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David Martín del Campo ( Ciudad de México 1952) escritor, periodista y ensayista. Estudió periodismo y comunicación colectiva en la UNAM, y cinematografía en el CUEC. Ha ejercido el periodismo en medios como Unomásuno, La Jornada y Reforma). Actualmente tiene una columna que se publica en diversos diarios del país. Escritor de novelas y cuentos, de literatura para niños y jóvenes, obras con las cuales han sido galardonados con el Premio Nacional de Novela José Rubén Romero 1986 por Isla de lobos; Premio Internacional de Novela Diana/Novedades 1990 por Alas del ángel; su novela Premio Nacional de Cuento Infantil Juan de la Cabada 1995 por El hombre del Iztac. Premio IMPAC-Monterrey 1996 por El año del fuego y Premio Mazatlán de Literatura 2012 por Las siete heridas del mar. Su libro El azul de Van Gogh es un libro publicado en la desaparecida colección de Periodismo Cultural (Secretaria de Cultura del gobierno federal) en el que reúne una selección de 100 ensayos previamente publicados en la sección cultural del radio Reforma, dentro de la columna «Entre paréntesis» con su prosa curiosidad, intachable, culta y juguetona.

Entre sus novelas más celebradas se cuentan Dama de noche (que fue llevada al cine en 1993), No desearás, ¡Corre Vito!, La noche que murió Freud, y La inocencia de María. Y su ya clásico entre los niños El tlacuache lunático. Ha sido miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Desde hace algunos años vive entre la ciudad de México y  Cuernavaca. Prolífico narrador, suele dedicar poco más de la mitad del año a escribir una novela para adultos, y un libro para lectores infantiles o adolescentes.

-Su obra más reciente es Ahí viene el Lobo ¿cuál fue el origen, como nació esa historia?

Quizá en mi interés por por la fotografía desde preparatoria; tal vez en la secundaria heredé la afición a la fotografía por parte de mi padre. Él era ingeniero civil y como tal, manejaba las cámaras y fotografías familiares y de las obras que hacía. Viajaba mucho para construir puertos, ferrocarriles y presas. Al final trabajó en la Comisión Federal de Electricidad. Las  cámaras siempre estaban en casa, y yo de pronto las tomaba  para hacer fotos en secundaria, en preparatoria. Iba con mis amigos y sacaba fotos y tengo cantidad de ellas de mi grupo. Llegó un momento en que yo tenía como cinco o seis cámaras, sobre todo de treinta y cinco milímetros y una de seis por seis, una rolleiflex que heredé de mi padre.

 

Cuando sucedió el tránsito del rollo a lo digital, que es lo que vive el personaje de mi novela, me sentí mal y pensé ¿Qué sigue? Luego una vez visitando la casa donde viví de niño y adolescente traté de recordar a los vecinos, recordé a los Rainey, ¡guau!… cuando tenía unos nueve años en el edificio de enfrente, en un segundo piso, vivían unos niños alemanes. El papá trabajaba en la General Motors. Un día que andaba en bicicleta, tonteando, me invitaron a su casa. No estaban los papás. Era curioso ver que en Navidad los alemanes no les ponen luces a los árboles, sino velas y en Nochebuena las encienden y el árbol parece que se está incendiando. En esa visita mi amigo me dijo: te voy a enseñar algo. Abrió un el cajón en el cuarto de sus papás y sacó una caja con una cruz, resultó que su padre era un héroe de guerra de los nazis ¡Claro! habían perdido la guerra y por eso su papá y ellos estaban bien guardaditos en México. Conforme supe más, pensé «voy a hacer novela, no nada más de los vencedores, sino de los vencidos». Fue así como mi afición por la fotografía y todo lo investigado de fotografía me llevaron a escribir esta historia.

-¿Cuál es el libro que lo acercó a la lectura?

Recuerdo estos libros, los cuales me emocionaron mucho siendo adolescente. Uno es Hak Berry Finn, de Mark Twain. Este me gusta más que Tom Sawyer. No es una historia muy linda, es un muchacho que vive junto al Mississippi.Tiempo después la quise emular y escribí un libro que se llama Delfines y tiburones, que se desarrolla en Tuxpan, que es uno de los pocos ríos mexicanos que son navegables, digamos, en un tramo de veinticinco kilómetros. Otro que leí en la preparatoria, que nos dejó el maestro de etimologías grecolatina fuer Rayuela, de Julio Cortázar, con esta lectura me imaginé muchas cosas y días después nos puso a realizar un ensayo. El profesor iba diciendo los nombres de los compañeros y su calificación, las cuales eran muy bajas, se escuchaba: «cuatro, cinco, tres, cinco, seis» y de pronto menciona Martín del Campo ¡diez! Todos voltearon a verme y me cuestioné que hice para sacar esa calificación. Y así como ese hubo otros dos o tres asuntos en la vida en los que me di cuenta que narrar y escribir se me da naturalmente .

