Sólo un intenso deseo de trascender la vida te puede llevar en busca de una manera de hacerlo. Los santos del medioevo europeo anhelaban con tanto ardor alcanzar la gracia divina que morían consumidos por su anhelo. El esoterismo de todos los tiempos se basa en aquello que puede darnos las llaves del porvenir, pero se encuentra oculto en el Misterio. Hallar la entrada a ese laberinto fue la meta de la cofradía de Elvira a partir de 1997, una fecha propicia para entrar al interior de la Pirámide de Cholula, de acuerdo con un códice del período tolteca chichimeca que se halló en la casa de los abuelos de Elvira cuando hicieron el pozo nuevo. Hasta fechas muy recientes en San Andrés Cholula no había sistema de agua corriente porque cada casa tenía su pozo. Sobre todo, en la zona aledaña a la gran pirámide se desenterraron huesos, ofrendas, ollas y figuras de barro, puntas de flecha, puñales de pedernal, y el códice de Elvira, como lo llamaré en adelante.
Elvira se graduó como antropóloga en la Escuela Nacional de Antropología e Historia en 1990, pero en lugar de politizarse como buena parte de sus compañeros, se metió de lleno al estudio de los diversos periodos del milenario asentamiento Choluteca. Yo caí rendido a sus pies la primera vez que la vi exponer la historia de Cholula en un coloquio de historiadores efectuado en la Casa de la Cultura de la ciudad de Puebla, que, por la recta, quedaba entonces a 15 minutos de San Andrés. Cuando me dio la invitación en el circuito de caminantes de la pirámide, me gustó que no dijese una palabra al respecto, me dio el folleto, me sonrió con los ojos y me dio la espalda, esta vez ya con el pantalón ajustado.
Llegué al coloquio justo cuando le estaban cediendo la palabra, y en los 45 minutos que le dieron para desarrollar su tema me sumergí sin ningún esfuerzo en el nacimiento, el esplendor, la decadencia y el resurgimiento de una ciudad fantástica que era el mayor centro religioso del actual valle Puebla-Tlaxcala, y en la evolución de una cultura de raíz olmeca Xicalancas que decayó cuando sus aliados teotihuacanos abandonaron la ciudad de los dioses en el siglo VII. Los toltecas dominaron la zona al final del primer milenio de la era cristiana e hicieron del templo de su dios, Quetzalcóatl, el nuevo centro ceremonial del valle, justo a los pies del coloso que algún día cubrirá de fuego la vanidad humana; el volcán Popocatépetl, el mismo que vi la tarde con la que comenzó esta inusual crónica sobre el pensamiento mágico.
En la vida diaria Elvira era una mujer a la defensiva. No le faltaban razones. Fue una batalla convencer al padre que irse a estudiar antropología a la ciudad de México no la hacía potencialmente una mujer pública. En los 80 ya habían estudiado en la ENAH algunos indígenas de diversas etnias, y el tupido personal de izquierda que había entre los maestros, el estudiantado y los trabajadores de la Escuela, los favorecía con su paternalismo; pero ser morena, poblana y nalgona es otra cosa, que rima con el acoso de diversos tipos que sufrían las alumnas en general y las alumnas provincianas en particular. Ninguno de esos burlones sospechó nunca que Elvira estaba ahí por una misión que le fue encomendada el día que descubrieron el Códice Elvira en casa de sus abuelos.
Ella tendría 17 o 18 años y pasaba por el trance de decidir qué carrera estudiaría en la BUAP, y en ese momento estaba en blanco al respecto. Ese día se acercó al pozo para llevarle un agua de chía con limón a su abuelo, que estaba ahí, de guardia, desde que sus excavadores descubrieron una ollita de barro que se salvó del pico y la pala. El viejo era un devoto de los usos y costumbres de sus ancestros y sentía orgullo de ser Choluteca. Por lo tanto, ordenó a sus albañiles que cavaran con cuidado para ver si había más reliquias, provocando que la terminación del pozo se prolongara tres días más, para contento de los dos excavadores que ya estaban enamorados de la espalda baja de la jovencita que iba dos o tres veces al día a llevarle algo a su abuelo. Elvira me contó este episodio con rubor porque sucedió que ella traía faldita de colegiala y se ponía precisamente al borde del pozo para charlar con su abuelo. Se ruborizó porque también recordó que cuando se topaba en la calle con los dos jovencitos que le vieron las nalgas desde la estimulante perspectiva del Shot up del pozo, la miraban con veneración. No se traslucía en su mirada ninguna lascivia sino una reverencia sin límites.
