultad de Altos Estudios. Tras celebrarse en 1921 el primer centenario de la independencia de México escribe La Suave Patria y el 19 de junio muere. Su leyenda la refuerza ‘La suave patria’, una obra que es un clásico en la que se siguen encontrando nuevas lecturas, con fascinación extraordinaria. El poema que se convirtió en un icono y símbolo nacional fue aplaudido y compartido por grandes escritores por sus elementos regionalista, temas de época, alusiones de la liturgia, cuaresma, geografía cristiana, la obra ha tenido grandes lectores como Pablo Neruda, quien dijo que descubrió la verdadera realidad de las cosas y de sí mismo a punta de metáforas y versos. Otros de sus lectores son Octavio Paz, Jorge Luis Borges, Juan José Tablada, Jaime Torres Bodet, José Emilio Pacheco, Juan José Arreola, Gabriel Zaid, Víctor Manuel Mendiola, Juan Villoro o Fernando Fernández, analizaron y siguen analizando con novedad la obra del poeta de jerez que habla de una patria que no sea la de los grandes héroes, sino un sentido más intimo de la pertenencia, patria que nos susurra que somos de este sitio

Tras su muerte José Vasconcelos, hace las gestiones para que el gobierno tome los funerales a su cargo y para que sea velado en el Paraninfo de la Universidad de México, hombre ilustres de las letras y la política realizan los homenajes y las guardias junto al féretro. Y el presidente Álvaro Obregón decreta tres días de luto nacional. Vasconcelos, publica decenas de miles de ejemplares de la Suave Patria, y el poeta a los 33 años ya era una leyenda

En los años siguientes su importancia en la literatura nacional es refrendada con numerosos estudios críticos, reediciones, conmemoraciones en todo el país. Sus poemas póstumos fueron reunidos en Son del corazón (1932) y su prosa en El minutero (1923).

Llamar a López Velarde poeta nacional es ambiguo, ha pesar de que ha sabido capturar las escancias de lo que somos. Su suave patria es un poema entrañable, único, profundamente moderno…

Diré con una épica sordina: la Patria es impecable y diamantina.

Su poesía es rimada y en ella fija el soneto estable en un sentido de la rima. Casi siempre escribió sus poemas de manera métrica, es decir midiendo los versos, selvas de versos medidos con perfecta libertad combinado las sílabas; en la Suave Patria recurre a los versos alejandrinos de 14 sílabas, para llegar a ese tono conversacional:

Suave Patria: te amo no cual mito, sino por tu verdad de pan bendito; como a niña que asoma por la reja con la blusa corrida hasta la oreja y la falda bajada hasta el huesito.

En su obra la provincia tiene el lugar universal que le corresponde, pero también están las ondulaciones de la conciencia humana entre el deseo y la realidad, entre la pasión en espíritu, entre la carne y el alma. Ese enfrentamiento hace que su poesía sea tan atractiva y tan revolucionaria.

La figura de López Velarde se ha convertido en fundamental y una celebración para quienes acceden a su obra; en su tierra natal se encuentra El Museo Interactivo Casa Ramón López Velarde, en Jerez de García Salinas, Zacatecas. Un museo dedicado al poeta, construido en la casa donde vivió sus primeros años. Tiene cinco habitaciones, estancia, cocina y un patio central con pozo.

López Velarde no quiso tener familia ni pareja estable. Se enamoro, pero renunció a tener esposa, querían un empleo mercenario de unas horas que les permitiera ejercer su trabajo más profundo de escritor.

Como la sota moza, Patria mía, en piso de metal, vives al día, de milagros, como la lotería. Tu imagen, el Palacio Nacional, con tu misma grandeza y con tu igual estatura de niño y de dedal.

Ahora solo nos queda ir a nuestro librero y tomar un ejemplar de Ramón López Velarde para seguir homenajeando su escritura, y felicitar a otro poeta, que justo acaba de ganar el Premio Iberoamericano Ramón López Velarde: Ernesto Lumbreras, por su valiosa aportación al estudio de a obra velardiana, y en particular por su libro: El acueducto infinitesimal, en el que narra los últimos 9 años de la vida de López Velarde.

Patria, te doy de tu dicha la clave: sé siempre igual, fiel a tu espejo diario; cincuenta veces es igual el AVE taladrada en el hilo del rosario, y es más feliz que tú, Patria suave.

Dolores Castro, una de las poetas más entrañables de México festeja 98 años de vida.

By Rutas literarias

Este mes de abril instituciones, universidades, librerías y clubes de lectura de todo el país, nos hacen una invitación para celebrar y leer a la poeta Dolores Castro que acaba de cumplir 98 años de edad, con alegría por vivir, porque para ella vivir y escribir siempre ha significado una emoción vital.

Dolores Castro es una de las poetas más entrañables de México, maestra y formadora de varias generaciones de escritores, que a sus 98 años mantiene palpitante la capacidad de asombro de esa niña que supo contemplar el mundo, y en su vida adulta combinar la gentileza y su maestría de encantar, para acércanos al milagro y la belleza que es la poesía.