Por cierto, otra novela sería El Viejo y el Mar de Hemingway y Adiós a las armas, de la que no se comenta mucho pero que es muy interesante. Por otro lado, igual hubo escritores mexicanos que me acercaron a la lectura. Tuve cierta amistad con José Revueltas, leía sus obras con atención porque en algún momento iba a hacer un documental sobre su vida. Incluso en este desarrollo tuve la oportunidad de visitar su casa en distintas ocasiones, conocer más de él y su gusto por el vino blanco, con el cual se llegaba a emborrachar, era la única bebida alcohólica que le permitía el doctor porque tenía mal el hígado.

Otras lecturas obligatorias fueron las de Carlos Fuentes, La región más transparente, me impresionaba mucho porque eran visiones cosmopolitas de un México revolucionario, era muy interesante. Un libro que también me interesó mucho fue Memorias de Pancho Villa, de Martín Luis Guzmán, que es extraordinario. Hay un capítulo donde cuenta que Pancho Villa  lleva un compadre que está muerto de sueño en un caballo después de una batalla, andan huyendo por la sierra. De pronto dice “hay que despertarlo porque nos están alcanzando”, y le disparan un balazo cerca de él y el otro amigo dice “No se despierta”  a lo que Villa responde “¿qué cosa es el sueño?”, es una frase padre.

¿Cuál es el libro más antiguo que tiene?

Yo creo que un diccionario de la Real Academia Española, está impreso en España, es de 1937, que es una edición que celebra el triunfo de Franco sobre la República Española. Entonces, dice “ahora que España llega, por fin se ha acabado la anarquía”…  de pronto lo consulto para ver las definiciones que se hacían. Creo que tengo un par de libros más antiguos de los mil ochocientos que eran de mi tío Rafael Martín del Campo, quien era famoso en la Universidad Nacional, porque fue el primer biólogo de México. Él estudiaba medicina y cuando se inventa la carrera de biología se pasa a estudiar biología y fue, por ejemplo, el mentor de José Aristeo Sarukhán, el rector de la UNAM. Y cuando falleció hace muchos años en el velorio, estuvo Sarukhán. Fue alguien que hablaba náhuatl, y conversaba en esta lengua con Miguel León Portilla. Fue todo un sabio, entonces cuando murió, nos dijeron que nos lleváramos sus libros y ahí los tengo.

¿Cuál es el libro que está leyendo actualmente?

Estoy leyendo un libro que se llama Una belleza rusa, de Vladimir Nabokov, es una historia en tiempos de Gorbachev, durante la Unión Soviética, a punto de convertirse en la Federación Rusa, que es hoy. Entonces, como los rusos quieren ser como los occidentales al mismo tiempo desprecian a los gringos y sobre todo a los franceses y hay una mujer guapísima que vive de su belleza y se relaciona con el músico Shostakovich, (pero le cambian el nombre) y este y muere en la cama de ella. Es muy divertida la novela porque son los amores de una rusa.

Realizo lecturas muy combinadas, pero creo que uno de cada dos libros que leo son libros editados por Anagrama, que es una editorial española. Hay garantía de que son muy buenas traducciones y libros muy interesantes, en una de sus colecciones lees autores que están vivos, autores yugoslavos, japoneses, africanos, norteamericanos, ingleses, checos, etcétera, es una manera de actualizarte. Pues conocer lo que se está escribiendo en todo el mundo.

Eso en cuanto a literatura y en cuanto a otro tipo de textos estoy leyendo un libro sobre los inmigrantes europeos en México en el siglo veinte, es un ensayo que abarca biografías de inmigrantes famosos que llegan a partir de la Guerra Civil española, en la cual arribaron intelectuales, como mi editor Joaquín Díez Canedo, al que yo quería mucho. En una ocasión que lo entrevisté para el diario Reforma, cuando los periódicos eran periódicos (por grandes y completos), me confesó  que en la Guerra Civil él sí echó tiros, me contó “no sé si le dije a alguien o no, pero me obligaron durante dos o tres semanas a ir a combatir a las trincheras de la Ciudad Universitaria de Madrid en un parque que se llama el campo de Retiro, y del otro lado del campo estaban los falangistas y en Madrid estaban los republicanos”. Díez Canedo, pudo huir por Portugal, se subió a un barco rumbo a América. Bueno, eso estoy leyendo en estás biografías.

-Ante todo, siempre hay un favorito ¿Cuál es su novela favorita?

De las que yo he escrito. Híjole… Te diría que son tres. Siempre respondo como las mujeres que les decían “Ay, María de tus cuatro hijos, ¿cuál es tu favorito? “ y siempre dicen que a todos los quieren igual.

