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Fernando de Ita

Sólo quedó la humareda

By Rutas literariasNo Comments

El pasado 26 de septiembre se cumplieron 10 años de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, Guerreo, por la acción criminal de la delincuencia organizada y las fuerzas del orden municipal, estatal, federal y militar. En el penoso triunfalismo del gobierno saliente hay un hoyo negro que muestra cómo el presidente que prometió decir toda la verdad sobre este crimen imperdonable prefirió mentir sobre la responsabilidad de los mandos militares involucrados en la atrocidad cometida con 43 jóvenes que tenían la vida por delante.

Para recordar que ese tajo en el cuerpo social del país sigue abierto, 15 grupos del teatro de las orillas del sistema, nativos de guerrero, Puebla, Veracruz, la ciudad de México y el Estado de México, ofrecieron en 10 espacios diferentes, montajes y lecturas dramatizadas de un poema dramático escrito por Mario Ficachi, llamado, La humareda. Mario es un consecuente hombre de teatro en el sentido amplio de la palabra, y también es el coordinador de este acto inédito en nuestro teatro, denominado, VIVOS SE LOS LLEVARON.

 Confieso que dado el tema supuse que el texto de Mario tendría un tono heroico, elegíaco o simplemente panfletario. Por el contrario, es un memorial breve, sobrio, directo, que huele a gasolina ardiendo sobre los cuerpos mutilados de los estudiantes sacrificados. Dice, en el canto número IV de su poema;

¿Qué se necesita para matar a un

Hermano?

¿Qué se necesita para contemplar su

Cuerpo desmayado y negarle ayuda?

¿Qué se necesita para rociarlo de

gasolina?

¿Qué se necesita para prenderle fuego a

tu hermano?

¿Qué?

 Saber la respuesta podría ser la llave maestra de la paz y la concordia entre la sociedad dividida que deja el presidente que en nombre de la transformación del país lo llevó a una etapa que él ayudó primero a derruir y enseguida a reconstruir: la del presidencialismo absoluto.

La Humareda termina con el soliloquio de un soldado que hace un acto de introspección que va de su infancia al momento en el que vio la pira en la que se quemaron los cuerpos. El autor del texto le otorga conciencia histórica y social a un soldado raso que sin embargo habla consigo mismo de manera coloquial, evitando la ampulosidad del discurso, pero no la victimización de quien prende la hoguera porque es una orden, que viene, claro, de un montón de cerdos con galones militares, pero una orden. Y en el ejército, las ordenes se cumplen. Punto.

Que el teatro sea la condensación simbólica de un acto terrorista que no termina de esclarecerse por falta de integridad política, y que desde la marginación que los grupos participantes prefieren llamar independencia, se diga con dignidad que la mejor manera de llegar a un fin, que es el de terminar con el desasosiego permanente de los padres de los 43 estudiantes, es  la verdad sin adjetivos, simplemente saber a ciencia cierta lo que sucedió con sus hijos. ¿Es mucho pedir, claman los cuerpos vivos que integran los 15 grupos de esta acción artística, esto es, política, esto es, colectiva; es mucho pedir la verdad sobre un crimen que ensangrentó al país y que sigue provocando desasosiego?

 La respuesta está en la lucha que han sostenido los padres de los normalistas por 10 años, y sin duda su voluntad de saber la verdad sobre sus hijos durará otra década si es necesario.

DE POR QUÉ PEDRO PÁRAMO NO DEBE FILMARSE

By Rutas literarias, Sobre 2 ruedasNo Comments

Netflix arrancó la producción de la adaptación cinematográfica de Pedro Páramo de Juan Rulfo, la tercera adaptación de esta novela la marca el debut de Rodrigo Prieto en la dirección cinematográfica. Se ha confirmado que la película llegará a la plataforma de streaming globalmente el próximo 6 de noviembre. Su primer lanzamiento oficial ocurrirá en el Festival de Cine de Toronto, el 5 de septiembre. 

Sobre esta adaptación escribe el crítico de teatro y periodista cultural Fernando de Ita, en su primera colaboración para Cultura en Bicicleta.

«Pedro Páramo y su efecto no está en la novedad del relato sino en su estirpe, porque en el fondo lo que hizo Rulfo con su novela fue repetir la costumbre ancestral de los pueblos del mundo de resucitar a sus muertos».

Porque al darle a la invención de la realidad la determinación de un rostro, un lugar, un tiempo y un destino igualmente inventado, pero fijo, de la imagen que ha concebido cada lector del libro insignia de la literatura mexicana del siglo XX, se termina la posibilidad de que ese rostro, ese lugar, ese tiempo, ese destino sea la película personal de quien ha buscado a su padre, como Juan Preciado, en “el más allá”.

Joanne Rowling se ha vuelto inmensamente rica porque Harry Potter pide a gritos los efectos especiales que han hecho de la saga del joven mago inglés un fenómeno global. En esa narrativa todo está escrito para ser filmado. Pedro Páramo es un poema del silencio interior que le permite a los vivos hablar con los muertos. No es magia. Es una revelación de la conciencia que crea una realidad sobrenatural a partir del lenguaje, y el logro del escritor es que ese tránsito entre la vida y la muerte sea de una naturalidad asombrosa.

