Obra de Roberto Parodi para Cultura en Bicicleta.
Con sus últimas grandes exposiciones en el Munal, Bellas Artes y San Ildefonso se pensaba que Parodi iba a seguir dialogando con los escultores o los muralistas, confrontándose pues con los grandes del pasado. Se dio lo contrario, un retorno a lo íntimo, a sus raíces norteñas.
Aquí estamos en el desierto, hay un ataúd con una bici. Se aprecia la ironía del título, que se opone sin embargo a la impresión de desolación que emana de la acuarela. Estamos en un ambiente rulfiano con espectros al acecho y la cromacidad que se mueve entre negros y grises le insufla algo de lóbrego.
Las cosas tienen su peso existencial, con contornos acentuados y profundidad de campo, pero hay también en esta tela una suerte de ligereza que se encuentra también en Rulfo, una impresión de flotar, de estar aquí y allá a la vez, siempre muerto y siempre presente. Hay viento. Hay duende, dicen los gitanos.
Me acuerdo de sorprendentes bodegones o naturalezas muertas de este artista. Aquí, a pesar de la idea de confinamiento y de la presencia de la muerte, se podría hablar de naturalezas vivas.