Pero quiero más a las que han sido mejor aceptadas y que siento que son las más propositivas y en las que hay más de mí. Las voy a nombrar. Una es Alas de Ángel, que ganó el Premio Mazatlán de Literatura, otra sería Después de muertos y Ahí viene el lobo. Estas serían las novelas en las que encuentro más de mí.

-¿Qué novela nunca prestaría?

Una novela mía que se llama El año del fuego, que trata de la celebración al volcán Patín y el año del fuego fue en 1943 cuando hizo erupción, ese ya no la debo prestar porque nada más me queda un ejemplar.

¿Cuáles son sus tres autores imprescindibles?

Imprescindibles por mi formación, uno sería José Agustín, porque él nos enseñó como lectores que se podía hablar de la clase media mexicana como sujeto literario y narrativo, porque hasta ese momento uno suponía que la literatura mexicana era a fuerzas  hablar sobre la Revolución Mexicana, que era lo que leía en la secundaria. Y de repente, cuando leí De perfil, dije ¡Qué gozo!

Otro narrador sería John Irvin, que ya lo mencioné y Doris Lessing. Todos los libros, salvo uno de Doris Lessing, son encantadores. Era una mujer muy dulce, muy observadora y muy cosmopolita, ella nació en Afganistán, creció en Sudáfrica y se desarrolló como escritora en Inglaterra. Entonces la mitad de sus novelas se desarrollan en Sudáfrica, por ejemplo tiene una novela que se llama Canta la hierba, cuando Sudáfrica era una colonia inglesa, que es fenomenal, habla del conflicto de la comunidad blanca, de los antiguos boars, que eran los holandeses y los ingleses con The Boys de Voice. Y  desde luego, el mejor escritor que hay en español es Mario Vargas Llosa, es un fenómeno.

– Manteniéndonos dentro de los libros.  ¿Cómo tiene organizada su biblioteca?

Los libros de literatura los tengo por países, por ejemplo: España, y dentro de Latinoamérica se divide  en Argentina, Chile, Uruguay y así va subiendo, geográficamente. Luego los ingleses pegados con los norteamericanos, después los asiáticos, los australianos,  los centroeuropeos, que son los alemanes, húngaros, checos o rusos. Los tengo, así como por una especie de manía geográfica. Entonces, si el autor es italiano, está más o menos en Europa Central.

Los libros que son de cuestiones ensayísticas, los tengo en mi casa de Cuernavaca, que se encuentra a tres cuadras del centro, ahí tengo el cuarenta por ciento de mis libros. Se puede decir que tengo dos bibliotecas.

 

-¿Qué fue lo que lo llevó a escribir?

Cuando tenía diecisiete años, un grupo de amigos hicimos un viaje a un campamento de Veracruz, en el año sesenta y ocho.  Nos estuvimos allá como dos o tres semanas y fue un campamento fantástico, alucinante, en el que eran tiempos imbuidos por la marihuana y los Beatles.

Nos pasaron cosas maravillosas, cuando regresamos de ese campamento, le dije a mi amigo Ricardo: De esto que nos pasó voy a escribir un libro. En el lapso de ponerme hacer realidad ese proyecto, estudié la carrera de comunicación en la Universidad Nacional y tuve unos maestros extraordinarios para nosotros como escritores, y cuando digo nosotros, hablo de Ángeles Masttreta porque éramos compañeros de banca y otros que andan por ahí en la vida. Tuvimos maestros como Gustavo Sáenz, José Agustín, Gustavo Sáenz, Palmés García Saldaña, Gerardo de la Torre y René Avilés Fabila, de los cuales ya nada más vive José Agustín.

Gustavo Sáenz, nos daba redacción, estuvo con nosotros dos o tres semestres y nos obligaba a escribir cuentos, a escribir entrevistas, a escribir sueños. Tenía una revista y publicaba nuestros textos allí. Entonces, era una maravilla, porque tenías diez de calificación por tu texto o por tu entrevista, y además tenías seiscientos pesos por ser publicados con tu nombre los dieciocho años.

Eso me permitió muy pronto independizarme económicamente de mi familia, en el cuarto semestre ya tenía ingresos, no para irme a viajar a Las Vegas, pero sí era dinero de mi trabajo, de la escritura, para poder vivir en algún departamento compartido con amigos.

-¿Qué es lo que lo inspira a seguir escribiendo?

La escritura es muy gozosa, a veces estoy escribiendo y suelto la carcajada, porque entre otras cosas, los personajes cobran vida y una novela no es de tus ideas, una novela es la historia de alguien. Son historias de personajes. Entonces, tú vas con tu personaje y les ocurren cosas y para saber eso siempre estás investigando, estás leyendo para incorporar a tu novela, y sobre todo lo que una novela tiene que tener es verosimilitud. O sea, que aunque sea una novela fantástica, tú debes creerte que sí está existiendo esa historia,  así que tienes que aportar los suficientes asideros.

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