Prescindiendo de la biblioteca que se ha formado a partir de las mil y una interpretaciones de Pedro Páramo, como lector lego que ha visto las películas y obras de teatro que se han hecho de Pedro Páramo, puedo decir que todas esas versiones han fracasado por la misma razón que hace de la versión Netflix de Cien años de soledad, de García Márquez, un cuento ilustrado que perdió en la filmación la magia de las palabras. Sabemos que el autor colombiano reverenciaba al escritor mexicano porque le abrió la puerta para narrar su propia fantasía, pero no a la manera de Rowling, ni siquiera de Rulfo, cuyo entorno es seco y mortuorio, a la manera del trópico que Carlos Pellicer cantó entre nosotros como nadie.

Para los tiempos que corren debe ser una paradoja que una frase diga más que mil imágenes, pero no hay manera de grabar los diálogos de Pedro Páramo o de Cien años de soledad sin que su ilustración fílmica sea una repetición del texto y no la invención de un mundo distinto al mundo que vivimos a diario. Eso es Pedro Páramo y su efecto no está en la novedad del relato sino en su estirpe, porque en el fondo lo que hizo Rulfo con su novela fue repetir la costumbre ancestral de los pueblos del mundo de resucitar a sus muertos. La particularidad de su relato está en la guerra cristera de los años 30 en México y el habla -que es el pensamiento-, de su terruño. Lo asombroso, literalmente hablando, es que esa forma de formular los acontecimientos de un pueblo fantasma de la región del Bajío haya impactado a lectores de Uruguay y Argentina del tamaño de Borges y de Carlos Oneti, cuando el primero hizo del lunfardo, por ejemplo, una categoría del relato, y el segundo un homenaje al lenguaje coloquial. Pero ambos sabían que aquel hallazgo de Rulfo era la manera subterránea que tienen los grandes escritores de grabar en piedra el mismo mensaje de sus antepasados: “Aquí estuve yo”.

José Emilio Pacheco me jalaría las orejas por decirlo así. El diría: “Aquí estuvo un poeta”. Rulfo, Borges, Oneti, Pacheco, todos ellos quisieron desaparecer como personas y sobrevivir como autores de algunos textos. Se aprecia la intención de ser la voz anónima de la tribu. Se duda de su veracidad porque sin la notoriedad pública de todos ellos Borges habría sido solo un bibliotecario, Onetti un alcohólico, Pacheco un periodista anónimo y Rulfo un vendedor de llantas para automóvil. En cambio, sigo envidiando la capacidad de José Emilio de relacionar el pasado con el futuro, el presente con el pasado y el futuro con la posibilidad de hacer actual un poema persa del siglo VI. Cómo no creer que Juan Rulfo hablaba con los muertos si yo sigo tomando lecciones con el Inventario de José Emilio Pacheco.

La cuestión es que el extraordinario fotógrafo mexicano Rodrigo Prieto está por estrenar en el Festival de Cine de Toronto su versión fílmica de Pedro Páramo, y sin haberla visto me tomo la libertad de hablar, no de ella, sino de la imposibilidad de que le haga justicia a la creación literaria por una cuestión de forma y de fondo, esto es; por la naturaleza del relato, que ya es en sí una película de manera que al reintentarla para el cine solo puede ser una parodia. Apenas si he visto los relucientes trajes de charro de algunas escenas de Prieto y ahí está el detalle, Hollywood no es Comala., aunque la maestría del cineasta hará sin duda maravillas con el sentido onírico del relato, pero qué hacer con los diálogos.

En la Película sobre Páramo de Carlos Velo en los años 60 la adaptación fue de Carlos Fuentes, la fotografía de Gabriel Figueroa y Pedro Páramo fue John Gavin. El director español aceptó demasiado tarde que ese fue su primer error. El segundo, en todas las adaptaciones fílmicas y teatrales, es el habla, la forma de ser, verbalmente de los personajes. Nadie habla como en los cuentos de Rulfo, por más que sea verdad que así hablaban sus paisanos. El oído humano es el primer editor del lenguaje. Rulfo editó las conversaciones de sus mayores y les dio un valor literal que en la escritura es la voz de la tierra y en el cine la imitación de un acento, un sonsonete, unos regionalismos. Habría que tener, en el cine y el teatro, la tradición centenaria de los ingleses para hablar en pasado como si fuera hoy, Por ello los poetas isabelinos de hace 600 años son tan actuales para ellos, porque hay una tradición dramática, esto es, una entonación, un ritmo verbal, una cadencia sonora identificable. Macario, una de las cumbres fílmicas de nuestro entorno cultural, original de Bruno Traben, un escritor alemán, en adaptación de Emilio Carballido, apuntala mi aseveración. Tizoc, de Ismael Rodríguez, muestra hasta qué punto se puede pervertir el habla natural de los naturales de México.

Antes de concluir debo confesar que no sé cómo y porque me embarque en este artículo. Acaso desde que tuve la noticia de que un laureado fotógrafo mexicano quería filmar Pedro Páramo, esto es, registrar el misterio de la entre vida, de la entre muerte, del entre sueño, de la realidad alternativa que nos da la invención literaria y cinematográfica. Nada me gustaría más que la película de Prieto desmintiera mis temores de que hay obras literarias que ya están filmadas en el papel y el intento de llevarlas al cine es, por lo tanto, una reiteración que las empobrece. Él es un master de la cinematografía. Yo acaso un defensor del misterio de estar vivo, Como Páramo.