El caso es que luego de la ollita de barro sólo encontraron los despojos de otros utensilios de cocina, más el último día de la instalación, cuando ya estaban cavando de nuevo a pico limpio, la pala topó con un envoltorio vegetal que al ser lavado y puesto a secar perdió su primera capa por el efecto del aire. El segundo embalaje cedió fácilmente a las manos del abuelo, como esas cebollas que se despellejan de inmediato. La tercera cubierta era más resistente pero la ansiedad del señor de la casa pudo con ella rápidamente gracias la navaja suiza, Victorinox, que siempre traía consigo. Todos estaban expectantes, pero cuenta Elvira que lo impresionante fue que de pronto su abuelo le dio la navaja a su nieta y le dijo, de una forma definitiva, contundente:
-Tú debes abrir este regalo.
Elvira quitó la última protección vegetal para descubrir un rollo de papel Amat envuelto en la fina piel que se desprende de las pencas del maguey, que, a la manera del papel adherente de la actualidad, protegió el códice que era perfectamente legible para alguien como Yuri Knórosov –el soldado ucraniano que descifró el código fonético de los mayas-, más no para una chamaca que no tenía idea de lo que deseaba estudiar en su vida. Lo asombroso, confiesa Elvira, es que en cuanto abrió aquel mensaje de los Tlacuilos toltecas (Tlacuilos: los que escriben pintando), dijo en voz alta:
-Yo quiero estudiar antropología.
El abuelo se extasió un momento con aquella corteza de árbol en la que sus antepasados dejaban testimonio de su paso por Cholula y le regresó el Códice a su nieta.
-Te dije que era un regalo para ti.
Cuando Elvira tuvo la preparación necesaria para leer al menos parte del mensaje, siguió guardando el secreto de su existencia porque lo primero que descifró fue que era un mensaje para ella, dibujado 700 años antes de su nacimiento.
Así comenzó el Misterio de la Pirámide.
EROS
Al tiempo en que Elvira recibía el mensaje de sus ancestros, a finales de los 80, mi personaje estaba por encontrar otra vereda hacia lo desconocido: el erotismo. Fue el momento en el que mi profesión me permitió acceder a lugares muy privados donde la libertad sexual tenía tintes culturales, porque como preámbulo de la orgía se ofrecían cuadros artísticos muy locos. Era un secreto a voces que los montaba el ex niño malo del teatro mexicano, Juan José Gurrola, famoso por su exploración sexual en los escenarios de la capital, tanto en las obras en sí como en el cuerpo de las actrices. En los viejos y buenos burdeles capitalinos había un ambiente muy cachondo, según los testimonios directos de varios de sus participantes; el cine mexicano mostró la vulgaridad de los bajos fondos del placer, pero la censura le prohibía mostrar el franco desenfreno de los clientes y las putas en esos lupanares de lujo.
La diferencia entre aquellas mancebías en las que los señores iban a engañar a sus señoras era que, en la casa de Lomas de Chapultepec, iban con sus esposas. Bastaron 30 años para que las señoras de su casa se dieran cuenta que siendo putas en la cama dejarían de ser cornudas, porque entiendo que el intercambio de parejas no se considera una infidelidad puestos que ambos conyugues están de acuerdo en revolcarse con ajenos. La entrada era con pareja y solo se admitían a los tres jóvenes más buenos de la lista para suplir a los maridos que ya no podían fornicar a diestra y siniestra. Yo no era feo, pero nada que ver con los machos álficos que eran seleccionados por su físico. Entré porque vivía mis 15 minutos de fama como critico de teatro y dos señoras con influencias, que me leían en el unomásuno, me querían garlopear (Garlopa, instrumento que sirve para raspar la madera).