Dolores Castro nació en Aguascalientes el 12 de abril de 1923, a los 40 días viajó con sus padres a Zacatecas donde creció escuchando los relatos de la Revolución, luego entró en contacto con la literatura a través de los cuentos de Hans Cristian Andersen que su padre le leía en voz alta. Fue través de la contemplación que adquirió el conocimiento.

Rosario Castellanos, Jaime Sabines y Dolores Castro en Chiapas.

Llegó a la ciudad de México a los 9 años, y empezó a escribir. En tercero de secundaria conoció a Rosario Castellanos y ahí nació una gran amistad. Ambas ingresaron a la UNAM, en un tiempo donde no era común ver a las mujeres en las Universidades. Primero estudiaron leyes, y marcadas por la pasión por la literatura ingresaron a la Facultad de Filosofía y Letras en Mascarones para formarse en literatura española.

Allí estaban Augusto Monterroso, Ernesto Cardenal, Ramón Xirau, Jaime Sabines, Emilio Carballido, Luisa Josefina Hernández, Luis Rius, Margarita Michelena y Juan Rulfo entre otros escritores.

Publicó sus primeros poemas en la revista América dirigida por Efrén Hernández y Marco Antonio Millán. Formó parte del grupo Ocho Poetas Mexicanos, reunidos en una antología publicada por Alfonso Méndez Plancarte en la que también estaban Alejandro Avilés, Rosario Castellanos y Javier Peñalosa Calderón, con quien se casó y desde ese momento fue además esposa, madre, ama de casa, e incansablemente trabajadora.

La boda de Dolores Castro y Javier Peñalosa

 

Su primer libro El corazón transfigurado, apareció en 1949.

En 1951 viajó a España con Rosario Castellanos y cuando regresó a México se dedicó a trabajar en temas relacionados con las letras, en la radio, en revistas y en la impartición de talleres literarios.

A su obra le siguieron una veintena de libros de poesía como Cantares de vela, Soles o Qué es lo vivido; ensayos como Dimensión de la lengua y su función creativa, emotiva y esencial; y la novela La ciudad y el viento (publicada en 1962) una obra en la que está los recuerdos de su infancia en Zacatecas, que empezó a escribir en 1954, tras su matrimonio con Peñalosa con quien procreó, siete hijos, que le han dado 13 nietos y ya algunos bisnietos. Cuenta que ella y su marido jugaba carreras a ver quién nacía primero: un hijo o un libro.

Y agrega: el caso es que si un niño necesita un cambio de pañales y uno tiene en la cabeza un poema, primero cambia los pañales y luego escribe el poema.

Tras la muerte de su marido, Dolores Castro, tuvo que trabajar para sacar adelante a su familia.

Fue fundadora de Radio UNAM y colaboró en Difusión Cultural de la Universidad. Fue jefa de redacción en la revista Poesía de América. Condujo el programa Poetas de México en el Canal 11. Y fue maestra fundadora de la ENEP Acatlán, recuerda que desde niña jugaba a la escuelita, y seguramente por eso su vocación por compartir con otros la literatura a través del magisterio no ha menguado. Ha dado clases en la Escuela de Escritores de la SOGEM, el INBA, la Universidad Iberoamericana y en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García en dónde cada sábado continua dando un taller de poesía, ahora a través de zoom sigue generando universos literarios.

Dolores Castro y Rosario Castellanos, en el centro Fedro Guillén

 

La familia de la poeta

 

El poeta Javier Peñalosa, nieto de Dolores Castro

En 2010 el FCE editó su obra hasta entonces publicada en la antología: Viento quebrado.

En 2014, cumplidos los 91 años recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes en la rama de literatura; ya antes había otros Premios..

Ella da nombre a dos premios de poesía, uno que otorga el estado de Tlaxcala con la Secretaria de Cultura, y otro, el Premio Dolores Castro de Narrativa y Poesía Escrita por Mujeres que otorga Aguascalientes.

En 2015 publicó: Algo le duele al aire, un retrato poético del México de la inseguridad, la violencia y el narcotráfico, donde día a día, cada que respiramos, algo le duele al aire: algo que va más allá del reclamo, algo que es más bien la interioridad del hombre.

Y en 2018 el Gobierno del Estado de Aguascalientes y el Fondo de Cultura Económica (FCE) inauguraron la librería Dolores Castro Varela, en honor a la poeta, narradora, ensayista y crítica literaria nacida en esa región del país.

Dolores Castro es una de las poetas más importantes de este país, su aporte a la poesía ha sido enorme; sin usar la violencia ha sido feminista desde hace más de 70 años, su obra no ha querido ser de genero, pero sí tienen el sello de la vida de una mujer, que nos obliga a sentir la realidad.

Su poesía es inteligencia, palabra y canto. Sus lectores no son muchos, pero son fieles y las celebraciones que hemos visto esta semana por su cumpleaños confirman sus palabras: “Dios me dio una gran capacidad para querer a los demás”.

Y es que Dolores Castro ante las dificultades de la vida ,nunca ha sido una mujer que se conserve en la tristeza… cuándo se le pregunta si es una mujer feliz, ella responde con una sonrisa iluminada:

—Mira me da vergüenza decirlo, pero si, soy una persona feliz. Y La mayor parte de mi felicidad, se la debo a la literatura. Sé que pronto me voy a morir, pero eso ya no me interesa, lo que me interesa es vivir.