La cantina de la casa era excepcional, pero no había charolas con coca como en las películas gringas. La gente esnifaba en los baños porque la mayoría era alcohólica y la medida de su atrevimiento con las drogas era los Popper, esas cápsulas de nitrito de alquilo y nitrito de amilo que se tronaba en la nariz en el momento del orgasmo para sentir, no que te venías sino te ibas al hoyo negro del placer, del que salías disparado para salvar la vida. Un segundo más y ahí te quedas. Lo realmente notable de esa casa fue, al menos para mí, el amplio y cómodo baño de vapor instalado en el sótano, porque sudar la noche siempre ayuda al cuerpo a restablecer sus energías. Como igual había servicio de masajes, bebidas y caldo de camarón, tenías la oportunidad de purificarte para regresar a tu casa, o de seguir pecando suave, lentamente, aprovechando el sudor de los cuerpos y la hospitalidad de las hendiduras femeninas, aun inflamadas por la orgía, aunque justo esa inflamación, protegida por la humedad de ambos miembros era lo que provocaba el deleite de la cruda, el único momento en el que el exceso de alcohol es un estremecimiento divino.
En la casa de Las Lomas encontré el vínculo que me llevó a la casa de la vieja carretera a Cuernavaca en la que, protegida por el bosque, estaba el Ashram de Carlo Ursini, un italiano radicado en México que creía religiosamente que la iluminación se alcanzaba en el orgasmo, pero sin Popper. A puro pulmón esotérico. No es broma. Ursini creía firmemente que el orgasmo era una reproducción minimalista del big bang que dio origen al Universo, y por los gritos y las contorciones que lograban sus discípulos no había duda de que el principio de esa teoría era correcto.
Fue la única vez en la vida que me entregué al sexo en mis cinco sentidos, comiendo verduras y meditando tres o cuatro veces al día, porque la conexión amorosa la hallaban los cofrades de aquella congregación en ese estado mental en el que tienes la mente en blanco y de pronto aparecen los pechos de Devora, por decir un nombre, o la redonda y carnosa boquita de Yanira, la libanesa, o el rabo de Carlo, que sin ser el más notable del repertorio era el más solicitado. Esto me llevó a pensar que el dominador de un grupo siempre lleva las de ganar porque el poder, por miserable que sea, es un motivo de lujuria. Cuando en lugar de las mujeres del Ashram apareció el rabo de Carlo en mis meditaciones, el de la voz dejó el Ashram.
Hay ritos sexuales desde el remoto pasado en el que una mujer y un hombre se acoplaron sexualmente (me disculpo si ya en la prehistoria había la diversidad sexual del 2022, y yo lo ignoro). Eran ritos salvajes (las erinias griegas), agrícolas, ceremoniales, propiciatorios para la fecundidad de la tierra que les daba de comer. La promiscuidad de los pueblos antiguos, más que un desafío a la moral dominante era la consecuencia de la poligamia de sus dioses que ejercían la libertad sexual como un privilegio divino. El desenfreno del Olimpo griego influyó, sin duda, en la facilidad con la que los varones cambiaban de sujeto amoroso, de modo que en una misma mañana podrían poseer a su esposa y a al mancebo que limpiaba los establos. Las religiones monoteístas impusieron la moral de un solo Dios, y la católica, la de una sola pareja de por vida. En consecuencia, privilegiaron el arrepentimiento como la forma de expiar los pecados de la carne que seguían cometiéndose en todos los pueblos y todos los estratos sociales. No es arriesgado decir que Moisés puso entre sus diez mandamientos no desear a la mujer ajena porque era algo que ocurría con harta frecuencia.
La teoría del big bang de Ursini me permitió recordar que de adolescente escuchó al tío Juan, hermano de su madre, platicar a la hora del café y los coñacs su fábula de la reencarnación orgásmica. Debo añadir que el hermano mayor de su progenitora se distinguía por su incontrolable lascivia, pues incluso cuando saludaba a sus sobrinas en edad de merecer buscaba siempre la comisura de sus labios. Cuando una señora llegaba a la reunión de fin de semana de la familia con un escote prolongado, o un vestido arriba de la rodilla, bastaba la mirada del tío Juan para que buscara un tapado. Como aquella conducta no era explícita sino cubierta de cortesía, sus hermanos se hacían de la vista gorda y las muchachas desaparecían de su vista en cuanto se dirigía a saludarlas. En contraste, era un ingeniero muy capaz, precursor de la fibra de vidrio con la que construía chasis de automóviles y de lanchas que causaban admiración en los años 50 por su material y su diseño.
Antes de que el poliedro de las pirámides se utilizase a escala para afilar las navas de afeitar y conservar algunos alimentos, flores y frutos, el Tío Juan construyó en su casa de campo una pirámide con cupo para diez personas de pie, con un entramado eléctrico que desembocaba en un casco que se pondría en la cabeza para potenciar el efecto cósmico del poliedro. Tardo varias semanas alistando su fuente de energía de la que hablaba sin parar en los convivios familiares. Por fin llegó el día en que todo estaba listo para el invento del siglo, pero antes de encender el switch, un sobrino que sabía de electricidad le advirtió al tío que faltaba el modulador de potencia que gradúa la descarga y que sin él recibiría de golpe la carga eléctrica. Como además de lascivo era necio y prepotente, el tío Juan ignoró la advertencia y prendió su invento. Dice el sobrino de la advertencia que el resultado fue casi mortal, pero de caricatura porque el tío se puso rígido y se le pararon los pelos de punta. De no haber estado ahí su pariente el tío Juan habría pasado a mejor vida.
Con todo, era un buen conversador, y la noche que habló de la reencarnación orgásmica, incluso los primos que jugábamos dominó en una salita adjunta, paramos el oído para escucharlo. En suma, el tío Juan sostenía que si lograbas morirte en el momento en el que tu cuerpo hacía la descarga seminal que mantiene con vida a la especie humana, era muy probable que viajaras –como María Sabina-, más rápido que la luz hacia el útero de una mujer del otro lado del mundo que sostuviera en ese instante relaciones con algún varón. Claro que no podía ser un orgasmo común sino la madre de todos los orgasmos. Para ello había que tomar diariamente el coctel de vitaminas y minerales que el tío Juan desayunaba todas las mañanas. También era indispensable que la mujer de tu última fornicación no fuera la tuya sino alguien a quien hubieras deseado con vehemencia. La mujer prohibida –acotó el tío-, es el mejor estímulo para este salto mortal que en lugar de llevarte al cementerio te da la oportunidad de comenzar de nuevo, en otro país, con otra familia, con otro nombre. Recuerdo nítidamente que todos rieron y sólo yo deduje mentalmente que si no tenías una enfermedad mortal difícilmente morirías “en el acto”, y si la tenías, sería complicado copular con la vehemencia necesaria para renacer en el Asia Menor. Como sea, desde entonces he tenido esa fantasía.
En el placer carnal hay diversos estados de acoplamiento. Tratándose de los instintos no hay una regla y si las más más variadas formas de alcanzar ese placer. Digo placer en su sentido ontológico, esto es, que está relacionado con el ser mismo de la persona; con aquello que es el sujeto en el fondo de sí mismo, lo sepa o no. En este orden de ideas, hay cuerpos que se juntan con el ser, que se acoplan como Adán y Eva; por primera vez. En esos casos, el cuerpo no se sacia una vez al día, quiere repetir lo más posible esa sensación de ser al mismo tiempo vencedor y vencido del otro. Aunque sea por un momento, se sale el cuerpo del espacio y el tiempo ordinarios para sentir la electricidad del firmamento, o como quieran llamarle a esa sensación de que no hay mejor manera de estar en el mundo que cogiendo con ese otro cuerpo, con ese otro ser. Este relator desperdicio la oportunidad de vivir con ese ser la plenitud del amor. Pero eso es otra crónica.
Para esta, vale concluir que el Pensamiento Mágico no tiene nada que ver con esa superación de la realidad –que es su propósito continuo-, porque los cuerpos deciden por sí mismos que son ellos las únicas puertas al paraíso que tenemos los seres vivos. Aunque como cuerpos, como sistemas cerrados a lo Platón, como dos sujetos en la misma esfera, tienen sus límites biológicos. Podría ocurrir que te mueras en el orgasmo –como soñaba el tío Juan-, pero no te irás a China sino al crematorio. El Pensamiento Mágico es indispensable para escapar de esa esfera biológica, y los mejores magos al respecto te aseguran que hay una manera de lograrlo.
Aunque como todo acto de magia, es muy posible que sea un truco.